Aquellos jóvenes rebeldes y sus extraordinarios delirios:
Mary Shelley o la lucha por la voz
propia.
Título original: Mary Shelley
Año: 2017
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Haifaa Al-Mansour
Guion: Emma Jensen, Haifaa Al-Mansour
Música: Amelia Warner
Fotografía: David Ungaro
Reparto: Elle Fanning, Douglas Booth, Bel Powley,
Maisie Williams, Joanne Froggatt,
Tom Sturridge, Stephen Dillane, Ben Hardy,
Ciara Charteris, Hugh O'Conor,
Dean Gregory, Gilbert Johnston, Jack Hickey,
Sarah Lamesch, Michael Cloke.
Aunque se nos presenta
como una biografía, hemos de apresurarnos a decir que las libertades narrativas
del guion permiten subrayar una visión teñida de poderoso romanticismo, aunque más
propiamente podríamos hablar de la crisis del mismo o de la distancia sideral
entre las duras circunstancias de la vida cotidiana sin el respaldo de una
posición social sólida y el ideal literario, que busca establecer un pathos
trágico que impacte al espectador, como si la biografía pura y dura de la
protagonista no hubiera sido suficiente por ella misma para conseguirlo. Mary
Shelley perdió a su madre, Mary Wollstonecraft, a consecuencia del parto. Si a
lo largo de toda la película la presencia de la madre, el recuerdo de la madre,
la comparación constante con la madre y la admiración hacia ella forman parte
del yo íntimo de la protagonista, ello se debe a que ha de conocerse la
actividad feminista de Wollstonecraft y las penalidades individuales por las
que pasó, sobre todo en el terreno amoroso, con el que entraron en conflicto
sus ideas, para acabar de entender la personalidad de una joven talentosa y
rebelde que ha de vivir experiencias muy intensas e incluso dramáticas, como la
pérdida de su primera hija, cuando apenas tiene 18 años y está en pleno periodo
de formación a todos los niveles, vitales e intelectuales. Que su obra cumbre,
Frankenstein o el moderno Prometeo comenzara a escribirla con 18 años y la acabara,
con el auxilio gramatical y estilístico de su marido, Percy Shelley, dos años
más tarde, nos sitúa ante una obra primeriza en una carrera literaria, pero con
una concepción tan atrevida y con una experiencia vital detrás tan intensa que
entendemos a la perfección el éxito que acompañó a esta revisión parcial del mito
de Prometeo. La película impacta por la belleza, casi tenebrista, que es capaz
de crear. Que empiece en el cementerio donde Mary se refugia junto a la tumba
de su madre es toda una declaración de intenciones. Recordemos, además, que el personaje
se llama Frankenstein, que significa, literalmente, la piedra de Frank, un topónimo de la Silesia polaca, la actual Ząbkowice
Śląskie. Frankenstein conseguirá devolver a la vida a la "criatura", sí, pero Mary Shelley también
quería volver a la vida a su madre, a quien tan unida estaba, no solo por
vínculos obvios de sangre, sino porque la hija es la reencarnación del indómito
espíritu de libertad de la madre, aunque, como ella, acabe tropezando en las
raíces rastreras de las relaciones amorosas para las que nadie la ha preparado
nunca. De hecho, la libertad de pensamiento y de costumbres de los
protagonistas, en una época de fuerte represión moral como la que viven, por
fuerza había de condicionar sus vidas, privándoles, sobre todo al poeta, de
unos saneados ingresos que por familia le correspondían. Las privaciones, los
acreedores, la trashumancia, huyendo de ellos, las serias limitaciones para
poder llevar una vida medianamente tranquila han de sumarse a unos ideales que
ponen a prueba sentimientos profundos que luchan contra los dictados racionales
de las relaciones “abiertas”, sentimental y sexualmente, que predicaba el poeta,
pero que había predicado el padre de Mary y que había defendido ardorosamente
su propia madre. No estamos, pues, ante una película complaciente y presidida por la
estética, excepto que consideremos como tal el tenebrismo en que se sume más de
la mitad de la película, porque incluso las tomas en exteriores, como las
bellísimas de Escocia, están dominadas por esa iluminación tormentosa. En
cualquier caso, la opción tenebrista refleja bien a las claras las tormentas
interiores de los protagonistas. No le debió de ser fácil a Mary Shelley la
convivencia, a edad tan temprana, con reconocidos portentos de la literatura
como su propio marido, Byron o Keats, con cuya biografía, filmada por Jane
Campion, Bright Star, forzosamente
hemos de poner en relación esta película, ¡que fantástico programa doble! Así
pues, y más allá del reclamo propio de la película, la génesis y el triunfo de
público de su novela Frankenstein,
que hubo de ser precedido por la reclamación de la autoría, pues salió en su
primera edición de forma anónima, aunque con un prólogo de Shelley, a quien
acabó atribuyéndose, la película nos narra la historia de unos jóvenes transgresores
