viernes, 2 de noviembre de 2018

«¿Adónde fue el amor?», de Edward Dmytryk o la disección de los múltiples fracasos familiares.



El fracaso no distingue entre clases sociales: ¿Adónde fue el amor? o las relaciones familiares envenenadas, una trama basada en la vida real de Lana Turner

Título original: Where Love Has Gone?
Año: 1964
Duración: 114 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Edward Dmytryk
Guion: John Michael Hayes (Novela: Harold Robbins)
Música: Walter Scharf
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: Susan Hayward,  Bette Davis,  Mike Connors,  Joey Heatherton,  Jane Greer, Deforest Kelley,  George MacReady,  Anne Seymour,  Walter Reed,  Ann Doran.

La estética  en CinemaScope de Días sin vida, de Henry King, rodada cinco años antes que la presente, parece presidir la presentación formal de esta película de  Dmytryk roda en TechniScope,  usado por Godard para Pierrot, el loco, y llamado el CinemaScope de los pobres… El formato permite presentar una puesta en escena generosa, donde los intérpretes se mueven con una soltura que facilita notablemente su actuación, sobre todo cuando la cámara se acerca para jugar con el plano medio y muy raramente con el primer plano. Se trata de una visión habitualmente frontal y de índole objetiva, como si el director buscase “esconderse” en esa exibición de la crudeza de los conflictos sin necesidad de tomar partido mediante tal o cual enfoque que premie o castigue los complejos comportamientos de los protagonistas de la historia. Harold Robbins fue un autor de bestsellers, algunos de los cuales fueron llevados al cine; de hecho, Dmytryk acababa de rodar Los insaciables, con la que había tenido un gran éxito, basada en una historia de Robbins en la que recreaba la figura de Howard Hughes; y no tardó en escribir otro sobre la tormentosa vida de Lana Turner, por eso la productora se fija de nuevo en él para que dirija ¿Adónde fue el amor?, inspirada como acabo de decir, en uno de los grandes escándalos de Hollywood: la muerte del amante de Lana Turner, supuestamente a manos de su hija de 14 años, quien fue absuelta por ser menor y haberlo hecho en defensa de su madre, quien, supuestamente también, estaba siendo maltratada por el mafioso  Johnny Stompanato, su amante. En el juicio, además, se ventilaron ciertas intimidades que hablaban de supuestas prácticas sadomasoquistas y corrieron ríos de rumores, entre los que se incluía la seducción de la hija por parte del amante. Con ese material “candente” Robbins construyó la historia de una escultora que se casa con un militar que vuelve de la guerra de Corea y quiere dedicarse a la arquitectura, una profesión para la que tiene brillantes ideas. La madre de la protagonista, una hierática Bette Davis, quien dirige un imperio empresarial, aspira a convertir a su yerno en una figura decorativa como Vicepresidente sin mando en la empresa familiar, de modo que todo su tiempo lo emplee en ser el marido de su hija, hasta entonces una mujer entregada poco menos que a la ninfomanía, y, después, el padre de su nieta Los intentos del arquitecto tropiezan, en San Francisco, con el poder de la madre de su mujer para cegarle los caminos del éxito profesional. Una madre que, así mismo, está dispuesta a comprar para su hija, moviendo los hilos adecuados, un importante premio artístico. Dada la situación, el marido acaba haciendo del alcoholismo una segunda profesión, en lo mismo que convierte su mujer el adulterio. “Cuando estás sediento eres capaz de beber en un charco”, se dice en uno delos diálogos. Y ella alega que lo mismo que era para su marido el alcohol, eran para ella los hombres. Se produce el divorcio y el marido inicia una nueva vida lejos de San Francisco, y en la que conoce el éxito profesional. Justo en ese momento le llega la noticia de que su hija ha sido acusada de asesinato y vuelve a San Francisco para reencontrarse con su exmujer, con su exsuegra y con su hija, quien, tras un breve juicio preliminar, es enviada a un internado a la espera del juicio definitivo que la condene o la absuelva. La película, así pues, está construida sobre un flash back que nos lleva al inicio de la relación entre los protagonistas, muy ajustados a sus papeles respectivos, y vamos observando lo que ha sido su historia y su fracaso hasta enlazar de nuevo con el presente del turbio asesinato que al padre le resulta imposible de aceptar y de entender, y de ahí su teoría de que ha sido en realidad su mujer quien ha matado a su amante y ha culpado a su hija para poder salir bien librada de tal acto. La película dibuja con rigor las tres personalidades en conflicto, porque no solo hay un fracaso entre los esposos, sino también en la relación materno-filial de los personajes de Bette Davis y Susan Hayward, una relación envenenada que se sobrelleva por la claudicación de la hija, que deja mangonear a su madre, de tal modo que hasta es ella quien se reserva el derecho  ponerle el nombre a su nieta, por encima de los padres. Detalles anecdóticos que nos hablan de las típicas relaciones intrafamiliares convertidas en casos flagrantes de sumisión, rebelión o directamente en la recreación del infierno. Con todos esos ingredientes, está claro que nos movemos en el ámbito del melodrama de clase alta, ambientado en espacios privilegiados y con unos exteriores de lujo en una ciudad como San Francisco, tan cinematográfica ella como la propia Nueva York, y a la que Dmytryk sabe sacarle, en las pocas escenas de exterior, que tampoco hay muchas, un excelente partido. Dado lo escabroso del referente, la película podría verse como una suerte de biopic sensacionalista hábilmente camuflado para evitar denuncias en tribunales, pero la realidad es muy otra: la historia, hábilmente construida, aunque sea en clave melodramática -la canción que ilustra musicalmente los títulos de crédito estuvo nominada al Oscar a la mejor canción-, ahonda en esas perversas relaciones familiares y conyugales con notable espíritu crítico, y a ello contribuyen las sólidas interpretaciones de los protagonistas, Davis, Hayward y un Mike Connors que había triunfado en la serie televisiva Mannix.

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