martes, 20 de noviembre de 2018

«Niñera moderna», de Walter Lang, una comedia perfecta, «aamof….»




Humor impecable, con un guion milimétrico, para la crítica de las pequeñas comunidades cerradas: Niñera moderna o la creación de todo un “personaje”, gracias a Clifton Webb: Mr. Belvedere…

Título original: Sitting Pretty
Año: 1948
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Walter Lang
Guion: F. Hugh Herbert (Novela: Gwen Davenport)
Música: Alfred Newman
Fotografía: Norbert Brodine
Reparto: Robert Young,  Maureen O'Hara,  Clifton Webb,  Richard Haydn,  Louise Allbritton, Randy Stuart,  Ed Begley,  Larry Olsen,  John Russell.

Lo sé, el título es escandalosamente horroroso y no invita, ciertamente a la contemplación de la película: Todo en orden, que sería, más o menos, la traducción literal de Sitting Pretty, a pesar de su  sencillez, hubiera sido una opción preferible. En fin, dejemos de lado la escasa inventiva, por lo general, de los traductores de títulos y centrémonos en una película que reúne todos los ingredientes para hacerles pasar a los espectadores, salvando las distancias políticamente correctas con que se ha de ver una película de 1948, un rato estupendo. El humor de la cinta, que emerge en principio de lo que el matrimonio con tres hijos y un perro considera un malentendido: que se presente un hombre para desempeñar las labores de niñera de sus tres cachorros y un perro crecidito, como respuesta al anuncio puesto por la pareja, a quien cualquier cuidadora se le despide, dada la imposibilidad de meter en vereda a la cuatro criaturas, tres humanas y una animal, cede pronto su puesto a un desarrollo perfectamente medido y cuyos gags arrancan prácticamente desde la llegada del niñero a la casa. La escena del desayuno, con la criatura lanzándole el porridge al niñero, que concluye con el bol en la cabeza del niño y un llanto estentóreo -una acción que disipa ipso facto las dudas del marido acerca de emplear a un hombre en ese menester tan exclusivo de las mujeres en 1948 y, no nos sorprendamos…, también en 2018. De ahí que la comicidad “sexual” sea un factor que funcionaba entonces y sigue funcionando ahora. La evidente homosexualidad del personaje, además, que encuentra un antagonista, el genial Richard Haydn, con idéntica condición en la pequeña comunidad en la que transcurre la acción, lo que genera una divertidísima  rivalidad entre ellos, implica unos malentendidos sociales que repercuten en la trama de una manera a la vez ingenua y efectiva. Digamos, para entendernos, que se trataría de un Lubitsch ingenuo o sin acritud, pero con la misma efectividad. La responsabilidad de la película cae enteramente en un actor, Clifton Webb, nominado para un Oscar a la mejor interpretación que no ganó, aunque fue un papel que consolidó su carrera. Los cinéfilos lo recordamos más, sin embargo, por su exquisito protagonismo en Laura, de Preminger. Aquí, sin embargo, cumple a la perfección con un papel en el que, más que niñera, se nos presenta como el auténtico mayordomo inglés cuyo dominio del protocolo y la salvaguarda del buen nombre de la casa a la que sirve es superior a los de los propios dueños. El matrimonio, la “encantadora” y eficaz pareja formada por Robert Young y Maureen O’Hara, la inolvidable pelirroja de El hombre tranquilo, de Ford, consigue darle a sus interpretaciones una naturalidad absoluta y exhibe una compenetración a la que los niños colaboran con una excelente aportación.  Mr. Belvedere se presenta como la “panacea” para todos los contratiempos posibles en el seno de una familia de clase media en un suburb usamericano en el que el control moral vecinal se ejerce de una manera férrea e implacable, y en el que las habladurías son algo así como la auténtica vida de la comunidad. Con ese planteamiento, los gags, hasta que las cosas se complican por la llegada de los celos al marido, inducidos por dichas habladurías, se centran en la actuación del niñero, que no deja de sorprender constantemente a los esposos, no solo porque tiene unas trazas envidiables para gobernar a los niños y al perro, sino porque no hay parcela de la realidad en la que él no sea un manifiesto conocedor y dominador: desde la electricidad hasta la avicultura, pasando por la cocina, la decoración y, por supuesto, la pedagogía. La película, en la línea de las supernannys, como Mary Poppins , de Robert Stevenson o la excelente Nanny McPhee, de  Kirk Jones, se aeja de los modelos fantásticos a los que llega, sin embargo, por la acumulación de saberes que son poderes del todopoderoso señor Belvedere. El director, Walter Lang, conocido por sus musicales, y en especial por El Rey y yo, dirige esta película, sobre un guion tan excelente de F. Hugh Herbert, que le valió la obtención del premio a la mejor comedia de la Writers Guild of America de 1949, con un sentido narrativo y una intuición nítida para lograr la mayor efectividad de los gags, aunque buena parte de ellos hayamos de encontrarlos en la interpretación del protagonista, Clifton Webb y en la del vecino chismoso especialista en la floricultura -que era la pasión, al parecer del actor que lo encarna, Richard Haydn, un característico inglés con una voz impostada que podía considerarse “marca de la casa”-que le da una perfecta réplica. Aunque se trata de una comedia, digamos que la trama se va complicando de tal manera que el desenlace viene a ser algo así como la resolución de un caso detectivesco, razón por la cual me abstendré totalmente de siquiera  insinuar nada al respeto. Fue tal el éxito de esta vieja comedia, hoy ya casi olvidada, que hubo las preceptivas continuaciones para explotar en taquilla una primera entrega tan original como divertida. Y atentos al final, que es un auténtico  (finis) coronat opus.



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