Una visión antropológica de España centrada en la tauromaquia como ascensor
social.
Título original: Il momento della verità
Año: 1965
Duración: 110 min.
País: Italia
Dirección: Francesco Rosi
Guion: Ricardo Muñoz, Pedro Beltrán, Francesco Rosi, Pedro Portabella
Música: Piero Piccioni
Fotografía: Gianni di Venanzo
Reparto: Miguel Mateo, Linda
Christian, José Gómez, Pedro Basauri, Luque Gago, Salvador Mateo.
Acabo de ver esta
película de Rosi que había grabado en el programa de La 2 sobre la historia del
cine español y cuyas primera secuencias me movieron a engaño, porque comienzan
con la Semana Santa, con una decidida voluntad documental que, poco después,
deja paso a una fiesta popular con novillo al que marean hasta la perdición los
mozos del pueblo, para, finalmente, centrarse en uno de esos mozos que, harto
del ningún futuro de la explotación agrícola de la que viven sus padres, decide
marcharse a la ciudad a probar fortuna. La ciudad, está claro, es Barcelona, y
las secuencias de la llegada del joven, la imposibilidad de encontrar un buen
trabajo sin tener un formación profesional y el modo como ha de sobrevivir, durmiendo
en una sala que parece el dormitorio de un campo de concentración y comiendo los
típicos guisos de comedor barato son de los mejor de la película. Si se le
añade la excursión por el barrio chino, donde Rosi consigue unas secuencias
documentales verdaderamente impactantes por su valor antropológico: usos y
costumbres de los jóvenes inmigrantes que buscan el desahogo de la carne. Hasta
entones, todo tiene un inequívoco aire de documental en el que la cámara,
jugando con la iluminación, la cercanía y la cámara al hombro consigue momentos
brillantes, llenos de verdad y realismo naturalista. Poco después, el joven
descubre una cutre academia de toreros ubicada en un sótano donde un extorero
pretende aleccionar en el arte de Cúchares a jóvenes que aspiran a convertirse
en “figuras” a las que le sonría la fortuna y se conviertan en “fenómenos” de
masas como El Cordobés, que era el ejemplo paradigmático del analfabeto
triunfador. El protagonista, Miguel Mateo, Miguelín,
fue un matador de toros polémico y triunfador en su momento. De él se recuerdan
varias “hazañas”. Una de ellas, haberse lanzado de espontáneo durante una faena
de El Cordobés para demostrar que los toros eran mansos y estaban “afeitados”;
otra, haber conseguido cortar las dos orejas a los seis toros en la Corrida de
la Prensa en Madrid, habiendo sido él el único en conseguirlo, y, finalmente,
ya al margen de su carrera taurina, su intento de suicidio con una tijera para
hacerse el harakiri justo cuando seguía una brutal dieta de adelgazamiento para
reaparecer, lo que no volvió a suceder. La película, cuando le sigue a él, de
forma exclusiva, narra los primeros pasos de la futura figura y cómo va haciéndose
con un nombre, mejorando el caché, mejorando la vida de los padres y la suya
propia, convirtiéndose en objeto del deseo de mujeres de alcurnia que se lo
disputan en fiestas que aparecen ante el espectador como el reflejo especular
de aquellas escenas entre prostitutas en el barrio chino de Barcelona, mutatis
mutandis. La película, con todo, no tiene un claro sentido narrativo, porque en
todo momento el único interés de Rosi consiste en describir un coro de rostros
y personajes muy propios del paisaje humano de aquellos años, sorprendentemente
“antiguos” y recios para tratarse de 1965. Sucede, al ver la película que nos
sorprenden esos personajes como nos sorprenden los de Los Santos inocentes, que parecen propios de los años 40, no de los
60 en que transcurre la historia de Delibes. No hay más que ver, por ejemplo,
los métodos de producción rudimentaria del campo para darnos cuentas del atraso
en que aún subsistía buena parte del país. Insisto, el valor documental de la
película es altísimo, y ahí Rosi demuestra escoger con un tino excelente planos
cuyos detalles y motivos nos sorprenden por su enorme valor descriptivo, que
nos recuerda las fotos de La España
oculta de Cristina García Rodero, auténticas joyas también. De Francesco
Rosi ya critiqué no hace mucho en este Ojo
una película tan combativa políticamente como Las manos sobre la ciudad, que tanto tiene que ver, por cierto, con
el último documental que acabo de criticar, sobre la activista usamericana Jane
Jacobs. Todo parece organizarse al modo laberíntico de los puzles en este Ojo atento, por intuición, a fenómenos
que se asocian libremente pero de un modo casi necesario. Quiero destacar,
sobre todo, la mirada impasible con que Rosi se acerca a unos hechos organizados
po guionistas españoles entre los que destaca Pere Portabella (cuando firmaba
Pedro, con total naturalidad…), y por los que Rosi pasa sin atarse
emocionalmente a ellos, esto es, manteniendo un frialdad propia del afán
documentalista con que encaró su acercamiento a una tradición como la de la
tauromaquia, que le parece merecer un respeto que no excluye una soterrada
crítica al salvajismo imprescindible del espectáculo. La propia presencia de un
“matador” como protagonista cuya capacidad expresiva se agota en el dialogo
cara a cara con las bestias, no dejando nada para cuando se ha de relacionar
con las personas, parece empujar a Rosi a construir su película desde esta vertiente
descriptiva de la que vengo hablando, y a fe que lo consigue con una
naturalidad que demuestra que, a menudo, el ojo ajeno es capaz de retratar
mejor que el cercano lo que nos es tan propio. Con todo, Miguelin aún fue capaz de rodar otra película, esta vez con Carmen Sevilla,
El relicario, dirigida por Rafael
Gil, aunque en modo alguno a la altura de sus grandes obras, algunas de ellas criticadas
elogiosamente en este Ojo. No quiero
dejar de señalar que Javier Pérez Andújar debería ver urgentemente la parte
barcelonesa de esta película, porque forma parte inequívoca de lo que ha sido el
mundo en el que él nació y que habrá oído contar mil veces a sus mayores…
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