La frágil soledad del espía en tiempos de la Guerra Fría:
El espía que surgió del frío o una
película existencialista.
Título original: The Spy Who
Came In from the Cold
Año: 1965
Duración: 112 min.
País: Reino Unido
Dirección: Martin Ritt
Guion: Paul Dehn, Guy Trosper (Novela: John Le Carré)
Música: Sol Kaplan
Fotografía: Oswald Morris (B&W)
Reparto: Richard Burton, Claire Bloom,
Oskar Werner, Peter Van
Eyck, Sam Wanamaker, George Voskovec, Rupert Davies, Cyril Cusack,
Michael Hordern, Robert Hardy,
Bernard Lee, Esmond Knight, Beatrix Lehmann.
Supongo que a Martin Ritt
debió impresionarle la versión que rodó Orson Welles de El proceso, de Kafka, porque aquí, en esta adaptación de una de las
novelas de John Le Carré, y amparado por un excepcional trabajo de fotografía
de un maestro como es Oswald Morris, quien ese mismo año rodaría otra película
muy marcada estilísticamente en esta dirección: Vivir en la cumbre, de Ted
Kotcheff, Martin Ritt ha conseguido una película extraordinaria que aún me
tiene asombrado. Si tuviera que ponerla en parangón con otra película dentro
del generoso género de las películas de espías, me quedaría, sin duda, con El topo, de Tomas Alfredson, el director
a quien conocí por aquella maravilla de Déjame
entrar; pero si ampliara el parangón a otra, acaso señalaría El espía, de
Russell Rouse, con un Ray Milland fabuloso de quien es émulo en esta de Ritt un
fantástico Richard Burton, muy metido en su personaje y dueño de una
expresividad de la inexpresividad, permítaseme la paradoja, que sabe llevar en
palmitas a los espectadores desde el comienzo hasta el fin de la cinta. La
útima película de Spielberg sobre la Guerra Fría y el mundo de los espías no
deja de ser una pálida sombra de la obra de arte monumental que es esta
película, supongo que algo olvidada, de Matin Ritt, un director acaso menos
conocido de lo que lo fueron sus películas, especialmente, El largo y cálido verano, esa semirareza que fue La tapadera, con Woody Allen
y un impresionante Zero Mostel o la combativa Norma Rae. Recordaré que esta película suya ganó el premio BAFTA a
la mejor película en el año de su estreno,
y no me extraña. Resultará chocante oír hablar de una película intimista para
una película de espías, casi siempre asociadas a la acción, y a menudo
frenética. El espía que surgió del frío
es, sin embargo, un caso curioso de estudio de una personalidad poco común en
la que los límites entre cómo es de verdad el personaje y cómo es el personaje del papel que ha de representar como
el espía que es profesionalmente nunca acaban de estar claros. La presencia de
Cyril Cusak como jefe de Burton-Alec Leamas añade a la película un toque extra
de calidad que refrendan actores como Oskar Werner o Claire Blomm, pero, sin
duda, técnicamente, nada puede competir con el blanco y negro grisáceo de
textura cálida y fría a la vez, muy en la línea, ya lo he dicho, de El proceso,
de Welles. Hay una suerte de nitidez difuminada, si se me acepta el oxímoron,
que dota a la película de una unidad a prueba de golpes de efecto, que los hay,
como ocurre en cualquier película de espías en las que los dobles y triples
juegos que encarnan los agentes forman parte de los rasgos de identificación
del género. A Alec Leamas le es
propuesta una arriesgada aventura de infiltración en el espionaje de la RDA,
para lo cual ha de forzar, primero, su caída en desgracia, porque solo después
de que haya sido expulsado del Servicio Secreto de manera pública y deshonrosa,
tendrá la cobertura necesaria para poder ser tenido en cuenta, siempre con
reservas, claro, por los servicios del enemigo a quien, por despecho, puede “vender”
información sensible. El proceso de la decadencia de Leamas como ayudante de
bibliotecario, apegado a un sueldo miserable y, sin embargo, compensado con la amistad de su compañera de
trabajo, que aprecia su respetuosa cercanía y su humor incisivo, es un proceso
de degradación que incluye el alcoholismo y una conducta violenta que acaba
dando con los huesos del respetable Leamas en la cárcel. Es muy instructiva la
relación entre la novia, perteneciente al Partido comunista inglés y lo que el
espía piensa del idealismo de la joven, porque forma parte, aun en nuestros
días, de un eterno debate entre el idealismo de la justicia que se quiere
instaurar al margen del sistema democrático y el pragmatismo de una democracia
que admite en su seno, con carácter estructural, la miseria de la explotación y
la pobreza de los menos capaces. A partir de ser expulsado del Servicio
Secreto, agentes de la RDA contactan con él y lo invitan a “desertar” para “descubrir”,
a cambio e una jugosa recompensa, al “topo” de Control infiltrado en la RDA. La
peripecia del espía, desde que es llevado al territorio enemigo y usado por
otros espías para detectar al “topo” de Control, se ajusta mucho más a lo que
entendemos por película de espías, aunque en ningún momento, dadas las muchas
conversaciones que se representan, salimos de ese tono intimista que afecta a
toda la película. Los espacios de la RDA, teñidos de una austeridad que no difiere
grandemente de la propia de la vida del espía en Gran Bretaña, curiosamente,
incluyen, finalmente, un juicio donde se pretende demostrar el doble juego de
un alto funcionario de la RDA Mundt, un estupendo Peter Van Eyck que ha sido “el
rostro de los nazis” en el celuloide, aunque él fuera un antinazi declarado que
abandonó Alemania en 1931, antes del golpe de Hitler. ¡Ironías del destino!
Abandonar Alemania para acabar trabajando de nazi perpetuo…, o poco menos. Con
una sorpresa mayúscula, la presencia de la joven que acaba delatando a Leamas
como agente doble al servicio de Control, y amigo inequívoco del agente Smiley,
otro de los grandes espías de Le Carré, la película se cierra con un final
espectacular, dentro del tono menor en que está rodada la película, porque los
alemanes dobles organizan la retirada de Leamas y su delatora, pero cuando
están a punto de traspasar el muro, ella es abatida. Del otro lado del muro,
Smiley quiere recibir a Leamas a quien incita a saltar, despreocupándose de la
chica; Leamas, sin embargo, opta por quedartse junto a ella y es abatido a su vez por disparos procedentes de quienes
le habían facilitado la fuga, de modo que, al final, por esa decisión, dé a
entender que el topo verdaderamente lo es, aunque esto último es una
interpretación muy libre que se me ocurre hacer de un mensaje tan ambiguo como
el propio ejercicio del espionaje siempre lo es. Insisto, la calidad estética
de la película, dirigida soberbiamente por Martin Ritt, convierten a esta
película en una de las clásicas del cine de espías, y quien sea aficionado al
género no debería perder la oportunidad de verla.
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