La
mujer sin piano: Ad
maiorem Machi gloriam: Una magnética película kaurismáquica de Javier
Rebollo
Título
original: La mujer sin piano
Año:
2009
Duración:
95 min.
País:
España
Director::
Javier Rebollo
Guión:
Javier Rebollo, Lola Mayo
Música:
Varios
Fotografía:
Santiago Racaj
Reparto:
Carmen Machi, Jan Budar, Pep Ricart, Nadia de Santiago
La maldición de un cinéfilo es no
poder estar al día de cuanto se proyecta en las pantallas, no solo porque a
veces ni siquiera llegan ciertas producciones a ellas, sino porque las
limitaciones de una vida humana son una maldición atroz y restadora. La suerte
de disponer, actualmente, de dos programas en la televisión pública en los que
se atiende, en La 1, a lo que suele
tener efímera vida en las pantallas, tan colonizadas y, en La 2, a la revisión
de la historia del cine español con un alegre desorden temporal y unas
clasificaciones semanales dudosamente genéricas, pero muy bienintencionada y con
una estupendísima selección de las obras fundamentales de nuestro cine, le ha
permitido a este crítico en sazón ver una película superlativa que excede, con
mucho, la calidad de las últimas propuestas de los directores jóvenes. Una mujer sin piano(2009) es una muestra
de lo que los cinéfilos solemos denominar puro
cine, esto es, una narración en la que el peso cae sobre las imágenes, no
sobre los diálogos de un guion que a menudo convierten muchas películas en
teatro filmado, antes que en cine hablado. Comencé a ver la película de Rebollo
por puro azar, del mismo modo que la grabé por mera curiosidad. No tenía
pensado sentarme a verla, pero a la que comenzaron a desfilar las imágenes por
la pantalla, me sentí tan imantado por lo que veía que me costó aguardar al día
siguiente –la primera cata la hice poco antes de haber decidido reunirme con
Morfeo en tendido supino para arreglar ciertos insomnios pendientes– para
acabar de sumergirme en lo que me pareció una humilde e impecable orgía
cinematográfica, porque, frente a quienes se lo achacan, nada hay de
pretencioso en la propuesta de Rebollo, ni tampoco advierte este crítico una
impostura como las que se nos endilgan so pretexto de ultramodernidad en no
pocas novedades.
La historia de una mujer incapaz de remover de
su apatía y asexualidad a su marido, a pesar no solo de la solicitud con que lo
trata, acaso excesivamente maternal, sino también de su clamorosa
disponibilidad erótica, deriva hacia una experiencia del azar vital que lleva a la mujer a ensayar durante la
noche la aventura de abandonar al inapetente de su marido o, en su defecto, la de
vivir, bajo otra personalidad concienzudamente elaborada a través de la
caracterización, ella trabaja como esteticista, un “romance” inesperado. Tal
cosa, o lo que podríamos decir que más se le parece, es lo que sucede cuando la
protagonista, con su maleta a cuestas, se adentra en la noche madrileña y se
deja llevar por un discreto pero firme deseo de aventura. La influencia de
Kaurismäki en la cinta va más allá de los abundantes silencios y del hieratismo
de las representaciones, para advertirse en el modo de rodar, en el uso de los
planos sin perspectiva, en la cuidadísima puesta en escena y en la voluntad
casi geométrica de disponer cosas y personas en el plano. Resulta sospechoso lo
bella que puede llegar a ser una ciudad como Madrid a ciertas horas de la noche
cuando la atraviesan personajes como Rosa y el trabajador polaco, Radek, en
impresionante actuación de Jan Budar, un personaje que se define de un modo aún
más simple que pudiera hacerlo Rosa: “Me gusta arreglar cosas”. Ese es el
señuelo al que se agarra Rosa en su noche errática, entre la piedad y el deseo,
para reescribir el fracaso de su vida y convertirlo en… lo que, finalmente, no
puede llegar a ser, cuando descubre que su “manitas” es secuestrado por
compatriotas mafiosos, quienes lo pescan poco antes de que él y Rosa se suban a
un tren que puede llevarlos no a un destino, sino a su destino, cualquiera que
fuese. La desolación de Rosa y la resignación inmediata con que ha de volver a
su casa, recuperar su aspecto habitual y sumergirse en el tedio cotidiano sólo
podría expresarlo una actriz de mucho peso, propiamente lo que llamamos un
animal escénico, y eso es lo que consigue Carmen Machi en esta película.
A pesar del tono dramático que pueda
advertirse en esta descripción de soledades compartidas, deudora en buena
medida del cine de Jaime Rosales, hay un sutil sentido del humor que atraviesa
toda la película y que nos reconforta, nos alivia. El hambre atrasada del
polaco y la defensa del trabajo “especializado” que supone el uso del láser
para la depilación constituyen momentos casi hilarantes en la película. Es
particularmente llamativa la escena en la que sale de la estación para fumar en
la calle y se encuentra al lado de una prostituta que recela de la competencia.
Cuando se para un coche y la prostituta se acerca, el cliente le sugiere un
trío con las dos, para desconcierto de quien escoge la vía polaca frente a la
reedición cutre de Belle de Jour… Y
el espectador no sale perdiendo, en efecto.
Es cierto que sorprenderá a algunos espectadores el que la película esté
más cerca del cine mudo que del cine hablado, pero la elocuencia de los encuadres
y de las imágenes es de tal naturaleza que en modo alguno puede echarse en
falta el otro discurso, el oral, cuando el de las imágenes es tan parlanchín.
Se trata, en definitiva, de una película idónea para cinéfilos, pero muy
adecuada para quienes haya desarrollado la sensibilidad y la empatía que nos
permite vivir en la piel de los demás historias tan anodinas, pero tan atroces
como la de Rosa y Radek.
Tienes toda la razón promete, se me va haciendo larga la lista de películas para buscar y ver.
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