-recordemos el ostracismo social que le deparó a Shelley la publicación de su
ensayo La necesidad del ateísmo- que,
así considerados, no están muy lejos de los jóvenes transgresores de la revolución del 68 llevados al cine por Godard o por Bertolucci. Antes de la
presente película ya tuvimos ocasión de ver otra sobre unos de los episodios
principales de la misma, la reunión que tuvieron en Suiza los Shelley, más la
hermanastra de Mary, con Byron y con su secretario Polidori: momento decisivo
para la trama porque en esa reunión se produce el desafío que Byron lanza a los
presentes: escribir cada uno una novela gótica. El “verano sin verano”, como se
conoce al de 1816, debido a la erupción un año antes del volcán indonesio
Tambora, contribuyó a ese juego de interiores y facilitó que Mary Shelley,
influida por las demostraciones sobre el galvanismo, el efecto de las
corrientes eléctricas sobre los cuerpos, ideara la creación de un ser,
usurpando el hombre poderes reservados solo a Dios. Esa película, Remando al viento, dirigida por Gonzalo
Suárez, e interpretada por Hugh Grant, cuando aún este era casi desconocido, y
con José Luis Gómez en el espléndido papel de Polidori, puede y debe ser
revisitada como complemento de este estreno. Se olvida, además, que no solo
Frankenstein nació en aquella reunión de jóvenes transgresores, sino también el
mito de los vampiros, sobre los que escribieron tanto Byron -quien había oído
hablar de ellos en los Balcanes- como Polidori.
Hay mucho de película gótica, por la iluminación, en la biografía de Shelly, de
los Shelly, en realidad, que nos ofrece la directora, Al-Mansour, y no podía ser
de otro modo, porque la vida literaria de ambos protagonistas se llevó a cabo
en la escasez, la incomodidad, los desgarros íntimos y las incomprensiones
mutuas, demás de estar continuamente asomados al peligro del trastorno
emocional. Es cierto que en buena parte de las desgracias económicas por las
que han de pasar estamos más cerca de Dickens que de los abismos de la pasión,
pero el sesgo psicológico de la película nos mantiene en esa atmósfera gótica
en que habitan las almas de los personajes. No tuvieron una vida fácil, y la
película lo recoge fielmente, acaso cargando un poco las tintas de la
descripción en ciertas escenas apócrifas, pero da igual, cumplen a la
perfección la función para la que fueron diseñadas: sobrecoger a los
espectadores y revelarles la oscura y terrible cara oculta del romanticismo en
su versión atea, liberal y a contracorriente del ultraconservadurismo de su
época. Confieso que no he leído Frankenstein,
a pesar de mi intensa dedicación intelectora, aunque sí el libro capital de su
madre, la Vindicación de los derechos de
la mujer, que recomiendo fervorosamente; pero me pondré a ello cuanto
antes, porque la autora, que lo reescribió para la edición de 1831, de modo que
ni siquiera la sospecha pudiera quedar de la mano amiga de Shelley que sí
apareció en la edición de 1818, según puede cotejarse de las diferencias entre
el manuscrito de Mary y la primera edición; porque la autora, decía, volcó en
él buena parte de su corta, intensa y dramática experiencia vital, razón
sobrada para, dejando de lado el mito del Golem, rescatar esa vibración
angustiosa de una vida ciertamente asendereada… Finalmente, las
interpretaciones favorecen la naturalidad y la veracidad de la historia, porque
los conflictos, después de todo, en modo algunos son lejanos a los intérpretes,
quienes habrán sentido muy cerca de ellos a sus personajes, salvando el nimio
obstáculo del vestuario de época. La arrogancia mezclada con la insensatez,
además de la férrea confianza en la propia obra está perfectamente representada
y, sobre todo, el grito estentóreo de Mary Shelley en pro del reconocimiento de
su propia voz y de su genuina capacidad creadora.
Tras ver la película he comenzado a releer Frankenstein que había leído en mis remotos tiempos universitarios de Zaragoza. Luego leeré Frankenstein desencadenado de Brian Aldis que recuerdo haber leído también en mi etapa de lector ávido de literatura fantástica y de horror. Curioso que no hayas mencionado a Elle Fanning, la magnética y jovencísima actriz que encarna a la Shelley. Has hecho más un comentario temático del mito y sus antecedentes que de la peli concreta.
ResponderEliminarHe sido muy aficionad, desde chico, a las pelis de terror, pero jamás a la literatura de ese género. Algo he leído, claro, pero nunca he insistido. Pero la dimensión autobiográfica que late en Frankenstein me empuja a leer la obra de Shelley. Después de verano intercabiamos pareceres sobre ella. Aprovecharé para leerla en su lengua original y engrasar un poco el oxidado inglés que me queda..., a ver si consigo que no desaparezca del todo...
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