lunes, 5 de noviembre de 2018

«La clave de la cuestión», de Hubert Cornfield. Psiquiatría y nazismo en Usamérica.






Una condena por sedición (tres años) a un nazi usamericano que ha de ser tratado, durante la Segunda Guerra Mundial,  por un psiquiatra negro: La clave de la cuestión o las raíces psicológicas, en un caso individual, de la mentalidad supremacista.

Título original: Pressure Point  
Año: 1962
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Hubert Cornfield
Guion: Hubert Cornfield, S. Lee Pogostin (Historia: Robert M. Lindner)
Música: Ernest Gold
Fotografía: Ernest Haller (B&W)
Reparto: Sidney Poitier,  Bobby Darin,  Peter Falk,  Carl Benton Reid,  Mary Munday, Howard Caine,  Gilbert Green,  Barry Gordon,  Richard Bakalyan,  Lynn Loring, Anne Barton.

Convenientemente aleccionado por Stanley Kramer (Fugitivos, Adivina quién viene esta noche y No serás un extraño -criticada en este Ojo-, entre otras…), que actuó de productor,  y con el aval de un director de fotografía como el oscarizado Ernest Haller de Lo que el viento se llevó o de ese joyón del cine negro que es Mildred Pierce, seleccionada para su colección dorada por la Biblioteca del Congreso, muy mal se le tenía que haber dado a Hubert Cornfield para malograr tanta inversión ganadora. La película se estrenó en España, sí, pero tuvo una distribución mínima y bien puede decirse que estoy hablando casi de un auténtico estreno. Hasta donde he podido llegar, la película se estrena en Madrid el diciembre de 1971 en el cine Infantas, que aparece en el ABC en la sección de Salas especiales, es decir, las conocidas como de “Arte y Ensayo”, donde iban cuatro gatos bien informados y duraban dos semanas contadas. La autoría de la película, por cierto, se le atribuye a Stanley Kramer, algo que ya he visto en otras páginas cinematográficas. Que la temática es propia de Kramer, el análisis del racismo en la sociedad usamericana, es indudable, pero no tengo pruebas de hasta dónde llegó la intervención de Kramer, más allá de la producción, para atribuirle la codirección de la película, como sí hace la plataforma cinéfila IMDB. Sea como sea, o bien Hubert Cornfield se imbuyó plenamente del espíritu combativo de Kramer y de su estética de índole expresionista, muy al estilo de la de algunas películas de Frankenheimer, compañero de generación, como la recientemente criticada en este Ojo, Plan diabólico, una maravilla, o supo leer perfectamente lo que quería Kramer conseguir con este drama carcelario de asunto psiquiátrico que tiene como tema fundamental la “creación” de un nazi racista usamericano. Desde el presente, en el que un ya madurito Peter Falk le confiesa a su director, un envejecido Sidney Poitier, que no sabe cómo “llegar” a un paciente suyo, un niño negro que rechaza ser tratado por un blanco, y que por ello  ha tomado la decisión de dejar su plaza, la película abre un largo flash back en el que Sidney Poitier le contará un caso, el de un nazi usamericano condenado por sedición a tres años de cárcel durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Avancemos que el preso/paciente está encarnado por Bobby Darin, ídolo musical que fue de las teenagers  y luego folclorista comprometido políticamente, y del que hay una película muy estimable, y muy comercial, dirigida e interpretada por Kevin Spacey, Beyond the Sea, el título de uno de sus éxitos. Podría pensarse que la cara mofletuda y de buena persona de Darin no fue una buena opción para representar a alguien tan malvado, pero a poco que avanza la película nos persuadimos, viendo su excelente interpretación, de que fue la opción adecuada.  La “lucha”, pues, entre el racismo y el fanatismo autoritario del prisionero y los sanos valores democráticos y constitucionales del psiquiatra negro es evidente que va a constituir el meollo de la película, como así es. Aquejado de migrañas e insomnio, el prisionero tarda lo suyo en acceder a dejarse “tratar” por el psiquiatra, el único que puede “ayudarlo”, aunque para ello necesita la colaboración del preso. Ahí, en la evocación de la infancia y la juventud del protagonista es cuando van a aparecer todos los conflictos familiares que han determinado que su pusilanimidad ante un padre déspota y una madre manipuladora se conviertan en un autoritarismo cruel contra los débiles, categoría nazi que engloba, por supuesto, a los negros, considerados infrahumanos por el prisionero. Las escenas de la niñez cuentan, además, con un niño protagonista, sorprendentemente parecido a Darin, que borda el papel y de quien el director -quien finalmente haya sido- extrae unos primerísimos planos francamente perturbadores y emocionantes. Que las fantasías del niño se conviertan en realidad en el mismo espacio de la consulta, irrupción de un elefante incluida, otorga a la película una atmósfera teatral y una dimensión fantasmagórica que enlazan directamente con la estética expresionista. La claustrofobia de la doble prisión, la de estar no solo prisionero del Estado, sino también, ¡y principalmente!, de su propia historia familiar, está perfectamente representada por los ángulos a veces muy forzados de la cámara para ofrecernos planos afilados y cortantes que la representan a la perfección. Recordemos que el espacio de la consulta es mínimo, y que en él se representa la mayor parte del metraje. Cuando, finalmente, el prisionero ha hecho avances significativos en su tratamiento psicoanalítico típicamente freudiano, no conductista, como sería de esperar, dada la razón de su internamiento, el psiquiatra ha de enfrentarse al establishment de los responsables -él es un joven acabado de llegar a su destino y sus supervisores son todos blancos- que  consideran al prisionero, cuando llega el final del cumplimiento de su condena, reeducado y listo para reinsertarse en la sociedad, por más que el psiquiatra responsable de su tratamiento sostenga que no ha habido tal corrección, que el prisionero vuelve a la calle siendo tan peligroso como cuando entró tras haber formado parte del partido nazi usamericano y haberse visto involucrado en numerosos actos de violencia de tipo racista e insurreccional, dado que su organización tenía como fin último la abolición del sistema político usamericano, esto es, un golpe de estado. La película bien podría ponerse de moda, dado el repunte racista y autoritario de la derecha nacionalista en todo el mundo, como aquí en España podemos comprobar por el proceso golpista del nacionalismo derechista catalán. En definitiva, una película de ideas y de traumas que se sigue con un interés reforzado por la actualidad social y política. Se trata del análisis de un caso individual, pero hay muchas perturbaciones psicológicas en todos esos movimientos populistas que, tratadas a tiempo, pueden ahorrar a las sociedades no pocos disgustos, constriñéndolas a sus orígenes. La política es muy a menudo la pantalla donde se proyectan las frustraciones individuales.
A título anecdótico, adviértase la semejanza iconográfica entre los carteles de ambas películas..., con idéntico tema.

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