jueves, 26 de julio de 2018

“Misterio en la marisma”, de Claudio de la Torre, un cineasta singular y cosmopolita.



En la mejor escuela de Max Ophüls y Alfred Hitchcock, una película a contracorriente en los años 40 españoles: Misterio en la marisma o la belleza agreste de la marisma y los planos líricos de una historia gótica.

Título original: Misterio en la marisma
Año: 1943
Duración: 68 min.
País: España
Dirección: Claudio de la Torre
Guion: Claudio de la Torre
Música: Salvador Ruiz de Luna
Fotografía: Theodore J. Pahle (B&W)
Reparto: Conchita Montes,  Fernando Fernández de Córdoba,  Gabriel Algara, Juan Fernández,  Luis de Arnedillo,  Tony D'Algy. Josefina de la Torre.

¡Por los Lumière benditos, lo que da de sí una breve incursión documental en un autor desconocido de nuestro cine, Claudio de la Torre! Me atrajo la película por unas imágenes de las marismas del Guadalquivir y por la curiosidad de si podían competir con el despliegue estético apabullante de La isla mínima, de Alberto Rodríguez, a la que precede en el descubrimiento cinematográfico de ese espacio tan poético como escenario natural. No decepciona, a pesar de que algunas imágenes se repiten varias veces, pero hay escenas, como la de la ensoñación que sufre el protagonista en las dunas llenas de una calidad lírica excepcional. De la trama llama la atención el intento de crear una película de high society española, con aires cosmopolitas, en plena posguerra del hambre y el racionamiento. El director, educado en Inglaterra e iniciado en el cine en Francia, donde rueda su primera película, Pour vivre heureux, con una jovencísima Simone Simon, imprime a su última película, pues es autor de obra muy corta, una elegancia en la puesta en escena, acompañada con unos lentos movimientos de cámara, que generan un clima de misterio casi gótico, muy próximo a la película con la que, a la fuerza, ha de relacionarse esta: Rebeca, de Hitchcock, estrenada tres años antes, en 1940. Contrasta, eso sí, la atmósfera social con las maneras campechanas de decir de los personajes, muy españoles en eso, como si  Conchita Montes hubiera contagiado su particular manera de decir al resto del reparto. A título anecdótico cabe indicar que en una escena en que al padre del protgonista, Fernando Fernández de Córdoba, quien recibe un pellizco por parte de la antigua novia  la que dejó plantada ante el altar, se le escapa un ¡Joder!, la mar de natural, además,  que deja perplejo a quienes sabemos que estamos en la primerísima posguerra.  Fernández de Córdoba, locutor que fue de Radio Nacional, radio el último y celebre parte del bando franquista que proclamaba la victoria en la contienda civil. La historia, de misterio, con antecedentes familiares que explican la trama, es muy del gusto del teatro de la época, con tramas en las que aparecen personajes “raros”, extraños a su contexto, en el que parecen vivir sin acabar de encontrar un sentido a su vida. Y ahí entra ella, la dama misteriosa de origen polaco que acrecienta el misterio con la seguridad, intuye el espectador, de quien tiene la clave para resolverlo, y de ahí la comodidad con que se desenvuelve frente al resto de los personajes. Todo discurre como en otros intentos de películas al estilo de las usamericanas de alta sociedad de los 40, y la mansión gótica de las marismas, con amplios espacios interiores por donde discurren los personajes como por un castillo lleno de fantasmas y recuerdos amenazadores, contribuye poderosamente al clima de misterio que domina en la cinta. Los toques populares que tiene la cinta proceden de la procedencia andaluza de los aristócratas que acogen a la supuesta condesa polaca, no solo del espacio de las Marismas, cuya belleza magnífica constituye uno de los grandes alicientes de la cinta, caza del ciervo incluida, sino también por los aspectos folclóricos que hacen su aparición en la película. Y ahí, para los buenos aficionados, hay dos presencias impagables. La primera, un baile de Lola Flores a la que en lo títulos de crédito se presenta como Lolita Flores.. y la segunda, otro baile, pero este nada más y nada menos que de Fernando Fernández Monje, quien dicho así es más anónimo que un servidor, pero a quienes los aficionados al flamenco conocemos bien por Terremoto de Jerez. ¡Con 9 años, Terremoto -así se le presenta ya en los títulos de crédito- se marca un baile que deja a los espectadores con la famosa boca abierta por la admiración! No sé si el baile perdió una figura, pero lo que sí puedo decir, por experiencia de aficionado al flamenco que el cante ganó uno de los grandes. Hace poco, además, en otra película de este magnífico repaso a la historia de nuestro cine español que lleva a cabo La 2 de RTVE, Terremoto aparecía en otra película, Flamencos, de Jesús Yagüe, una historia de cante y de celos protagonizada por un excelente Julián Mateos, secundado por la bailaora Pilar Cansino -prima segunda de Rita Hayworth, by the way…-. Como se advierte, presencias estelares de ese calibre le conceden a la película un plus de interés que la propia película, sin embargo, por su propia historia y el progreso hacia el desenlace sabe mantener perfectamente. La elegancia en el movimiento de la cámara es lo primero que se aprecia así que comienza la acción, sembrada de episodios costumbristas, como el concurso inicial de tiro al pichón, o la caza por las marismas, que le otorgan a la película un valor documental indiscutible. Fuera de duda está que la trama, los personajes y la sociedad en que se desarrolla la película no se “datan”, aunque pueda entenderse que son los actuales de cuando se estrena, 1943, pero no necesariamente. No hay tampoco ninguna referencia histórica en el desarrollo de la película que haga la más mínima referencia a la “Cruzada” recién acabada. Todos viven como si la gran tragedia acabada de vivir no hubiera existido jamás. Claudio de la Torre, a quien pertenece el guion y la historia -era, también, novelista-, filmó tres cortos Manolo Reyes, Chuflillas y Pregones de embrujo, protagonizados por el cantante Miguel de Molina, que, sin embargo, fueron prohibidos antes de estrenarse, y cuando ya el cantaor se había exiliado a Argentina. Detrás de esos intentos de cine algo más libre del que imponía la férrea censura estaba el productor Saturnino Ulargui, creador de UFISA, de cuya película Frente de Madrid, de Edgar Neville, se criticó acerbamente en su momento la secuencia en la cual un falangista (Rivelles) y un rojo (Carlos Muñoz) morían abrazados, consolándose mutuamente en tierra de nadie. Todo este contexto, aunque parezca mentira, se advierte en la película de Claudio de la Torre, porque la atmósfera que se respira en la narración, y algunos elementos de ella, como la orquesta de señoritas que tiene una cantante, encarnada por Josefina de la Torre, hermana del director y reconocida poetisa de la Generación del 27, en un breve pero destacado papel de mujer de un ladrón de guante blanco, quien, en su calidad de cantante lírica interpreta algunas canciones populares a lo largo de la cinta. Pues sí, si después de todo lo dicho alguien cree que no estamos ante una verdadera y singularísima rareza del panorama cinematográfico de los años 40, va a necesitar realizar las indagaciones que yo he llevado a cabo. Pero no las necesitará, si no tiene prejuicios en la mirada, para comprobar las muchas y buenas virtudes que hay en la realización de Claudio de la Torre, un director  de exquisita sensibilidad para el encuadre, para la percepción del paisaje incomparable de la marisma y para el sentido de lo misterioso que le da alma y vid a la narración de un amor que atraviesa el tiempo.




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