Una crisis matrimonial, un caso criminal y cuando el pánfilo deviene seductor…
Título original: The File on Thelma Jordon
Año: 1950
Duración 100 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Siodmak
Guion: Ketti Frings (Historia: Marty Holland)
Música: Victor Young
Fotografía: George Barnes (B&W)
Reparto: Barbara Stanwyck, Wendell Corey, Paul Kelly, Joan Tetzel, Stanley Ridges, Byron Barr, Laura Elliott,
Basil Ruysdael, Gertrude Hoffman, Barry Kelley.
Poco antes de regresar a Europa,
acuciado por el comité para la reprensión de las actividades usamericanas, que
le había incluido en la lista de sospechosos de pertenecer al Partido Comunista
Americano o de simpatizar con sus actividades y defenderlas, Robert Siodmak
realizó esta película que retoma ideas básicas de otras suyas, especialmente,
El sospechoso, que critiqué recientemente en este Ojo, y El abrazo de la
muerte, que también critiqué, pero en 2016. Dos son los ingredientes que se
mezclan en las tres tramas: el thriller y el melodrama, aunque bien podíamos
quitarle la melodía a las pasiones en juego y reconducirlas hacia el
drama puro y duro, con serias implicaciones morales. Las tres películas tienen
cada una su personalidad, de ahí que en ningún momento puedan entenderse como
versiones de una misma historia. Lo que une a las tres, sin embargo, es el
poderoso ejercicio de representación por parte de los actores, que dan la talla
de una manera excepcional, lo que no es de extrañar cuando en esos castings
descubrimos a Charles Laughton, a Burt Lancaster, Dan Duryea y Barbara Stanwyck
en uno de sus muchos grandes papeles, porque su larga carrera le ha permitido
convertirse en uno de los mitos de Hollywood, una de las más equisitas mujeres
fatales de la historia del celuloide.
He de reconocer
que los primeros compases de la película nos dan la impresión de estar en una
película de serie B en cuyo visionado se persevera porque intuimos, por ciertos
planos, la aparición de Stanwyck y el
curioso encuentro de un borracho con una mujer seductora, que vamos a ver una
película de las de arrellanarse cómodamente en la butaca. Y así es. Otro
aparente obstáculo, la presencia protagonista de Wendell Corey, a quien
asociamos, precisamente, con esa serie B, pronto se convierte, sin embargo, en
una de los grandes alicientes de la película, una oportunidad de oro que el
eterno secundario de las grandes estrellas no supo desaprovechar. Hasta en la
pésima versión doblada al castellano, porque Filmin no ofrecía el v.o.s.e.,
puede reconocerse el magnífico trabajo de Corey, quien, como asistente del
Fiscal del Distrito, con quien lo confunde la protagonista al llegar a su
oficina, no sabe que ha sido el «elegido» para poder urdir una trama que
acabará con la muerte de una tía de la protagonista, quien heredará su dinero.
¿Qué ocurre en medio de esa trama que aparece como uno de esos imprevistos con
los que ni los más fríos y calculadores asesinos pueden evitar que se cruce en
su camino?: pues que la mujer fatal que seduce al ayudante del distrito acaba
enamorándose de él y…, pero eso ya lo han de ver los espectadores, a quienes se
les debe el respeto de no desvelar el desenlace de una trama muy bien urdida, y
casi sin que el espectador se dé cuenta, a juzgar por la sutileza con que la
protagonista juega sus cartas. Si hay algo que puede «chirriar» en la trama es el
infeliz matrimonio del protagonista, porque su bella esposa, Joan Tetzel -que destacó en El caso Paradine, de
Hitchcock-, tiene una más que estrecha relación con sus padres, y especialmente
con su padre, a quien el yerno no soporta y viceversa. Él la ama y es feliz con
ella, pero la intromisión constante en su vida de los suegros parece bastar
para «incitarlo» a caer en los brazos de la mujer fatal que se cruza por azar
en su vida. Se despierta en él, entonces, un nuevo horizonte: el de la pasión
que renueva la ya olvidada que debió de preceder a su matrimonio, si bien en
este caso podríamos hablar de los brazos «de la mujer madura», en contraste con
la joven esposa. La cuajada madurez de la amante y el aire de misterio que
rodea su persona atraen como un imán al ayudante del fiscal, quien, cumpliendo
lo urdido a sus espaldas, ha de tratar de probar, en un juicio, que ella fue la
responsable de la muerte…
Siodmak
consigue crear un personaje, el del ayudante del fiscal, cuyas inseguridades,
dudas y apasionamientos logran persuadir al espectador de que está ante un
verdadero conflicto existencial, no ante las «exigencias» de un guion que,
prescindiendo de la psicología de los personajes se centra en la trama como un
potente valor en sí misma, por más que esta recibe un trato privilegiado en la
película y así lo percibimos en la magnífica secuencia del descubrimiento del
cadáver y la huida «por los pelos» del fiscal antes de ser descubierto en la
casa por el criado.
No es una de
las películas más conocidas de Siodmak, a pesar de la aparición de Barbara
Stanwyck, una de las actrices con más películas criticadas en este Ojo,
pero estoy convencido de que a los amantes de las buenas tramas e
interpretaciones les complacerá.
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