Una apuesta por el mito que no ensombrece una película espectacular: la lucha del agua y el fuego por captar nuestra atención.
Título original: Niagara
Año: 1953
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Henry Hathaway
Guion: Charles Brackett, Walter Reisch, Richard L. Breen
Reparto: Marilyn Monroe; Joseph Cotton; Jean Peters; Denis O'Dea; Max
Showalter; Lurene Tuttle; Richard Allan; Bert Stevens; Will Wright; Arch
Johnson; Don Wilson; Harry Carey Jr.; Bill Coontz; Henry Beckman; Minerva
Urecal; Sean McClory; Nina Varela.
Música: Sol Kaplan
Fotografía: Joseph MacDonald.
¡Qué suerte
que hasta lo que mucho nos gusta se desdibuje en la memoria con el paso del tiempo!
De manera simbólica, esta revisión de Niágara tiene el poder de emerger de ese
semiolvido en blanco y negro para despertar en el más radiante y espectacular
de los colores, en manos metonímicas, además, de un «mago» de la fotografía:
Joseph MacDonald, cinematografista en cuyo haber se cuenta, entre muchas otras,
la mejor fotografía de toda la obra de John Ford: Pasión de los fuertes.
En este colorido despertar, todo parece encajar a la perfección, sin perder
aquel viejo aroma en blanco y negro de cine negro, ahora complementado por un
toque de melodrama con trasfondo de thriller que satisface aún más las
exigencias de los buenos aficionados. Antes estaba más cerca de John Huston;
ahora, de Hitchcock, por muchos motivos que los aficionados a Sir Alfred reconocerán
enseguida, y un asesinato en la torre de las campanas no me dejará mentir: una
obra maestra del encuadre que gana con el color y la soberbia planificación de
la secuencia, incluido el final de la barra de labios… Pero no quiero adelantarme.
Que la
película se titule Niágara no es en modo alguno gratuito, porque entiendo
que en la mente de los productores y guionistas estaba la idea dominante de
comparar la espectacularidad del paisaje natural con la espectacularidad humana
de la protagonista. Dicho en términos simples: el agua y el fuego, que no
siempre están reñidos, como nos lo demuestran los volcanes submarinos. Lo
cierto es que la elección del espacio, las cataratas del Niágara condiciona
totalmente el desarrollo de la película y le otorga un papel tan importante
como el de los propios protagonistas, y de ahí las numerosas escenas, algunas
muy inquietantes, que aparecen, y en la que, sobre todo la coprotagonista,
Polly, tiene una importante presencia, como testigo indiscreto y como posible
víctima. Puede decirse que son bien raros los momentos del film en que de fondo
o en primer plano no aparecen las cataratas, con su rugido impresionante y su volcado
torrencial de agua. A veces incluso parece una coproducción con Canadá para
potenciar turísticamente lo que apenas
necesita apología ninguna. Lo importante, al menos desde el punto de vista de
la trama, es la condición de espacio fronterizo entre Canadá y Usamérica, porque
ello, sobre todo en el desenlace, con el intento de huida del protagonista,
George Loomis, va a ser uno de los impulsores de la máxima tensión narrativa.
La historia
comienza, muy teatralmente, con la llegada de una pareja a un motel cuyas
cabañas tienen vistas a las cataratas. La habitación que Polly y el bobalicón
Ray han reservado está ocupada por la desigual pareja formada por la volcánica
Rose, Marilyn Monroe y el amargado, celoso y mentalmente inestable marido suyo:
George Loomis, con cuyo estado de desesperación arranca la película en un
escenario tan próximo a las cataratas que casi parecen insinuar una abortada
tentación suicida. Los recién llegados, ante la confidencia de que el marido de
Rose está enfermo, se conforman con otra cabaña y se inicia una cohabitación
entre ambas parejas que irá complicándose por momentos. El primer plano de
Marilyn es entre las sábanas, desnuda, y con, literalmente, una tonelada de
maquillaje en el que destaca, el rojo pasión de los labios, adelantándose a esa
línea de cosmética que vendió con notable éxito en su día Paloma Picasso con su
Mon Rouge. Poco después se embute en un ceñidísimo vestido rosa con el
que sale a participar en una reunión de jóvenes que bailan alrededor de un
tocadiscos, en el que ella quiere que pongan una canción Kiss me, que,
sentada en la escalera junto a los recién llegados, susurrará acompañando la canción,
hasta que el marido salga y rompa el disco, hiriéndose en una mano. En una
escena muy teatral, queda dibujada la tensión dramática que, desde ese momento,
se irá complicando hasta desembocar en una trama de cine negro que tiene como
objetivo, por parte de Rose, desembarazarse de su «imposible» marido. Polly se
presta a curar la mano del marido de Rose y recibe las confidencias de este
sobre su infortunado matrimonio.
