Una reflexión agridulce sobre la amistad en un musical de
la vieja escuela: Siempre hace buen
tiempo o Cyd Charisse y Gene Kelly son los amos del cotarro…
Título original: It's Always
Fair Weather
Año: 1955
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Stanley Donen, Gene Kelly
Guion: Adolph Green, Betty
Comden
Música: Andre Previn
Fotografía: Robert Bronner
Reparto: Gene Kelly, Cyd Charisse,
Dan Dailey, Dolores Gray, Michael Kidd,
David Burns, Jay C. Flippen, Hal
March, Steve Mitchell.
Lo extraño es que con esa
pareja, Donen-Kelly, hubiera salido un musical mediocre, lo cual no es el caso,
y lo insólito es que esa misma pareja haya parido un musical “comprometido”,
esto es, más cerca de la realidad de las cosas cotidianas, dentro de lo que los
planteamientos tradicionales del género permiten, que de idealismos vitalistas
fuera de ella. Rodada en un cinemascope espectacular, con un color muy intenso
y unos decorados fantásticos, la historia de la amistad entre tres soldados que
se licencian y se van cada uno por su lado,
siguiendo su propio destino, pero que se citan para encontrarse en el
mismo bar y a la misma hora diez años más tarde, permite acercarnos a una
reflexión sobre el sentido y los límites de la amistad que sorprende en un
musical que se abre con un número espectacular, lleno de entusiasmo e ingenio
coreográfico, a pesar de componer, los tres amigos, un trío hiperdesigual, pero
muy representativo de la sociedad real usamericana. Ojo, estamos ante un
musical, no ante un relato de Stefan Zweig, pero el retrato de cada uno de los
amigos dibuja tres personalidades tan absolutamente distintas que ocurre lo que
casi era forzoso que había de ocurrir, que se reúnen para certificar que no
tienen nada que ver, que han cometido un error reuniéndose de nuevo y que sí,
que ciertas amistades, nacidas en según qué circunstancias, no sobreviven si
estas se modifican sustancialmente o desaparecen. Que los destinos de Cyd
Charisse y los de Gene Kelly se crucen es un motivo dinámico que alimentará el
resto de la narración, tras el encuentro mortuorio de los tres exsoldados y ahora ya examigos. Los destinos de cada uno de
ellos encarnan, diferentes versiones del american dream: un hostelero emprendedor
y cargado de hijos en una familia feliz; un ejecutivo de éxito a punto de
divorciarse y con una salud deteriorada y un vividor que sobrevive en el duro
mundo de las apuestas y los márgenes de la sociedad. La trama, enriquecida con
unos mafiosos a los que Kelly, el jugador, estropea un combate de boxeo
amañado, siendo él el apoderado de un boxeador ganado en una partida de dados,
complica la trama con una vertiente humorística que sirve de contrapunto a la
terrible visión que de la amistad plantea la película. El número de Cyd
Charisse en el gimnasio, rodeada de los fornidos boxeadores y técnicos, es
espléndido. ¡Qué manera de bailar! Ella sola se convierte en la atracción que
imanta la atención de los espectadores, y es que el número tiene una música
especialmente movida que facilita una coreografía rítmica impresionante. De
igual modo, una vez que Cupido ha hecho de las suyas con sus armas, Kelly,
elevado sobre los patines a las dulces nubes con ruedas del amor, ejecuta un
número sobre ellos por las calles de Nueva York que supongo, aunque ahora no lo
recuerdo, que formaría parte de uno de aquellos dos excelentes largometrajes
tan del gusto de quienes somos aficionados a este género, That’s entertainment! Echo de menos un tercero que consolide la
gran trilogía de los éxitos del musical usamericano, la verdad. En su momento
fueron un gran éxito de público. Como lo fue este musical de Donen y Kelly que,
sin llegar a la altura de Cantando bajo
la lluvia, tiene no solo números fantásticos, sino una carga crítica,
ácida, que acerca el musical a lo que sería el devenir del género con obras
como Cabaret, de Bob Fosse, uno de los grandes bailarines y coreógrafos de la
historia del musical. Solo tenemos que pensar en la crítica de los programas de
televisión sensacionalistas, llenos de publicidad y con presentadoras-estrella
como en esta ocasión encarna Dolores Gray con una propiedad exquisita y unas
maneras de gran actriz que confirmó, sobre todo, en el teatro, aunque sus
incursiones en el cine confirman su talento. La película tiene un final
optimista, y esto no arruina nada, porque el musical tiene normas y rituales estrictos
que conviene no transgredir, y menos aún si lo ofician dos de sus máximos
sacerdotes, no solo por el bien del espectáculo, sino del espectador. La
película, aunque más crítica humana y socialmente, no deja de moverse en ese
terreno fantástico del cine de estudio en el que, por definición, todo es
posible. La puesta en escena, por consiguiente, roza la perfección, y en esos
espacios maravillosos que abre, a derecha e izquierda del espectador, el
cinemascope, los bailarines se mueven y cantan como un regalo de los dioses del
celuloide.
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