Los entresijos ficcionales del negocio político: Power o la construcción del discurso desde la demagogia para la credulidad...
Título original: Power
Año: 1986
Duración: 111 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Sidney Lumet
Guion: David Himmelstein
Música: Cy Coleman
Fotografía: Andrzej Bartkowiak
Reparto: Richard Gere, Julie Christie, Gene Hackman,
Kate Capshaw, Denzel Washington,
E.G. Marshall, Beatrice Straight, Fritz Weaver,
J.T. Walsh, Michael Learned.
En 2011 George Clooney filmó Los idus de marzo, una película sobre los entresijos del poder en
la política estadounidense, un subgénero dentro de aquella vasta filmografía,
por cierto, porque no son pocas las películas “políticas” que se han dedicado a
la “fabricación” y “comercialización” de los políticos en Usamérica. De hecho, El mensajero del miedo, de Frankenheimer
también puede encuadrarse en ese subgénero en calidad de obra maestra. Vienen
estos recuerdos a cuenta de esta concreción detallada de la abstracción
perfecta que representa este título: Power
-¡un título brillante!, casi tan bueno como El
capital, de Costa-Gavras, para otra joya del cine político-, de Sidney Lumet,
que no había visto y que me ha parecido un modelo de cine político de gran
impacto. No soy nada favorable a un antiactor como Richard Gere, aunque
reconozco que ha logrado buenas interpretaciones, como en Cotton Club, de Coppola; pero reconozco que en esta cumple a la
perfección con el “tipo” y da de sí la medida exacta de lo que esos vendedores suponen
en el panorama político viciado de la república usamericana. La estructura es
relativamente simple, porque el “consultor” trabaja para quien le pague, y no
suele mezclar los negocios con sus propias ideas o querencias políticas: pone
sus recursos comunicativos al servicios de quienes le pagan y contribuye a su
éxito, si lo logra, porque es evidente que hay candidatos de los que es
imposible sacar un “ganador” por su propia naturaleza de perdedores. Está claro
que la película solo puede complicarse cuando el consultor acaba mezclando sus
sentimientos y sus ideas con su trabajo, algo que sucede cuando un senador y
amigo h de dimitir por supuestas razones de salud. La esposa del consultor,
también amiga de la familia, acaba escarbando en las verdaderas razones de la
dimisión del senador y descubre que hay conjura de poderosas fueras económicas
para tratar de atajar la política de favorecer las energías renovables frente a
los intereses del petróleo, defendidos por un arribista sin escrúpulos,
perfectamente interpretado por Denzel Washington y de lo que se nos avisa nada
más empezar la película, aunque tan crípticamente que solo bien avanzada la
cinta acabamos cayendo en el poder de esa conjura para lograr sus fines
empleando todos los medios a su disposición, legales e ilegales, y en ese
sentido son verdaderamente inquietantes los avisos que sufre el consultor para
desistir del intento de esclarecer las verdaderas razones de la dimisión del
senador. El protagonista aparece, sin embargo, como un profesional de éxito
que, sin embargo, lleva una vida solitaria en la que no falta un relación con
la secretaria que ni siquiera soporta la opa que sobre ella echa el competidor
desleal y paradelictivo para reducir el campo de acción del protagonista.
Cuando el conflicto se manifiesta en toda su crudeza y él se percata de lo que
significa su labor, hay una suerte de retractación general que, aprovechando la
irrupción de un candidato etimológicamente real, esto es, totalmente cándido,
profesor de Universidad, le permite generar unas expectativas de posible
“regeneración” del sistema que no deja de ser un espejismo en el oasis de unas
prácticas hiperviciadas, pero que, narrativamente al menos, el espectador lo
vive como una esperanza. La película tiene un excelente ritmo narrativo; la
puesta en escena, tan funcional como impecable, se ajusta a la perfección al
frenesí de una vida exigente, en constante movimiento y actividad, pero con
ciertos motivos narrativos, como la vieja silla del senador que el guarda como
recuerdo de la honestidad política, que redondean la historia con poderosa
convicción. De hecho, el consultor sienta al candidato-trampa que quiere
sustituir al senador en la silla de este y enseguida vemos que lo ha sentado en
la silla de la verdad, como si se empapara del posible pentotal con que
estuviera barnizada y, finalmente, revelara, como así lo hace, la traición que
está dispuesto a cometer respecto de los planes del senador. La película puede
ser considerada como un curso abreviado pero intenso de ciencia política, y en
él destaca, sobre todo, el excelente discurso de Gene Hackman para su candidato
universitario, después contrarrestado por el del protagonista dirigido al mismo
candidato. A nadie sorprende la sucia política usamericana; a todos ha de
sorprenderle la concisión, claridad y contundencia con que Lumet la retrata. Tengo
para mí que, dentro de su generación, Lumet y Frankenheimer van a ir
consolidándose como lo mejorcito de ella. Y estos dos van a librar un combate
muy curioso por la preeminencia, aunque este crítico se rinde a la genialidad
de ambos y los reconoce pares sin primum
entre ellos. Recordemos que Lumet, además del testamento oscuro que fue su
última película genial: Antes que el
diablo sepa que has muerto, fue el autor de Doce hombres sin piedad, Tarde
de perros, Serpico o Network… Estamos en presencia, pues, de
un excelente cirujano de la vida sociopolítica usamericana, debelador de la
construcción de esa fantasía cruel del usamerican
way of life, al que le chorrean las sangres de tantas injusticias por los
cuatro costados…
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