martes, 8 de agosto de 2023

«Oppenheimer», de Christopher Nolan o el fiasco.

 

Una tensa biografía escamoteadora (¡La Física brilla por su ausencia!) en la que la banda sonora asume responsabilidades del guion.

 

 

Título original: Oppenheimer

Año: 2023

Duración: 180 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Christopher Nolan

Guion: Christopher Nolan. Libro: Kai Bird, Martin J. Sherwin. Biografía sobre: J. Robert Oppenheimer

Música: Ludwig Göransson

Fotografía: Hoyte van Hoytema

Reparto: Cillian Murphy; Emily Blunt; Robert Downey Jr.; Matt Damon; Josh Hartnett; Florence Pugh; Jason Clarke; Alden Ehrenreich; David Krumholtz; Ben Safdie; Kenneth Branagh; Rami Malek; Gary Oldman; Tom Conti; Casey Affleck; Dane DeHaan; Tony Goldwyn; Matthew Modine; Matthias Schweighöfer; Jack Quaid; Gustaf Skarsgård; Louise Lombard; David Dastmalchian; James D'Arcy; Dylan Arnold; Scott Grimes; Alex Wolf; Olivia Thirlby; Josh Zuckerman; Michael Angarano; Robert Pugh; David Bertucci; Harrison Gilbertson; David Rysdahl; Macon Blair; Alex Wolff; Emma Dumont; Josh Peck; Trond Fausa; Devon Bostick; Máté Haumann; James Remar; Steve Coulter.

 

          El buen comienzo de la película, cuando la mente de Oppenheimer es capaz de ver en fugaces imágenes de la realidad una réplica del comportamiento de las fuerzas elementales del cosmos me remitió enseguida a la historia maravillosa de una obsesión de diferente naturaleza, Pi, de Darren Aronofsky, y me las prometí muy felices, porque enseguida intuí el desarrollo intimista de una pasión por el conocimiento, posteriormente puesto al servicio de la causa militar contra la amenaza totalitaria contra la que luchaban los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. ¿En qué momento esa promesa se viene abajo y es sustituida por un ejercicio demencial de lucha contra el cronómetro, expiación de una culpa hipermagnificada y un supuesto thriller burocrático  en el desierto de Nuevo Méjico, concretamente en Los Alamos, donde se instaló el cuartel general en el que se desarrollarían los estudios y las pruebas de laboratorio para la fabricación de la primera bomba nuclear. Todo ello se nos intenta narrar desde una épica que se confunde de modos y contenidos, porque todo queda en una suerte de organización administrativa en la que se nos insiste que trabajan las mejores mentes científicas del país, y aun del extranjero, en una laboratorio y asentamiento tan inexpugnable como secreto; pero jamás vemos en acción a nadie, salvo para minucias de detonaciones y dedos que tiemblan antes de accionar el dispositivo que nos permitirá oír el silencio de la destrucción masiva después de haber sufrido la tortura de una música desquiciante que se acerca más al ruido estridente que propiamente a lo que entendemos por una banda sonora. La ausencia de una verdadera tensión dramática en el desarrollo del guion la sustituye el director por una música de Ludwig Göransson que en vez de alimentar esa tensión solo consigue distanciarte por completo de una complejidad moral que queda reducida a cenizas, de puro simplismo. Se endereza algo en las sesiones, también secretas de un tribunal no ordinario en el que se juzga si se continúa confiando en Oppenheimer como director del proyecto de armamento nuclear, una vez concluido con éxito el llamado «Proyecto Manhattan» que él dirige, aunque con esa manera exhibicionista de dirigir que no se compadece con su categoría científica, porque, salvo un episódico intercambio con un Einstein en horas muy bajas, poco o nada pueden los espectadores evaluar sobre la importancia de Oppenheimer en su propio terreno científico. Se da por hecho su importancia indiscutible y todo se reduce, en consecuencia, a sus maneras de dirigir el proyecto y a su «atormentada» personalidad, a la que se suma su manera sui géneris de abordar las relaciones sentimentales.

