Una tensa biografía
escamoteadora (¡La Física brilla por su ausencia!) en la que la banda sonora
asume responsabilidades del guion.
Título original: Oppenheimer
Año: 2023
Duración: 180 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan. Libro: Kai Bird, Martin J. Sherwin. Biografía sobre: J. Robert Oppenheimer
Música: Ludwig Göransson
Fotografía: Hoyte van
Hoytema
Reparto: Cillian Murphy; Emily
Blunt; Robert Downey Jr.; Matt Damon; Josh Hartnett; Florence Pugh; Jason
Clarke; Alden Ehrenreich; David Krumholtz; Ben Safdie; Kenneth Branagh; Rami
Malek; Gary Oldman; Tom Conti; Casey Affleck; Dane DeHaan; Tony Goldwyn; Matthew
Modine; Matthias Schweighöfer; Jack Quaid; Gustaf Skarsgård; Louise Lombard; David
Dastmalchian; James D'Arcy; Dylan Arnold; Scott Grimes; Alex Wolf; Olivia
Thirlby; Josh Zuckerman; Michael Angarano; Robert Pugh; David Bertucci; Harrison
Gilbertson; David Rysdahl; Macon Blair; Alex Wolff; Emma Dumont; Josh Peck; Trond
Fausa; Devon Bostick; Máté Haumann; James Remar; Steve Coulter.
El buen
comienzo de la película, cuando la mente de Oppenheimer es capaz de ver en
fugaces imágenes de la realidad una réplica del comportamiento de las fuerzas
elementales del cosmos me remitió enseguida a la historia maravillosa de una
obsesión de diferente naturaleza, Pi, de Darren Aronofsky, y me las
prometí muy felices, porque enseguida intuí el desarrollo intimista de una pasión
por el conocimiento, posteriormente puesto al servicio de la causa militar contra
la amenaza totalitaria contra la que luchaban los Aliados en la Segunda Guerra
Mundial. ¿En qué momento esa promesa se viene abajo y es sustituida por un ejercicio
demencial de lucha contra el cronómetro, expiación de una culpa
hipermagnificada y un supuesto thriller burocrático en el desierto de Nuevo Méjico, concretamente
en Los Alamos, donde se instaló el cuartel general en el que se desarrollarían
los estudios y las pruebas de laboratorio para la fabricación de la primera
bomba nuclear. Todo ello se nos intenta narrar desde una épica que se confunde
de modos y contenidos, porque todo queda en una suerte de organización administrativa
en la que se nos insiste que trabajan las mejores mentes científicas del país,
y aun del extranjero, en una laboratorio y asentamiento tan inexpugnable como
secreto; pero jamás vemos en acción a nadie, salvo para minucias de detonaciones
y dedos que tiemblan antes de accionar el dispositivo que nos permitirá oír el silencio
de la destrucción masiva después de haber sufrido la tortura de una música
desquiciante que se acerca más al ruido estridente que propiamente a lo que
entendemos por una banda sonora. La ausencia de una verdadera tensión dramática
en el desarrollo del guion la sustituye el director por una música de Ludwig
Göransson que en vez de alimentar esa tensión solo consigue distanciarte por
completo de una complejidad moral que queda reducida a cenizas, de puro
simplismo. Se endereza algo en las sesiones, también secretas de un tribunal no
ordinario en el que se juzga si se continúa confiando en Oppenheimer como
director del proyecto de armamento nuclear, una vez concluido con éxito el
llamado «Proyecto Manhattan» que él dirige, aunque con esa manera exhibicionista
de dirigir que no se compadece con su categoría científica, porque, salvo un
episódico intercambio con un Einstein en horas muy bajas, poco o nada pueden
los espectadores evaluar sobre la importancia de Oppenheimer en su propio
terreno científico. Se da por hecho su importancia indiscutible y todo se
reduce, en consecuencia, a sus maneras de dirigir el proyecto y a su «atormentada»
personalidad, a la que se suma su manera sui géneris de abordar las relaciones sentimentales.
