sábado, 5 de enero de 2019

«Réquiem por una mujer», de Tony Richardson. Faulkner visto por un inglés.



Del macho alfa y la hembra omega: Réquiem por una mujer o una "silvestrada" adaptación  de Santuario, de William Faulkner: oportuna cata en el debate de la violencia sexual contra la mujer y los límites de los conflictos interindividuales.

Título original: Sanctuary
Año: 1961
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Tony Richardson
Guion: James Poe, Ruth Ford (Novela: William Faulkner)
Música: Alex North
Fotografía: Ellsworth J. Fredricks (B&W)
Reparto: Lee Remick,  Yves Montand,  Bradford Dillman,  Harry Townes,  Howard St. John, Jean Carson,  Odetta,  Strother Martin,  Marge Redmond,  Reta Shaw, Pamela Raymond.

Cuando se reúnen nombres “acreditados”: Faulkner, Tony Richardson, Lee Remick, Yves Montand… ¡es tan extraño que el producto final sea un bodrio que no haya por donde cogerlo! No ignoro que a veces sucede, y que a algunos directores se les va literalmente la olla y ruedan ciertas cosas infumables, como El unicornio, de Malle o Dr. M, de Chabrol; pero, afortunadamente, no es el caso de Santuario, segunda adaptación de la obra de Faulkner al cine tras la de Stephen Roberts con Miriam Hopkins, Secuestro (The story of Temple Drake), más ajustada al original, por supuesto, que la presente, en la que cabe preguntarse, sin ser exagerado, qué queda de la obra de Faulkner, porque se trata de una adaptación cuyo guion  propiamente reescribe la novela, dadas las diferencias entre el original y lo que vemos en pantalla. Digamos que de las dos tramas básicas de la novela, la película de Richardson se queda con la historia de Temple Drake, reescribiéndola, además, con un halo de dulcificación que la hace más aceptable para el gran público, a pesar de la dura situación de depravación moral que nos ofrece. La presencia de la criada negra y su relación con la protagonista acercan más el sur de esta novela al de Tennessee Williams  que al de Faulkner, pero, en cualquier caso, el resultado es una excelente película que, por sus libertades narrativas, no parece haber hallado el beneplácito de la crítica. Rodada el mismo año que su gran éxito Sabor a miel, tengo para mí que la película ha pasado completamente desapercibida, y no lo merece. He usado el término dulcificación porque el original es algo así como un saco de podredumbre humana volcado ante los lectores, tanto que incluso Faulkner renegó de ella y la despreció siempre, según la leyenda tejida en torno al autor; pero el dulce resulta bien amargo, a poco que consideramos la autohumillación de la protagonista respeto del contrabandista mafioso que la viola y la domina, teniéndola a cuerpo de reina en un burdel para su uso exclusivo. Se trata fe la hija del juez de una localidad en la que este acaba de condenar a muerte a la criada de su hija por haber asesinado a su nieto. A través del abogado defensor que no lo ha podido impedir, dado el silencio culpable de la protagonista, ella da el paso de acercarse a su padre para contarle su verdadera historia. Mediante el recurso del flash back, por lo tanto, se va alternando pasado y presente para trazar ante el padre una historia de depravación voluntaria y asumida que no se acaba cuando, aparentemente, el mafioso ha muerto en el coche incendiado, tras salirse de la carretera mientras era perseguido por la policía. Ella acepta casarse con su antiguo pretendiente, un universitario con aspiraciones políticas, frío y aburrido con quien tiene dos hijos. La súbita aparición del mafioso, con el poder intacto de seducción al que ella se abandona nada más verlo, pasando por alto su matrimonio, su posición e incluso sus dos hijos, nos acerca al juicio en el que se condena a la criada negra por haber matado al hijo pequeño en su cuna, estrangulándolo, para evitarle lo que su madre haría con él cuando el mafioso le exigiera seguir camino los dos solos: abandonarlo a su suerte. La película puede verse con mucho interés desde la preocupación actual por los malos tratos a las mujeres por parte de sus hombres, porque esta historia de amor fou de la casquivana hija del juez por un hombre curtido en los malos tratos ofrece un interesante terreno de reflexión que se habría de recorrer sin las orejeras de ciertos dogmas ideológicos de lo que llaman la “ideología de género”, si lo que se pretende es entender algo acerca de las relaciones complejas entre hombres y mujeres, más allá de las doctrinas, los dogmas y los catecismos. La actuación de Lee Remick es literalmente espectacular, y ella sola llena la pantalla de un modo tan absorbente que incluso actores tan reconocidos como Yves Montand acaban ocupando un discreto segundo plano frente a ella. No ocurre lo mismo con el personaje de la criada, encarnado por la cantante Odetta. Ella es una de las criadas de la mansión de los delincuentes,  y después del burdel donde “instala” el contrabandista a su “presa”. Cuando desmontan el burdel, la protagonista es llevada  casa del juez; pero la criada negra es llevada a la cárcel. En su nueva vida de dama caritativa de la localidad, ella hace una visita a la cárcel y allí la encuentra, explotada laboralmente. Luego mueve los hilos para llevársela a su casa como criada de la familia, pero también, se advierte al final, como nexo con aquella vida que la protagonista tiene idealizada. La ensoñación en que cae oyendo una música que le recuerda aquellos tiempos en que vivía asumiendo su propia depravación preludia la aparición de la pasión de su vida, una descarga eléctrica de sexualidad ardorosa que nada tiene que ver con el pacato marido que ha acabado aceptando y a quien, al enterarse de que estaba en el burdel por su propia voluntad, no forzada, se le cae el mundo a los pies. Richardson dirige la película con solvencia, pero sin alardes, fiel al hilo narrativo de la historia que se va desarrollando con las pautas de una intriga que se asemeja a la resolución de un puzle cuyas piezas no encajan hasta la última revelación de la hija a su padre, quien no está dispuesto a cambiar un veredicto firme y ajustado a Derecho. La piedad de la criada y la redención de la protagonista a través de la confesión con pelos y señales ante el juez que es al tiempo el padre, construyen los fundamentos morales de una historia construida, sin embargo, sobre la transgresión de los mismos. Yo creo que la película merece un visionado desprejuiciado respecto del original del que parte. Quizás una declaración de ser una película “inspirada” en Santuario, de William Faulkner, hubiera bastado para no confundir a lectores y espectadores, pero la historia es vibrante, la actuación magnífica y la dirección muy sólida. Richardson ha sabido captar a la perfección los conflictos de clase y el racismo propio del sur, amén de la peculiar psicología de la protagonista.

2 comentarios:

  1. por fín encuentro una reseña mas amplia, las anteriores no da detalles , acabo de ver la película en inglés en youtube, solo el final no lo entendí muy bien, pero, leyendo esta reseña me aclara muchas dudas, gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me congratulo de haberle servido de ayuda. No dice si le gustó o no la película, pero intuyo que sí.

      Eliminar