Trumbo o la
dignidad del artista en tiempos fascistas, la biografía de un represaliado por
el macartismo. Conmovedor Bryan Cranston; protomagnífica Helen Mirren.
Título original: Trumbo
Año: 2015
Duración: 124 min.
País: Estados Unidos
Director: Jay Roach
Guión: John McNamara
Música: Theodore Shapiro
Fotografía: Jim Denault
Reparto: Bryan Cranston, Diane Lane, Helen Mirren, John Goodman, Elle
Fanning, Louis C.K., Michael Stuhlbarg, David James Elliott, Roger Bart, J.D.
Evermore, Mark Harelik, Peter Mackenzie, Toby Nichols, Becca Nicole Preston,
Elijah Miskowski.
Hacía tiempo, mucho tiempo, que no aplaudía en una
sala de cine. Ayer varios espontáneos, conmovidos por la dignidad del alegato
final de Dalton Trumbo, un viejo luchador antifascista, guionista del Espartaco de Kubrick y director del
alegato antibelicista tan efectivo que fue Johnny
cogió su fusil, basado en una novela que él mismo escribió a raíz de las terribles
secuelas físicas sufridas por muchos combatientes de la Primera Guerra Mundial,
algo así como la eficaz Nacido el 4 de
julio, hija directa de aquella; ayer, digo, al acabar la sesión, algunos no
pudimos ni quisimos reprimir la costumbre de aplaudir, impropia de las salas de
cine, pero necesaria para quienes han experimentado una catarsis a través de
una denuncia tan inteligente de cómo el fascismo de derechas, valiéndose del
pretexto del fascismo de izquierdas, pretende convertir en hegemonía política
su moral inquisidora y conservadora. No fue un alegato cualquiera, sino que resumía
perfectamente el daño moral que la caza de brujas, ese diabólico intento del
fascismo usamericano por imponerse ideológicamente en plena Guerra Fría,
infligió a buena parte del mundo intelectual y artístico usamericano. El caso
del cine, concretamente de los Diez de Hollywood, entre los que se hallaba
Dalton Trumbo, es el que se narra en esta película de corte biográfico pero
cuyas implicaciones de época permiten comprender perfectamente el modo como se
desarrolló la coacción moral y económica de aquel temible movimiento integrista
que fue el macartismo. Me ha recordado, aunque sin la variante melodramática
propia del cine de su autor, del alegato final de El gran dictador, de Chaplin. Y es justo empezar por el final esta
crítica porque se trata de una historia suficientemente conocida, puesto que el
propio hijo de Trumbo confeccionó un documental de éxito sobre el caso de su
padre. No es exactamente un biopic,
la película de Jay Roach, sino una muy inteligente narración de la peripecia
vital y social de un “apestado” que ha de recurrir a su más que demostrado
ingenio narrativo para sacar a la familia adelante y esperar el momento en que
pueda recuperar su propio nombre, que es la quest
artúrica en que el protagonista, tras pasar por la cárcel -¡que perfecta
síntesis de la humillación el “reconocimiento” físico ante el carcelero!-, la
pérdida total de su identidad, se empeña, paso a paso, en recuperar lo que
nunca debería haber perdido: su nombre propio. Hemos de recordar que mientras
duró el ostracismo a que fue condenado Dalton Trumbo ganó dos Oscars al mejor
guion sin poder recoger ninguno de ellos, por ser un autor al que le estaba
prohibido trabajar en la industria, por más que él lo hiciera mediante el uso
de testaferros, Vacaciones en Roma,
que supuso el lanzamiento a la fama de Audrey Hepburn, y el otro una modesta película
de serie B, El bravo, ambientada en
Méjico. Cinco años después de que él realizara Johnny cogió su fusil, y bastante después de que hubiera podido
volver a firmar guiones como Espartaco, Éxodo o Papillon, un cineasta tan
comprometido socialmente como Martin Ritt llevó al cine La tapadera, con Zero Mostel y Woody Allen, la primera película en
que se trata de forma abiertamente crítica la época de la caza de brujas en la
industria cinematográfica americana, una película, por cierto, que no está de
más volverla a ver, una vez se ha degustado, como corresponde, este Trumbo de
un director, Jay Roach, de quien ninguno de sus trabajos precedentes, sean los
de la serie de Austin Powers, sean Los
padres de ella y Los padres de él,
por ejemplo, permitía pensar que fuera capaz de realizar una película tan
emocionante como Trumbo, tan eficaz, tan conmovedora y tan inteligente. Es
cierto que el propio Trumbo era ya, per
