miércoles, 25 de julio de 2018

“Yo amé a un asesino”, de John Berry, la última película de John Garfield.



Un thriller de apariencia menor pero con un clímax espectacular y una última interpretación magistral de John Garfield, secundado por otra a su misma altura de Shelley Winters. ¡A disfrutar!


Título original: He Ran All the Way
Año: 1951
Duración: 77 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Berry
Guion: Dalton Trumbo, Hugo Butler, Guy Endore (Novela: Sam Ross)
Música: Franz Waxman
Fotografía: James Wong Howe (B&W)
Reparto: John Garfield,  Shelley Winters,  Wallace Ford,  Selena Royle,  Robert Hyatt, Gladys George,  Keith Hetherington,  Norman Lloyd,  Clancy Cooper,  Vicki Raaf, Robert Karnes.

Curiosa sorpresa la de un John Berry desconocido para mí pero muy bien conocido para el senador McCarthy, quien solo tras la retractación del inicialmente condenado Edward Dmytryk y su confesión con nombres y apellidos de sus colegas pudo cortar la carrera artística de quien, en esa década de los 50, se abría paso en la industria después de haber trabajado con Welles en el Mercury Theatre y de haber rodado el documental sobre Los Diez y contra la histeria anticomunista del infame senador cuyo nombre ha quedado ya para siempre asociado a la intolerancia y el totalitarismo. En esta película, la última que dirigió John Berry antes de emigrar a Europa en busca de trabajo para sobrevivir hallamos circunstancias muy curiosas: trabajan dos acusados por ese comité del senador: John Garfield y el guionista Dalton Trumbo, sobre quien Jay Roach hizo una película biográfica estupenda, Trumbo. En Yo amé a un asesino, que tiene todas las trazas de ser una película de serie B, a pesar de las dos grandes estrellas que la protagonizan, es fácil identificar enseguida el sello inequívoco de las excelentes película de género -un thriller, en este caso-que abundaron en la ecepcional coecha cinematográfica de la década de los 50. Un antiguo compañero de trabajo me dijo a modo de butade que él solo veía películas “hasta” 1965, que nada de lo dirigido después merecía la pena. No me atreveré yo a tanto, pero, con mi experiencia actual, le sugeriría que rebajara el tope un par de años… Al margen de provocaciones, lo cierto es que Yo amé a un asesino tiene una estructura tan simple como efectiva. Un atraco el día de pago a una empresa. Sale mal. Asesinan a uno de los guardias y el delincuente de pocas luces, que vive con su madre autoritaria, quien lo trata como si fuera un chiquillo maleducado, logra escaparse de la escena del crimen y se dirige, estamos en época estival, a una piscina pública donde trata de camuflarse para burlar la vigilancia policial. Accidentalmente, primero, y deliberadamente, después, entra en contacto con una chica a quien, para despistar la atención con que la policía vigila el lugar, imparte las primeras nociones del arte de la natación. Se las ingenia para acompañarla en su camino de regreso a casa y, poco después, acaba siendo un “invitado” de la chica, justo cuando el reto de la familia se va al cine. En dos planos, como quien dice, el invitado, por quien la protagonista siente una atracción casi inmediata, pasa de  dicha condición a la de secuestrador, para pasmo y terror de la familia, un linotipista, la mujer y un hijo pequeño que vive la situación desde la perspectiva de la fantasía: ¡las armas! y de la exigencia moral de acción dirigida a un padre entrado en años que no está dispuesto a poner en peligro la vida de nadie en su familia. A lo largo del secuestro, la historia irá desnudando la psicología de sus personajes, retratándolos socialmente y exhibiendo sus miserias y sus contradicciones. La protagonista, por ejemplo, que , a pesar de la condición facinerosa del secuestrador, se ha enamorado y está dispuesta a escaparse con él, a seguirlo hasta donde haga falta, porque ve en él la posibilidad de remontar el vuelo hacia una vida menos gris de la que lleva, en la que ningún hombre se ha fijado en ella ni cree que pueda hacerlo ninguno alguna vez. Cuando el padre se entera de la decisión de la hija, le vuelve la espalda y el cisma familiar se suma a la tensión del propio secuestro, que avanza hacia un final magnífico, desde el punto de visto de la realización cinematográfica. Porque el secuestrador, instintivo como una fiera, noble dentro de su condición, y desconfiado como un animal que va viendo, imaginariamente, cómo se cierra un círculo sobre él que nadie estrecha, sin embargo, no acaba de fiarse de su recién “enamorada”, lo que provoca una actitud desafiante que precipitará un final trágico sobre el que ahora mismo silencio las teclas. La vida cotidiana, la piscina y la vida de familia de clase media-baja, están descritas con un blanco y negro lleno de claroscuros que hacen referencia a la ambigüedad moral del protagonista, un pobre hombre que, por primera vez con mucho dinero en el bolsillo, recibe un subidón que es incapaz de gobernar. No sé si es el mejor papel de Garfield, por la coincidencia de que fuera el último, pero el desvalimiento del pobre hombre metido en un serio problema por su falta de luces, teniendo un fondo de bondad nada desdeñoso, es un papel-joya que no todos, no obstante, son capaces de bordar en la pantalla como él. Lo mismo ocurre con Shelley Winters, perfecta pareja psicológica del torpe atracador. La música de Franz Waxman, por último, es el broche perfecto para una pequeña joya olvidada del oscuro mundo de los thrillers aparentemente poco ambiciosos pero con notables cargas de profundidad, individual y colectiva. Los espectadores retendrán con suma facilidad  la impecable y hermosa historia de amor fou que protagonizan dos amantes tan desdichados por quienes los espectadores sentirán una compasión infinita. ¡Pero qué buenas películas hacían aquellos comunistas usamericanos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario