miércoles, 2 de agosto de 2023

«Me case con una bruja», de René Clair y «Me enamoré de una bruja», de Richard Quine: seductoras.

 

Título original: I Married a Witch

Año: 1942

Duración: 78 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: René Clair

Guion: Robert Pirosh, Marc Connelly, René Clair. Novela: Thorne Smith, Norman Matson

Música: Roy Webb

Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W)

Reparto: Frederic March; Veronica Lake; Robert Benchley; Susan Hayward; Cecil Kellaway; Elizabeth Patterson.

 







Título original: Bell, Book and Candle

Año: 1958

Duración: 106 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Richard Quine

Guion: Daniel Taradash. Obra: John Van Druten

Música: George Duning

Fotografía: James Wong Howe

Reparto: James Stewart; Kim Novak; Jack Lemmon; Ernie Kovacs; Hermione Gingold; Elsa Lanchester; Janice Rule; Philippe Clay; Bek Nelson; Howard McNear; The Brothers Candoli.

 

Dos hechizos, en blanco y negro y color…para las noches de todo el año, y especialmente para las de verano…

 

          El humor inteligente ha sido siempre uno de los grandes atractivos del cine, no solo porque no es fácil arrancar la risa del público, sino también porque a través de él somos invitados con frecuencia a la reconsideración de nuestras propias vidas, individuales, familiares y sociales. Desde los comienzos de la literatura, el humor ha sido un factor determinante de muchos géneros, aunque abunde poco en la lírica y sea más propia del teatro que, como reflejo de la realidad, se presta más. Ni siquiera se ha de mencionar a Aristófanes o a Plauto para saber que el humor hunde sus raíces en la noche de los tiempos, si bien los recursos imaginativos que lo han alumbrado se han sucedido a lo largo del tiempo con impecable regularidad.

          Eso ocurre con las dos películas que he agrupado en esta sesión doble, porque la presencia de las brujas y sus negras artes en el cine tiene varias dimensiones, pero la cómica, como luego la televisión explotaría con esa delicia que se llamó Embrujada, se lleva la palma. La primera, en blanco y negro, de René Clair, es, junto con Sucedió mañana, una de las más deliciosas películas del género fantástico, y aún hoy es capaz no solo de mantener vivo el interés del espectador, sino de arrancarle la carcajada con no pocos gags estupendamente preparados. La historia se remonta a la maldición que una bruja echa sobre los Wooley: jamás serán felices en el amor. Tras un graciosa recorrido a través del tiempo, llegan al presente y en él un Wooley se presenta a las elecciones para gobernador. Justo antes va a casarse con la hija del propietario del diario que ha hecho campaña entusiasta por él. En ese preciso momento el destino de la bruja se cruza con quien se va a someter a un matrimonio de conveniencia. Un incendio en un hotel provocado por el padre de la bruja permite que el candidato oiga voces de auxilio y entre para salir del edificio llevando en brazos a una rubia que responde al nombre de la actriz Veronica Lake, la bruja. Desde ese momento, la rivalidad de la futura novia con quien va a casarse, Susan Hayward, magnífica en su papel de novia a la fuerza, obligada por su propio padre, marca un desarrollo que nos llevará, sorpresa tras sorpresa, hasta el momento culminante de la ceremonia nupcial, absolutamente desternillante. ¿Aún no he dicho que Frederic March, el candidato, derrocha una vis cómica capaz de competir con la de Cary Grant? Pues así es. Con ambos en escena, la pareja March-Lake, el nivel de la comedia alcanza cotas de calidad extraordinarias. Hay momentos en que el guion roza la comedia alocada, la screwball comedy; pero las buenas artes de René Clair, siempre supeditado al servicio de la narración, saben encauzarla hacia la comedia clásica de enredos que se resuelve a la perfección con un final espléndido. Hay varios actores secundarios sin los cuales la película no sería tan redonda como es, como es el caso del amigo del protagonista, Robert Benchley y el padre de la bruja, Cecil Kellaway. El humor, no obstante, rezuma en cualquier situación de la película, como cuando el dueño del hotel habla con el candidato riéndose con absoluta tranquilidad frente a la ruina de su negocio porque «lo tiene asegurado» y sueña ya con construir otro que refleje, mejor, su gusto estético. Está claro que la habilidad de los guionistas es definitiva, y ahí está Robert Pirosh, que trabajó en los guiones de varias películas de los Hermanos Marx, y Marc Connelly, Oscar por el guion de Capitanes intrépidos, de Víctor Fleming.

          Me enamoré de una bruja, de Richard Quine, una de sus varias colaboraciones con Kim Novak, de quien estaba enamorado sin ser correspondido, es una película en color, ¡pero qué color!, y con dos intérpretes en estado de gracia: La propia Kim Novak y James Stewart. Accidentalmente, un vecino del edificio en cuyos bajos tiene una tienda de objetos exóticos Kim Novak, entra en la tienda de esta porque la tía de ella, otra bruja, que vive en el piso de arriba de él, ha inutilizado el teléfono, razón por la que baja a la tienda para llamar. A partir de ese momento, el hombre ignora que ha entrado en lo más parecido a la perdición. La película arranca con una Kim Novak quejosa de no conocer personas «normales e interesantes» como su vecino. Establecida la cita de Navidad con su novia, decide acabar la velada en el club Zodiaco, al que la tía lo invita. Al margen de que en el club hay una memorable actuación del chansonniere Philippe Clay, la visita del protagonista con su novia nos revela que la bruja y la novia se conocen por haber asistido al mismo College, y se descubre una rivalidad acerba entre ambas. El hermano de Novak, también brujo, es un espléndido y jovencísimo Jack Lemmon, quien exhibe sus maravillosas dotes histriónicas. Tras una huida tensa del local, el vecino pasa por la tienda y allí toma la última copa del día, tras la cual acaba sometido al hechizo desplegado por Kim Novak quien, aquí entre nosotros, no necesita de ningún arte de brujería para seducir a alguien, la verdad sea dicha. La prueba está en los planos de ella que toma Quine, a cual más soberbio y seductor. Si a su físico se le añade la voz rasgada y melosa que ella sabe usar con extrema habilidad, nos hallamos ante una comedia romántica que nada tiene que ver, en punto a calidad, con las mil y una que invadieron nuestras pantallas desde, pongamos…, Notting Hill, y mucho antes. El dibujo de los personajes, los magníficos secundarios, entre los que, aparte de Lemmon, sobresale por su propia valía indiscutible Elsa Lanchester, protagonista inolvidable de La novia de Frankenstein, de James Whale; el modo como se va accediendo al conflicto de la revelación de la condición de ella y de sus familiares; la lentitud enamorada con que Quine enmarca la figura de Gillian en su tienda o en el despacho de su enamorado; el vestuario, la puesta en escena del club Zlodiaco, donde se reúnen todos los brujos de Nueva York, según le cuenta el hermano, Nick, a un historiador de la brujería cuyo libro rechaza el protagonista, aunque inducido por las artes de su enamorada. La película tiene momentos de intensa emoción, como el beso apasionado en la azotea del edificio Flattiron o, cuando ambos amantes han roto definitivamente, la aparición del llanto en la mejilla de ella… En conjunto, la película se ve con extrema complacencia y notable admiración por el modo como un buen guion es aprovechado por Quine para seducir al espectador de una seducción espectacular. Inolvidable el fotograma que encuadra el rostro de Novak tras el primer plano de su gato con una tonalidad verde dominante…

          En fin, un divertido programa doble que merece su buena tarde o noche de sofá…

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