Sí, de cuanto
llevo dicho no sería difícil deducir que los mimbres para una biografía están «ahí»,
pero la labor de dirección y el montaje, ¡un frenesí!, convierten las
posibilidades de una historia abordable desde diferentes perspectivas en un popurrí
que no deja títere con cabeza. Y sí, hay personajes como el del director
militar de los Alamos o el congresista interpretado magistralmente por Robert
Downey Jr a los que estos actores acaban dando un relieve que acaso en la
historia real no tengan, de igual manera que aparece con una fugacidad impropia
Henry Stimson, a quien debemos que preservara la antigua capital de Japón,
Kyoto, la antigua Edo, de la destrucción de la bomba nuclear, porque Kyoto es
patrimonio de la Humanidad, como nadie ignora. Downey Jr compone un personaje
muy digno de mención, y su actuación nos recuerda clásicos del cine político
como 7 días de mayo, de John Frankenheimer o Tempestad sobre Washington,
de Otto Preminger. ¿Pero a cuento de qué, ese afán de encadenar planos y planos
a un ritmo frenético, cambiando de tiempo y de espacio sin darle respiro al
espectador? De ello no se deriva, a la
postre, sino una confusión muy notable, porque nadie está obligado a leerse una
biografía del personaje antes de entrar a la sala de cine, para no perderse en el
alud de nombres, muchos de campanillas, muchos irrelevantes y algunos perfectamente
prescindibles, con que el espectador trata de hacerse una composición de lugar
del itinerario biográfico del científico con pasado izquierdista, y sospechoso
de ser una fuente de información para el «enemigo», porque la simpleza política
de Oppenheimer es incapaz de ver que en ese laboratorio se están poniendo las
bases de lo que ha de ser la futura Guerra Fría que, en un equilibrio de poder
de destrucción, todo se ha de decir, ha mantenido a Europa sin guerra durante
el periodo más largo de su Historia. Pienso y repienso en lo que hubiera sido
capaz de hacer Frankenheimer si hubiera tenido la oportunidad de rodar la
biografía de Oppenheimer. Pero la de Nolan es la que es. Confieso, para que no se
tache de hostilidad gratuita esta crítica, que soy devoto de algunas de sus películas,
Following, Memento, Origen…, pero que no pude soportar Tenet,
por ejemplo, de la que esta anda demasiado cerca, lo que es muy impropio, dada
la biografía más o menos «tradicional» y burguesa del Físico. La mujer de
Oppenheimer expresa a través de su indignación claramente el patriotismo del
científico, quien se niega a defenderse de una acusación que roza el delirio,
pero que tendrá repercusiones en su vida. Quizás los mejores momentos de la
película sean el juicio irregular al que se le somete y las audiencias en el
Senado, porque en ambos momentos se serena el ritmo trepidante y tenemos la
oportunidad de «reposar» lo que ocurre. Las tomas, sobre todo en el juicio
secreto al director del proyecto Manhattan, en ese lugar tan estrecho, como si
fuera la prefiguración de una celda carcelaria, permiten «vivir» intensamente
el acoso despiadado a la reputación civil de un personaje público a quien
resulta difícil destronar de su gloria mediática e histórica e imprescindible
relegar al anonimato para asegurar su inoperancia.
La convicción
de que una bomba atómica pondría fin a la guerra es el norte de Oppenheimer a
lo largo de la película, y eso acalla sus dudas morales, pero permite, después,
expresar su reticencia a seguir desarrollando un armamento capaz de destruir el
mundo o buena parte de él, momento en el que se inicia la «caza y captura» del
científico «rojo», y no hace falta recordar la histeria anticomunista que se
vivió en los años posteriores al estallido de esa bomba. Me ha traído a la
memoria El telón de acero, de William Wellman, en la que se da el caso
contrario, el científico soviético que se acaba pasando al «enemigo» cuando es
destinado a una misión en la embajada soviética en Canadá. Todo eso ya cae
dentro del cine de propaganda, y poco o nada tiene que ver con esa película de
Nolan, quien, a pesar de tener un excelente material narrativo en sus manos, ha
cedido a una visión «atropellada» del personaje que no acaba de perfilar nítidamente
sus luces y sus sombras. Que se trataba de un hombre «influenciable» se deja
ver en ese momento en que un colega le dice que los científicos no son
militares y que qué diablos hace él de uniforme en vez de vestir como un científico,
y ahí es cuando, un poco «a lo Indiana Jones», Oppenheimer convierte el
sombrero holgado en una suerte de seña de identidad.
La película es
un auténtico maratón de personajes, datos, encuentros, cambios y choques
íntimos e ideológicos que devienen un auténtico matalotaje en el que hubiera
faltado una perspectiva de sosiego que seleccionara lo verdaderamente
importante y lo hubiera desarrollado más pausadamente, de modo que emergiera el
científico y sus contradicciones, aun a riesgo de perder la dimensión heroica
de una aventura que se sustenta en la banda sonora, como he dicho en el título,
no en el guion. De Cillian Murphy, después de haberme enamorado de él en Desayuno
en Plutón, de Neil Jordan y confirmar mi admiración en El viento que
agita la cebada, de Ken Loach, ¿qué puedo decir? Está tan sobresaliente
como desperdiciado, a fuer de sincero. Y ello se debe a que se dan por
sobreentendidas tantas cosas de él, de su vida, que el director no se ha tomado
la molestia de acercárnoslo humanamente para que pudiéramos conocerlo e intimar
con él antes de ser lanzado a la vorágine bélica. En fin, veo la película más
como una oportunidad perdida que como el film redondo que me hubiera gustado
que fuera.
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