Título original: Gold Diggers of 1933
Año: 1933
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mervyn LeRoy
Guion: Erwin S. Gelsey,
James Seymour. Diálogos: David Boehm, Ben Markson. Obra: Avery Hopwood
Música: Al Dubin y Harry Warren
Fotografía: Sol Polito
(B&W)
Reparto: Warren William, Joan Blondell, Aline MacMahon, Ruby Keeler,
Dick Powell, Guy Kibbee, Ned Sparks, Ginger Rogers, Dennis O'Keefe.
Título original: Gypsy
Año: 1962
Duración: 149 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mervyn LeRoy
Guion: Leonard Spigelgass
Música: Jule Styne, Stephen Sondheim
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Reparto: Rosalind Russell, Natalie Wood, Karl Malden, Paul Wallace, Ann
Jillian, Betty Bruce.
El ingenio y la crítica social post crack del 29, amén de la perfección formal plástica de un director extraordinario en dos musicales tan distintos como poderosamente atractivos.
Mervyn LeRoy no es un director
habitual en las referencias de los grandes críticos cuyo santoral peca siempre
de reducido, aun a pesar de su extensión. Decir que Niebla en el pasado
es una de esas películas con una historia que te entra por el corazón hasta la
fibra más sensible de la emoción, quizás no signifique mucho para quien no la
haya visto, pero quienes sí lo hayan hecho convendrán conmigo en que tiene uno
de los finales más memorables de la Historia del Cine; lacrimógeno, sí, pero,
¡qué diantre!, al cine también se va a llorar desde que se inventó…
Hoy reúno dos
películas de este director que nunca defrauda y que se guía por unos patrones
clásicos de dirección que aprovecha al máximo con un solo objetivo, narrar una
historia que llegue a los espectadores y, si es posible, que lo es, que los
conmueva. La historia del cine musical es la historia de una evasión de la dura
realidad del crack del 29, pero ello no quita para que incluso dentro
del género haya una mirada crítica a la realidad de aquellos años de tanta dureza
económica, que darían, años después, películas tan inmensas como Las uvas de
la ira, de John Ford. Esa situación se muestra en los primeros compases de
la película, cuando llega una brigada de mudanzas para embargar todo lo
embargable, los trajes de las coristas incluidas, a un productor que no ha
podido cumplir con sus compromisos financieros, razón por la cual las
protagonistas se quedan en el paro y, como quien dice, sin poder pagar ni la
pensión en la que sobreviven como miles de neoyorquinos más. Interrumpen,
además, un número sobre el dinero, billetes y monedas, de extraordinaria concepción
estética. El productor, tiempo después, hace correr la voz de que va a montar un nuevo espectáculo, uno en el que, además de
los números de entretenimiento haya otros que reflejen esa dura realidad de
“las colas del hambre” y de la desesperación. Un compositor y cantante que vive
ventana con ventana de las actrices en paro,
y novio de una de ellas, se ofrece para financiar el espectáculo, ante
la chacota de todos los demás. Se trata, sin embargo, de un rico heredero cuya
fortuna administra, como tutor, su hermano mayor, quien se opone a que se
mezcle con ese mundo de la farándula. La historia se complica cuando, tras haberlo
evitado a toda costa, al compositor no le queda otra que sustituir a un
cantante imposibilitado de hacerlo por una lumbalgia aguda que no le deja ni
moverse. La foto del millonario acaba en las portadas y lleva a que el hermano,
junto con el abogado de la familia se presenten en la ciudad para “desheredar”
al hermano e impedir que siga “mancillando” el buen nombre de la familia. Y ahí
entran en acción las «vampiresas» que se encargan de «seducir» a los dos recién
llegados, aprovechando que el hermano mayor ha confundido a una de las amigas
con la prometida de su hermano, intentado disuadirla, mediante una generosa
compensación, de la idea de casarse con él.
He de reconocer
que no tenía en la memoria la actuación de Dick Powell en La calle 42, de
Lloyd Bacon, el gran musical de aquella época que fue el modelo inspirador de
este como lo sería de las secuelas de esta película, Vampiresas 1935,
dirigida por Busby Berkeley, encargado en esta de las magníficas y creativas
coreografías que tan justamente lo hicieron famoso, y Vampiresas 1937,
de Lloyd Bacon; las tres con el protagonismo de Dick Powell en una época en la
que su faceta de cantante le impedía acceder a otros registros de la interpretación,
hasta que le llegó la oportunidad de interpretar a Marlowe, en Historia de
un detective, de Edward Dmytryk, el primer Marlowe en la pantalla. Recordemos,
a título anecdótico, que Powell perdió el papel protagonista en Perdición
de Wilder, en favor de Fred MacMurray.