          Sí, de cuanto llevo dicho no sería difícil deducir que los mimbres para una biografía están «ahí», pero la labor de dirección y el montaje, ¡un frenesí!, convierten las posibilidades de una historia abordable desde diferentes perspectivas en un popurrí que no deja títere con cabeza. Y sí, hay personajes como el del director militar de los Alamos o el congresista interpretado magistralmente por Robert Downey Jr a los que estos actores acaban dando un relieve que acaso en la historia real no tengan, de igual manera que aparece con una fugacidad impropia Henry Stimson, a quien debemos que preservara la antigua capital de Japón, Kyoto, la antigua Edo, de la destrucción de la bomba nuclear, porque Kyoto es patrimonio de la Humanidad, como nadie ignora. Downey Jr compone un personaje muy digno de mención, y su actuación nos recuerda clásicos del cine político como 7 días de mayo, de John Frankenheimer o Tempestad sobre Washington, de Otto Preminger. ¿Pero a cuento de qué, ese afán de encadenar planos y planos a un ritmo frenético, cambiando de tiempo y de espacio sin darle respiro al espectador?  De ello no se deriva, a la postre, sino una confusión muy notable, porque nadie está obligado a leerse una biografía del personaje antes de entrar a la sala de cine, para no perderse en el alud de nombres, muchos de campanillas, muchos irrelevantes y algunos perfectamente prescindibles, con que el espectador trata de hacerse una composición de lugar del itinerario biográfico del científico con pasado izquierdista, y sospechoso de ser una fuente de información para el «enemigo», porque la simpleza política de Oppenheimer es incapaz de ver que en ese laboratorio se están poniendo las bases de lo que ha de ser la futura Guerra Fría que, en un equilibrio de poder de destrucción, todo se ha de decir, ha mantenido a Europa sin guerra durante el periodo más largo de su Historia. Pienso y repienso en lo que hubiera sido capaz de hacer Frankenheimer si hubiera tenido la oportunidad de rodar la biografía de Oppenheimer. Pero la de Nolan es la que es. Confieso, para que no se tache de hostilidad gratuita esta crítica, que soy devoto de algunas de sus películas, Following, Memento, Origen…, pero que no pude soportar Tenet, por ejemplo, de la que esta anda demasiado cerca, lo que es muy impropio, dada la biografía más o menos «tradicional» y burguesa del Físico. La mujer de Oppenheimer expresa a través de su indignación claramente el patriotismo del científico, quien se niega a defenderse de una acusación que roza el delirio, pero que tendrá repercusiones en su vida. Quizás los mejores momentos de la película sean el juicio irregular al que se le somete y las audiencias en el Senado, porque en ambos momentos se serena el ritmo trepidante y tenemos la oportunidad de «reposar» lo que ocurre. Las tomas, sobre todo en el juicio secreto al director del proyecto Manhattan, en ese lugar tan estrecho, como si fuera la prefiguración de una celda carcelaria, permiten «vivir» intensamente el acoso despiadado a la reputación civil de un personaje público a quien resulta difícil destronar de su gloria mediática e histórica e imprescindible relegar al anonimato para asegurar su inoperancia.

          La convicción de que una bomba atómica pondría fin a la guerra es el norte de Oppenheimer a lo largo de la película, y eso acalla sus dudas morales, pero permite, después, expresar su reticencia a seguir desarrollando un armamento capaz de destruir el mundo o buena parte de él, momento en el que se inicia la «caza y captura» del científico «rojo», y no hace falta recordar la histeria anticomunista que se vivió en los años posteriores al estallido de esa bomba. Me ha traído a la memoria El telón de acero, de William Wellman, en la que se da el caso contrario, el científico soviético que se acaba pasando al «enemigo» cuando es destinado a una misión en la embajada soviética en Canadá. Todo eso ya cae dentro del cine de propaganda, y poco o nada tiene que ver con esa película de Nolan, quien, a pesar de tener un excelente material narrativo en sus manos, ha cedido a una visión «atropellada» del personaje que no acaba de perfilar nítidamente sus luces y sus sombras. Que se trataba de un hombre «influenciable» se deja ver en ese momento en que un colega le dice que los científicos no son militares y que qué diablos hace él de uniforme en vez de vestir como un científico, y ahí es cuando, un poco «a lo Indiana Jones», Oppenheimer convierte el sombrero holgado en una suerte de seña de identidad.

          La película es un auténtico maratón de personajes, datos, encuentros, cambios y choques íntimos e ideológicos que devienen un auténtico matalotaje en el que hubiera faltado una perspectiva de sosiego que seleccionara lo verdaderamente importante y lo hubiera desarrollado más pausadamente, de modo que emergiera el científico y sus contradicciones, aun a riesgo de perder la dimensión heroica de una aventura que se sustenta en la banda sonora, como he dicho en el título, no en el guion. De Cillian Murphy, después de haberme enamorado de él en Desayuno en Plutón, de Neil Jordan y confirmar mi admiración en El viento que agita la cebada, de Ken Loach, ¿qué puedo decir? Está tan sobresaliente como desperdiciado, a fuer de sincero. Y ello se debe a que se dan por sobreentendidas tantas cosas de él, de su vida, que el director no se ha tomado la molestia de acercárnoslo humanamente para que pudiéramos conocerlo e intimar con él antes de ser lanzado a la vorágine bélica. En fin, veo la película más como una oportunidad perdida que como el film redondo que me hubiera gustado que fuera.

         

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