No tarda, el feliz matrimonio en luna de
miel —ese era el destino, entonces, típico para los recién casados, como lo fue
Palma de Mallorca para las parejas de los sesenta en España— en comenzar la
visita de las cataratas, momento en que Polly descubre, por azar, a Rose
besándose con un desconocido, al lado de donde su marido insiste en que pose
para fotografiarla. Más tarde, estando su mujer tomando el sol en una hamaca,
en biquini, él le sugiere que adopte una posición provocativa, elevando el
busto, como una pin-up de revista, algo a lo que ella se resiste, aunque acabe
complaciendo a un marido impresionado, ciertamente, por la vecina de la puerta
de al lado…
A medida que se va complicando la trama,
la intervención de Polly es mayor, y ello hasta el punto de convertirse en encubridora
compasiva de un delito, sin ella saber que no tardará en convertirse en rehén
de un asesino que busca, desesperadamente, huir de Canadá para pasar a terreno
Usamericano, como si no existiera relación entre las policías de ambos lados de
la frontera. En todo caso, lo importante es que Niágara progresa por la mejor
senda de un thriller que logra generar una tensión que dura hasta el desenlace,
con sorpresas hasta el último momento cuya naturaleza, obviamente, no recuento,
de modo que los espectadores la sigan con la lógica ansiedad que despiertan.
Aunque Hathaway hubiera preferido a James Mason en el papel de marido de Rose,
Joseph Cotten da excelentemente el papel, y su presencia inquietante, cuando
reaparece, una vez que ha sido dado por muerto, con el traje y el sombrero,
perfilando planos del mejor cine negro, contribuye al interés de la película.
El joven bobalicón casado con Polly ha
ganado un concurso para una fábrica y aspira a ser contratado por un gerente
que se empeña en hacer de anfitrión obsequioso para la joven pareja, lo que
dará pie a algunas escenas de notable interés escénico en la visita a las
cataratas, así como en el desenlace. Todo ello cuando ya estaban decididos, a
la vista del destino del matrimonio, ¡nada menos que asesinado!, a abandonar la
idílica estancia en el motel.
Con planos panorámicos espectaculares de
las cataratas y el entorno, Hathaway se luce, sin embargo, en escenas de interiores
que aprovechan todas las iluminaciones posibles del género negro —son dignos de
mención los planos desde el interior de habitación en sombras de las cataratas
iluminadas…—, y consigue, en la persecución de Rose por parte de su marido,
unas secuencias que deberían figurar en las antologías que consultaran los estudiantes
de dirección. Confieso que me han impresionado muchísimo. Pero no desvelo nada
más, para que, frente a quienes
califican Niágara como un mero lucimiento de Marilyn Monroe, quien, en efecto,
da a la perfección el papel de esposa seductora, casquivana e insatisfecha,
puedan los espectadores tener una opinión propia y fundada de esta
excelentísima película. Y sí, Marilyn fue una consumada actriz.
P.S. A título anecdótico, cabe recordar
que el teleférico que aparece en la película se llama Spanish Aerocar, y
fue inventado y construido, con capital español, por el inventor Leonardo
Torres Quevedo. Se instaló en 1916 y lleva más de un siglo funcionando con precisión
y sin que nunca se haya registrado ningún incidente digno de mención.
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