sábado, 24 de noviembre de 2018

«Cómo triunfar sin dar golpe», de David Swift, un musical naíf con estética almodovariana.



Un éxito de Broadway en Panavisión: Cómo triunfar sin dar golpe o la endeblez argumental para un musical que triunfa con una puesta en escena cautivadora y un número fantástico de Bob Fosse.

Título original: How to Succeed in Business Without Really Trying
Año: 1967
Duración: 121 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Swift
Guion: David Swift (Novela: Shepherd Mead; Libreto: Abe Burrows, Jack Weinstock, Willie Gilbert)
Música: Nelson Riddle
Fotografía: Burnett Guffey
Reparto: Robert Morse,  Michele Lee,  Rudy Vallee,  Anthony "Scooter" Teague, Maureen Arthur,  John Myhers,  Carol Worthington,  Kay Reynolds,  Ruth Kobart, Sammy Smith,  Murray Matheson,  Hy Averback.

Vaya por delante que David Swift es el director de una película excepcional: Tú a Boston y yo a California, basada en la obra de uno de los grandes escritores alemanes: Erich Kästner, el autor de Emilio y los detectives, ¡ahí es nada!, una obra prohibida por el régimen nazi y llevado al cine en varias ocasiones, una película que constituye una importantísima parte de mi autobiografía sentimental cinéfila, pues la vi a la temprana edad de 9 años ¡y aún conservo el impacto de aquel visionado! Aunque hablamos de un director que ha dedicado su carrera profesional a la televisión, esta claro que no lo habrá hecho por falta de condiciones para dirigir largometrajes como el mencionado o este musical que, vencidas algunas reticencias, sobre todo la elección del protagonista, tiene muchos elementos muy valiosos para poder disfrutar de un espectáculo en el que lo que más se echan de menos, por supuesto, son coreografías como las que vi recientemente en el musical de  Donen y Kelly o, al menos, de similar calidad. Sí, hay una, A secretary is not a toy, coreografiada por Bob Fosse, que reúne esas características; pero, en términos generales, se trata más de un musical cantado, que bailado. La historia es propia del género, y un pretexto argumental para que “veamos” el mundo por de dentro en una empresa neyorquina que recuerda mucho a la primera temporada de Mad Men y ese mundo peculiar de los jefes y las secretarias. Aquí, un limpiacristales tropieza con un libro, “How to Succeed in Business Without Really Trying”, que se resuelve a seguir y aplicar al pie de la letra para “forjarse un futuro”. La historia progresa, así pues, en la rapídisima escalada al edificio de oficinas, desde la planta baja hasta la planta noble de la más alta dirección del negocio en apenas unos días, gracias a una encadenada serie de oportunidades que el libro le dice cómo aprovechar. El tono de cuento infantil, concretamente de la Cenicienta, pero en este caso con un protagonista masculino, se alía con una poderosísima puesta en escena que a través del espacio y, sobre todo, del uso de los colores primarios, consigue generar una atmósfera de fantasía inocente en la que no faltan, por supuesto, no pocas transgresiones morales digamos de orden menor que nos acercan a la realidad, si bien lo hace de una forma tan estilizada que incluso esas transgresiones parecen formar parte del “orden natural de las cosas”. El retrato del “trepa”, que no otra cosa es la ascensión buscada por el protagonismo va adquiriendo tintes menos amables a medida que va ascendiendo más, puesto que los amables azares del principio se transforman en estudiadas estrategias maquiavélicas, que incluso le llevan a chocar, para uno de los ascensos, con un rival que, ¡ay!, también guía sus pasos con el mismo libro que guía los del protagonista, algo blandengue y melifluo y para mi gusto, aunque eficaz, de eso no cabe duda. Ese giro sorprendente, por ejemplo, nos da a entender que la distancia con la realidad, como ya he dicho, se va acortando a medida que se asciende hacia la cúspide, como si en ese terreno de excepción no cupiera una versión naíf de la misma, como lo prueba la sátira  despiadada de los concursos televisivos, por ejemplo. El hecho de haber sido rodada en Panavisión permite la creación de unos planos anchísimos con una especial profundidad de campo que posibilita algo que puede pasar desapercibido: aunque dije que la película es más cantada que bailada, lo cierto es que en buena parte de la película el movimiento, llamémosle “normal”, de los actores compone una suerte de coreografía no específicamente asociada al baile, como cuando las secretarias  inician su jornada laboral  acabando de arreglarse el pelo, las uñas, la pintura, etc. Lo mismo cabe decir de los movimientos de los directores cuando escoltan a la explosiva secretaria, que nalguea (o anadea, según se mire) como Marilyn en Con faldas y a lo loco…, y  que es “enchufada” en la compañía por su amante: el director general. Esa coreografía oculta vendría a equivaler a los recitativos de la ópera, y le confieren a la película un poderoso atractivo visual. Ya digo, con todo, que lo más atractivo de todo el musical es la brillante puesta en escena, que también  recuerda, por su selección cromática, la cinematografía de Almodóvar. En fin, que estamos en presencia de un musical de estudio, como han de ser los buenos musicales, en el que, curiosamente, la creación del espacio a través de la escenografía consigue  deslumbrar al espectador. No hay temas musicales que hayan quedado en la historia del género, pero algunos de ellos, como el de la “carabina” entre los dos amantes introduciendo lo que uno y otro piensan son incluso brillantes. Nada que ver, por descontado,  con una perspectiva social como Pennies from Heaven, de Herbert Ross, pero tampoco tan escapista como las glorias del género en los años 40. Digno de sentarse a verlo.


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