se, un personaje, pero la película lo sobredimensiona hasta convertirlo en
un héroe de la resistencia intelectual contra el fascismo, amén de la
encarnación del pícaro cuyo ingenio y agudeza le permiten sobrevivir. La
interpretación de Bryan Cranston, el inolvidable Mr. White/Heisenberg de Breaking Bad, es un verdadero prodigio,
porque ha sabido hacer suyos tanto la persona como el personaje, y en la película
exhibe una gama de registros interpretativos que van de la alta comedia hasta
el drama existencial pasando por el lirismo sentimental o el cinismo de la
supervivencia, todos ellos con una capacidad de persuasión que explican el
aplauso final. La película trae a la memoria otra biografía, la de Edward
Murrow, narrada en la película Buenas
noches, y buena suerte, de George Clooney, quizás mejor director que actor,
porque, de hecho, fue el gran valladar del pensamiento libre contra el
movimiento fascista de McCarthy, ¡tan extraordinariamente representado en la
película por la acción destructiva de la periodista amarilla Hedda Hopper!, a
quien Helen Mirren es capaz de convertir en el prototipo de la crueldad, la
vileza y el fanatismo hipócrita del integrismo moral mediante una soberbia
interpretación que compite en igualdad de condiciones con la de Cranston.
¡Duelo memorable, el de ambos!
La
aparición en la película de actores y directores fielmente representados añaden
un interés vivo a la trama, porque la actuación decidida en favor de Trumbo de
actores tan prestigiosos como Kirk Douglas o directores como Otto Preminger,
con quien tiene un diálogo inolvidable, que ignoro si será del propio Trumbo: “Si
todas las escenas son excepcionales, le saldrá una película monótona, Sr.
Preminger”. “Vd. escriba todas las escenas excepcionales, Sr. Trumbo, que ya me
encargaré yo de rodar “irregularmente” algunas de ellas”, concede a la película
una dimensión social que va más allá del caso individual de Trumbo. Del tenor de
ese diálogo con Preminger son muchos de los que se oyen en la película, llena
de ingenio por los cuatro costados, aunque el premio de la escena magnífica se
lo lleva John Goodman, quien interpreta al productor de películas de serie B
Frank King, quien contrata a Trumbo como trabajador a destajo, a pesar de las
prevenciones que tiene ante una persona de su inteligencia, porque él produce películas
de serie B declaradamente “basura”; se trata de la escena en que a King lo “visita”
un emisario de la plataforma anticomunista
para que despida a Trumbo: ¡genial, la reacción de King!, y un momento
excelente de Goodman, un secundario de superlujo. Emociona ir al cine y
encontrarse con películas como Trumbo, porque, a veces, dado el nivel de las películas
que se estrenan casi a diario, cree uno que se va perdiendo la magia del cine,
pero esta película demuestra justo lo contrario. En definitiva, se trata de un
homenaje al poder de la creación, al talento narrativo y a la fidelidad a principios
que son el fundamento sólido del sistema democrático.
No leo tu columna, pues temo algún desvelo de la historia aunque parece prototípica. Un resistente frente al McCartismo. La veré este próximo fin de semana y entonces te comentaré. Por cierto, vi El olivo. No sé qué opinarás tú sobre ella. Me resulta curioso pensar sobre cuál puede ser tu opinión. La de Boyero fue muy tibia, algo desdeñosa.
ResponderEliminarHe visto el tráiler de El olivo y, de momento, y a salvo de otros elementos de persuasión, me disuadió de ir a verla. Y eso que toca un tema, el árbol, al que soy harto sensible. El vil asesinato del roble centenario en Extremadura el otro día me pareció el epítome de la crueldad.Si no recuerdo mal, me parece que Boyero hizo una referencia a Ken Loach, pero debe de tratarse del "peor" Loach, que hay uno que es muy bueno. el peor es el "español", el de Tierra y Libertad, por ejemplo... Para película excepcional, con árboles, Los limoneros, del israelí Eran Riklis, o El árbol de la vida o Gorilas en la niebla o... Intuyo que quizá a El olivo la lastre el exceso de "buenos sentimientos", cuya dosificación en el cine no siempre se consigue adecuadamente. El gran medidor de ellos fue Frank Capra, claro está. En fin, espero a tener más opiniones, antes de decidirme, pero de entrada no me atrae mucho, como la OTAN, vaya...
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