Humor impecable, con un guion milimétrico, para la
crítica de las pequeñas comunidades cerradas: Niñera moderna o la creación de todo un “personaje”, gracias a
Clifton Webb: Mr. Belvedere…
Título original: Sitting Pretty
Año: 1948
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Walter Lang
Guion: F. Hugh Herbert
(Novela: Gwen Davenport)
Música: Alfred Newman
Fotografía: Norbert Brodine
Reparto: Robert Young, Maureen O'Hara, Clifton Webb,
Richard Haydn, Louise Allbritton,
Randy Stuart, Ed Begley, Larry Olsen,
John Russell.
Lo sé, el título es escandalosamente
horroroso y no invita, ciertamente a la contemplación de la película: Todo en orden, que sería, más o menos, la
traducción literal de Sitting Pretty,
a pesar de su sencillez, hubiera sido
una opción preferible. En fin, dejemos de lado la escasa inventiva, por lo
general, de los traductores de títulos y centrémonos en una película que reúne
todos los ingredientes para hacerles pasar a los espectadores, salvando las
distancias políticamente correctas con que se ha de ver una película de 1948,
un rato estupendo. El humor de la cinta, que emerge en principio de lo que el
matrimonio con tres hijos y un perro considera un malentendido: que se presente
un hombre para desempeñar las labores de niñera de sus tres cachorros y un
perro crecidito, como respuesta al anuncio puesto por la pareja, a quien
cualquier cuidadora se le despide, dada la imposibilidad de meter en vereda a
la cuatro criaturas, tres humanas y una animal, cede pronto su puesto a un
desarrollo perfectamente medido y cuyos gags arrancan prácticamente desde la
llegada del niñero a la casa. La escena del desayuno, con la criatura lanzándole
el porridge al niñero, que concluye
con el bol en la cabeza del niño y un llanto estentóreo -una acción que disipa
ipso facto las dudas del marido acerca de emplear a un hombre en ese menester
tan exclusivo de las mujeres en 1948 y, no nos sorprendamos…, también en 2018.
De ahí que la comicidad “sexual” sea un factor que funcionaba entonces y sigue funcionando
ahora. La evidente homosexualidad del personaje, además, que encuentra un
antagonista, el genial Richard Haydn, con idéntica condición en la pequeña
comunidad en la que transcurre la acción, lo que genera una divertidísima rivalidad entre ellos, implica unos
malentendidos sociales que repercuten en la trama de una manera a la vez
ingenua y efectiva. Digamos, para entendernos, que se trataría de un Lubitsch
ingenuo o sin acritud, pero con la misma efectividad. La responsabilidad de la
película cae enteramente en un actor, Clifton Webb, nominado para un Oscar a la
mejor interpretación que no ganó, aunque fue un papel que consolidó su carrera.
Los cinéfilos lo recordamos más, sin embargo, por su exquisito protagonismo en Laura, de Preminger. Aquí, sin embargo,
cumple a la perfección con un papel en el que, más que niñera, se nos presenta
como el auténtico mayordomo inglés cuyo dominio del protocolo y la salvaguarda
del buen nombre de la casa a la que sirve es superior a los de los propios
dueños. El matrimonio, la “encantadora” y eficaz pareja formada por Robert Young
y Maureen O’Hara, la inolvidable pelirroja de El hombre tranquilo, de Ford, consigue darle a sus
interpretaciones una naturalidad absoluta y exhibe una compenetración a la que
los niños colaboran con una excelente aportación. Mr. Belvedere se presenta como la “panacea”
para todos los contratiempos posibles en el seno de una familia de clase media
en un suburb usamericano en el que el
control moral vecinal se ejerce de una manera férrea e implacable, y en el que
las habladurías son algo así como la auténtica vida de la comunidad. Con ese
planteamiento, los gags, hasta que las cosas se complican por la llegada de los
celos al marido, inducidos por dichas habladurías, se centran en la actuación
del niñero, que no deja de sorprender constantemente a los esposos, no solo
porque tiene unas trazas envidiables para gobernar a los niños y al perro, sino
porque no hay parcela de la realidad en la que él no sea un manifiesto
conocedor y dominador: desde la electricidad hasta la avicultura, pasando por
la cocina, la decoración y, por supuesto, la pedagogía. La película, en la
línea de las supernannys, como Mary
Poppins , de Robert Stevenson o la excelente Nanny McPhee, de Kirk Jones, se
aeja de los modelos fantásticos a los que llega, sin embargo, por la
acumulación de saberes que son poderes del todopoderoso señor Belvedere. El
director, Walter Lang, conocido por sus musicales, y en especial por El Rey y yo, dirige esta película, sobre
un guion tan excelente de F. Hugh Herbert, que le valió la obtención del premio
a la mejor comedia de la Writers Guild of
America de 1949, con un sentido narrativo y una intuición nítida para
lograr la mayor efectividad de los gags, aunque buena parte de ellos hayamos de
encontrarlos en la interpretación del protagonista, Clifton Webb y en la del
vecino chismoso especialista en la floricultura -que era la pasión, al parecer
del actor que lo encarna, Richard Haydn, un característico inglés con una voz
impostada que podía considerarse “marca de la casa”-que le da una perfecta
réplica. Aunque se trata de una comedia, digamos que la trama se va complicando
de tal manera que el desenlace viene a ser algo así como la resolución de un caso
detectivesco, razón por la cual me abstendré totalmente de siquiera insinuar nada al respeto. Fue tal el éxito de
esta vieja comedia, hoy ya casi olvidada, que hubo las preceptivas
continuaciones para explotar en taquilla una primera entrega tan original como
divertida. Y atentos al final, que es un auténtico (finis) coronat
opus.
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