Con
anterioridad a Vampiresas 1933, LeRoy había dirigido en 1929 Broadway
Babies, próximo al gran éxito que fue el antecedente de este ciclo de «vanmpiresas»,
Gold Diggers of Broadway («Las castigadoras de Broadway»), de Roy del
Ruth, dirigida también en 1929, por lo
que la presente supondrá una confirmación de su talento para el género. Está
claro, no obstante, que la presencia de Busby Berkeley en la coreografía y en
la realización de las mismas con sus fantásticas tomas cenitales contribuyó decisivamente
al éxito la de la cinta. Solo hay que recordar el número de los violines
iluminados para darnos cuenta de toda la belleza que era capaz de generar
Berkeley. Así mismo, el último número sobre la Depresión pertenece por derecho
propio a la antología del musical, con una realización impecable que convierte
la pieza en algo así como una minipelícula dentro de la película. Vampiresas
33 es, por lo tanto, todo un señor espectáculo en el que la trama familiar
que sostiene el andamiaje de la historia acaba siendo la del burlador burlado,
con un sentido del humor perfectamente interpretado por un reparto a la altura
de la ocasión.
Gypsy
fue la última película de LeRoy y está inspirada en las memorias de una de las
dos hijas de Rose Thompson Hovick, Gypsy Rose Lee, actriz famosa del género
burlesque a comienzos de los 30 y hermana de la actriz June Havoc. La historia
se centra en la madre de ambas que las explota en su propio beneficio con
números en los que June Havoc lleva la voz cantante y Gypsy forma parte del
coro de chicos que la acompaña. Cuando llega el momento en que June advierte
que su madre es una losa para ella en el desarrollo de su carrera, decide
abandonarla e instalarse por su cuenta, para lo cual, además, se casa con uno
de los chicos del coro, bastante creciditos ya todos ellos, así como las hijas.
Natalie Wood es la encargada de tomar el relevo a la hermana y, por esos azares
de la vida, y estando a la cuarta pregunta y sin perspectivas de ganar ni un dólar,
la joven acepta sustituir a la stripper que les ha fallado en la programación
en un teatro del género burlesque, considerado ínfimo y de nula categoría
estética en el circuito de espectáculos teatrales. Y así comienza una carrera
en la que acabará teniendo una sólida reputación. Parte de su «leyenda» es la libertad
con que afronto su vida privada, en la que se cuentahaber tenido un hijo con
Otto Preminger o un romance apasionado y público con la novelista Carson
McCullers. La película rodada en formato amplio, con una puesta en escena
insuperable y un vestuario que fue nominado a los Oscars, es un derroche de
estética al que acompaña una partitura musical extraordinaria de Stephen
Sondheim cuya relación con la historia narrada va más allá de lo imaginable,
porque en ese personaje abusivo de Rose Thompson Hovick vio Sondheim a su
propia madre, quien abusó de él despiadadamente tras haber sido abandonada por
su marido, un abuso que ni siquiera desdeñaba la insinuación sexual al hijo.
Desde esta perspectiva se entiende a la perfección la escena en la que la madre
vuelve a casa de su padre y le roba una placa de oro para empeñarla y poder
seguir alimentando sus sueños de gloria con el espectáculo de sus hijos. Como
se aprecia, estamos ante un drama potente, y si en la parte coprotagonista
tenemos a un Karl Malden en un registro inesperado, la calidad de la película
se acrecienta más que notablemente. ¿Cuál es el «pero»? A juicio de este
crítico, la sobreactuación constante de Rosalind Russell, un exceso se mire
como se mire, y no digo se oiga como se oiga porque a ella, como a Natalie Wood,
que encarna a la reina del Strip-tease, las doblaron en los números musicales. Hay,
sin embargo, momentos, como el de la
espera en la estación, con una escenografía teatral muy sugestiva, cuando ella
se entera de la «deserción» de su gran esperanza rubia, en que su registro
cambia y asistimos a unos momentos de plena emoción genuina.
De algún modo,
la vida de la madre y las hijas, junto con el amante de la madre, es una vida
errante, de ciudad en ciudad, buscando siempre un teatro donde ser contratadas,
por eso al serlo en uno del burlesque, la primera reacción de la madre
es salir por piernas, porque ve en él algo así como la decadencia del futuro de
sus hijas, sobre todo de la pequeña llena de arte y gracia.
La película
sigue las pautas de las obras biográficas en las que las canciones forman parte
de la narración por sus letras, en vez de ser un mero condimento externo de la
trama. En consecuencia, esa estrecha unión nos permite abordar la historia de
la madre desde dos perspectivas complementarias, los diálogos y las canciones.
A este respecto, cabe recordar que la relación de Sondheim con su madre fue tan
catastrófica como la de Gipsy y June Havok con la suya, y eso se advierte en el
modo acerado y hasta cruel como se presenta a la madre, aunque tenga algunos
momentos de «debilidad» que permiten escapar del cliché para ofrecérnosla como el
personaje complejo que fue.
En el
anecdotario cabe destacar que las dos hermanas riñeron por el modo como June
entendió que se la presentaba, aunque cobró lo suyo para aceptar la realización
de la película como una suerte de «biografía autorizada”. Así mismo, es
reseñable que Rosalind Russell y June Havok trabajaran juntas en Los
caprichos de Elena (My sister Eileen), de Alexander Hall.
En definitiva,
un magnífico programa doble musical con dos muestras, una temprana y una crepuscular,
de un director del que, cada película que veo, más admirador me vuelvo.
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