miércoles, 4 de julio de 2018

"El momento de la verdad", de Francesco Rosi o la mirada impasible.



Una visión antropológica de España  centrada en la tauromaquia como ascensor social.

Título original: Il momento della verità
Año: 1965
Duración: 110 min.
País: Italia
Dirección: Francesco Rosi
Guion: Ricardo Muñoz, Pedro Beltrán, Francesco Rosi, Pedro Portabella
Música: Piero Piccioni
Fotografía: Gianni di Venanzo
Reparto: Miguel Mateo,  Linda Christian,  José Gómez,  Pedro Basauri,  Luque Gago, Salvador Mateo.

Acabo de ver esta película de Rosi que había grabado en el programa de La 2 sobre la historia del cine español y cuyas primera secuencias me movieron a engaño, porque comienzan con la Semana Santa, con una decidida voluntad documental que, poco después, deja paso a una fiesta popular con novillo al que marean hasta la perdición los mozos del pueblo, para, finalmente, centrarse en uno de esos mozos que, harto del ningún futuro de la explotación agrícola de la que viven sus padres, decide marcharse a la ciudad a probar fortuna. La ciudad, está claro, es Barcelona, y las secuencias de la llegada del joven, la imposibilidad de encontrar un buen trabajo sin tener un formación profesional y el modo como ha de sobrevivir, durmiendo en una sala que parece el dormitorio de un campo de concentración y comiendo los típicos guisos de comedor barato son de los mejor de la película. Si se le añade la excursión por el barrio chino, donde Rosi consigue unas secuencias documentales verdaderamente impactantes por su valor antropológico: usos y costumbres de los jóvenes inmigrantes que buscan el desahogo de la carne. Hasta entones, todo tiene un inequívoco aire de documental en el que la cámara, jugando con la iluminación, la cercanía y la cámara al hombro consigue momentos brillantes, llenos de verdad y realismo naturalista. Poco después, el joven descubre una cutre academia de toreros ubicada en un sótano donde un extorero pretende aleccionar en el arte de Cúchares a jóvenes que aspiran a convertirse en “figuras” a las que le sonría la fortuna y se conviertan en “fenómenos” de masas como El Cordobés, que era el ejemplo paradigmático del analfabeto triunfador. El protagonista, Miguel Mateo, Miguelín, fue un matador de toros polémico y triunfador en su momento. De él se recuerdan varias “hazañas”. Una de ellas, haberse lanzado de espontáneo durante una faena de El Cordobés para demostrar que los toros eran mansos y estaban “afeitados”; otra, haber conseguido cortar las dos orejas a los seis toros en la Corrida de la Prensa en Madrid, habiendo sido él el único en conseguirlo, y, finalmente, ya al margen de su carrera taurina, su intento de suicidio con una tijera para hacerse el harakiri justo cuando seguía una brutal dieta de adelgazamiento para reaparecer, lo que no volvió a suceder. La película, cuando le sigue a él, de forma exclusiva, narra los primeros pasos de la futura figura y cómo va haciéndose con un nombre, mejorando el caché, mejorando la vida de los padres y la suya propia, convirtiéndose en objeto del deseo de mujeres de alcurnia que se lo disputan en fiestas que aparecen ante el espectador como el reflejo especular de aquellas escenas entre prostitutas en el barrio chino de Barcelona, mutatis mutandis. La película, con todo, no tiene un claro sentido narrativo, porque en todo momento el único interés de Rosi consiste en describir un coro de rostros y personajes muy propios del paisaje humano de aquellos años, sorprendentemente “antiguos” y recios para tratarse de 1965. Sucede, al ver la película que nos sorprenden esos personajes como nos sorprenden los de Los Santos inocentes, que parecen propios de los años 40, no de los 60 en que transcurre la historia de Delibes. No hay más que ver, por ejemplo, los métodos de producción rudimentaria del campo para darnos cuentas del atraso en que aún subsistía buena parte del país. Insisto, el valor documental de la película es altísimo, y ahí Rosi demuestra escoger con un tino excelente planos cuyos detalles y motivos nos sorprenden por su enorme valor descriptivo, que nos recuerda las fotos de La España oculta de Cristina García Rodero, auténticas joyas también. De Francesco Rosi ya critiqué no hace mucho en este Ojo una película tan combativa políticamente como Las manos sobre la ciudad, que tanto tiene que ver, por cierto, con el último documental que acabo de criticar, sobre la activista usamericana Jane Jacobs. Todo parece organizarse al modo laberíntico de los puzles en este Ojo atento, por intuición, a fenómenos que se asocian libremente pero de un modo casi necesario. Quiero destacar, sobre todo, la mirada impasible con que Rosi se acerca a unos hechos organizados po guionistas españoles entre los que destaca Pere Portabella (cuando firmaba Pedro, con total naturalidad…), y por los que Rosi pasa sin atarse emocionalmente a ellos, esto es, manteniendo un frialdad propia del afán documentalista con que encaró su acercamiento a una tradición como la de la tauromaquia, que le parece merecer un respeto que no excluye una soterrada crítica al salvajismo imprescindible del espectáculo. La propia presencia de un “matador” como protagonista cuya capacidad expresiva se agota en el dialogo cara a cara con las bestias, no dejando nada para cuando se ha de relacionar con las personas, parece empujar a Rosi a construir su película desde esta vertiente descriptiva de la que vengo hablando, y a fe que lo consigue con una naturalidad que demuestra que, a menudo, el ojo ajeno es capaz de retratar mejor que el cercano lo que nos es tan propio. Con todo, Miguelin aún fue capaz de rodar otra película, esta vez con Carmen Sevilla, El relicario, dirigida por Rafael Gil, aunque en modo alguno a la altura de sus grandes obras, algunas de ellas criticadas elogiosamente en este Ojo. No quiero dejar de señalar que Javier Pérez Andújar debería ver urgentemente la parte barcelonesa de esta película, porque forma parte inequívoca de lo que ha sido el mundo en el que él nació y que habrá oído contar mil veces a sus mayores…


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