El terrorismo irlandés preindependencia: Larga es la noche o un thriller expresionista
con trasfondo político.
Título original: Odd Man Out
Año: 1947
Duración: 116 min.
País: Reino Unido
Dirección: Carol Reed
Guion: F.L. Green, R.C.
Sherriff (Novela: F.L. Green)
Música: William Alwyn
Fotografía: Robert Krasker
(B&W)
Reparto: James Mason, Robert Newton, Cyril Cusack,
F.J. McCormick, William Hartnell,
Fay Compton, Denis O'Dea, W.G. Fay,
Maureen Delaney, Elwyn
Brook-Jones, Robert Beatty, Dan
O'Herlihy, Kitty Kirwan, Beryl Measor,
Roy Irving, Joseph Tomelty, Arthur
Hambling, Ann Clery, Maura Milligan, Maureen Cusack, Eddie Byrne, Kathleen Ryan.
A Carol Reed, por méritos
propios, se lo asocia con El tercer
hombre como uno de los momentos álgidos del género policiaco, un clásico
indiscutible que aunó, además, a su calidad cnematográfica, una banda sonora excepcional con una
interpretación inquietante, la de Orson Welles. Las lenguas pestíferas han
querido menoscabar los méritos de Reed hablando de una intervención de Welles
más allá de su desempeño interpretativo. Por si a alguien le quedara dudas de
la inequívoca autoría de Reed, solo tiene que ver esta película y, sobre todo,
leer las fichas técnicas de ambas para descubrir al cinematografista de ambas:
Robert Krasker, a quien ha de achacarse buena parte del resultado formal último
de la película, con un juego de luces y sombras, de contraluces, de destellos
lumínicos en las calles, etc., que hermanan íntimamente esta película con la
que le daría fama universal dos años después. Menos cosmopolita que El tercer hombre, Larga es la noche se centra en el mundo del terrorismo irlandés
antes de la independencia y, concretamente, en un minúsculo acontecimiento: el
intento de robo en una empresa para financiar sus actividades un grupo
encabezado por quien ha vive escondido de la persecución policial tras haber estado
largo tiempo en la cárcel y haberse escapado. Vive oculto en casa de una
familia cuya hija, afín a la causa, está enamorada de él, toda una leyenda cuyo
nombre conocen, con cierta admiración, no exenta, en muchos casos, de reprobación,
de los habitantes de Belfast, lugar donde transcurre la acción y donde Reed y Krasker
consiguen secuencias que están a la altura o superan a las de El Tercer hombre en los callejones de
Viena o en sus cloacas, donde tiene lugar el inmortal final de la película.
Aunque la película no aborda el conflicto político-terrorista que llevó a la independencia
de Irlanda, está claro que uno de sus objetivos es enfrentar a un buen número
de ciudadanos a esa realidad y mostrar los miedos, las dudas, los recelos, el
rechazo, la solidaridad, la indiferencia, la delación o, en el caso de la
protagonista, un amor que la incita incluso a la inmolación. Herido en el
forcejeo con un trabajador armado de la empresa atracada, a resultas del cual
el empleado muere, la película sigue al protagonista en el esfuerzo descomunal
de este por evitar el acoso policial que despliega un sistema de controles de
los que se evade por puro azar, al haberse refugiado en un coche de caballos de
alquiler que en modo alguno despierta desconfianza en los agentes cuando el
conductor, un borrachín, les dice que lleva dentro a Johnny McQueen. El “incidente”
le va a permitir al director pasar revista a un buen numero de ciudadanos que
han de enfrentarse de manera directa a un hecho, el del terrorismo político,
que mostrará diferentes respuestas. El frío, la lluvia, algunas calles
embarradas, todo, se conjurará para entorpecer la huida del fugitivo malherido.
Es larga la galería de personajes populares que entran en contacto con el
herido, lo que permite identificar tanto a los delatores como a los ciudadanos
compasivos que, aunque socorren, al herido, también se lo quitan de encima para
evitar represalias policiales, del mismo modo que, cuando es recibido en el
pub, el dueño solo piensa en sacarlo de allí de la mejor manera posible para
evitar represalias de los terroristas. A medio camino entre unos y otros, está
el pintor borrachín y algo zumbado que pretende hacer un retrato de McQueen
para inmortalizar esa especie de tránsito entre la vida y muerte que es la
presencia moribunda del activista político, tanto en el bar como luego en su
casa, donde lo curan de urgencia para llevarlo a un hospital mientas e pintor
intenta captar esa expresión trascendente del terrorista. En el ínterin, a
través del cura al que recurre la enamorada para que la ayude a encontrarlo. Si
no fuera porque el drama recorre de punta a punta la película, estaría tentado
de decir que el director ha escogido la perspectiva de la comedia para retratar
a unos irlandeses ultraamigos del alcohol y con una capacidad de sorna cáustica
que convierte ciertas réplicas de los personajes, algunos circunstanciales y
otros principales, en una suerte de crítica humorística de su realidad a la
altura de las mejores réplicas del cine de Billy Wilder. James Mason, apuesto y
con la edad apropiada para encarnar al frágil líder combativo, hace una
interpretación excelente, pero lo cierto es que la película es una película
coral, y en esa coralidad radica su gran acierto, porque a medida que el herido
va pasando “de mano en mano”, obtenemos un retrato muy acertado de la realidad
irlandesa de aquellos últimos años, 1910-1915, antes de la independencia, declarada
unilateralmente en 1916, pero no conseguida, formalmente, hasta 1922. Es cierto
que el alcohol es algo así como el vínculo que une casi todas las subtramas de
la película, pero la escena en que el lugarteniente del fugitivo se acerca a
unos niños buscando información y estos se arremolinan a su alrededor pidiéndole
ya unos peniques ya cigarrillos, va más allá de la anécdota que centra la
película. Belfast, una ciudad fría, inhóspita, por la lluvia, y peligrosa acaba
convirtiéndose casi en otro personaje de la película, por los claroscuros
impresionantes que consiguen Reed y Krasker, tanto en la huida del herido como
en la magnífica y espectral de su lugarteniente, cuando juega al ratón y al
gato con la policía para permitirle llegar al herido a alguna casa donde lo
acojan, lo que hacen dos mujeres que, sin embargo, cuando llega el marido, se
ven forzadas a tener que dejarlo marchar para evitar convertirse en cómplices
de un asesino. La fuerte presencia de la religión en la vida irlandesa está
plasmada a través de la figura del sacerdote, a quien la trama no pone en ningún
dilema moral imposible de afrontar. De hecho, una de las últimas pesadillas del
perseguido tiene al sacerdote, mudo, eso sí, como elemento principal que le
recuerda la falta de compasión, de
piedad, que ha gobernado su vida al entrar en la lucha armada. La enamorada
tiene concertada la evasión del herido con un buque que lo alejaría de Belfast,
y esa espera, hasta las doce en punto de la noche, añade una presión temporal
sobre la trama que potencia la adscripción genérica al thriller policiaco. No revelo
el final, pero tampoco hay que ser un lince para intuirlo, dado lo dicho. De
todos modos, la visión de la película es tan gratificante, tan espectaculares
sus imágenes y tan poderoso su ritmo narrativo, que ni conociendo el final
dejaría uno de maravillarse ante tanta perfección. Finalmente, para los desmemoriados, no me resisto a recordar que a Carol Reed se debe uno de los grandes musicales "modernos", Oliver, que le valió su único Oscar.
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