Historia de un trauma y una ambición: La vividora o una aproximación con
protagonista femenina a Julien Sorel.
Título original: Wicked as
They Come
Año: 1956
Duración: 94 min.
País: Reino Unido
Dirección: Ken Hughes
Guion: Ken Hugues, Sigmund
Miller, Robert Westerby (Novela: Bill Ballinger)
Música: Malcolm Arnold
Fotografía: Basil Emmott (B&W)
Reparto: Arlene Dahl, Philip
Carey, Herbert Marshall, Michael Goodliffe, Sidney James, Ralph Truman, David Kosoff,
Faith Brook, Frederick Valk, Marvin Kane,
Patrick Allen, John Salew, Pat
Claven, Gil Winfield, Jacques B. Brunius.
Ken Hughes no se prodigó
mucho, pero al margen de algunas películas muy populares como Chitty Chitty Bang bang, Casino Royale, Cromwell o una versión magnífica de Servidumbre humana, con dos actorazos de campanillas como Laurence
Harvey y Kim Novak, yque ya fuera
llevada al cine por el magnífico John Cromwell con el título Cautivo del deseo, esta película forma
parte de esa legión de films excelentes a los que ha perjudicado mucho la
ignorancia de su existencia, una suerte de olvido ennoblecedor en el que no han
perdido ni un ápice de sus virtudes, dispuestas siempre a ser descubiertas por
intrépidos cinéfilos. A su manera, he tenido con esta película, a la que
calificaría como “superproducción de serie B”, una sensación parecida, si bien algo
más atenuada, a la que tuve con El tercer
secreto, del inmenso director Charles Crichton: estar en presencia de una
película merecedora del visionado por el gran público, dada su calidad, el
interés de la historia y la estupenda interpretación de la bellísima y seductora Arlene Dahl. La
historia de quienes trepan en la escala social movidos por una ambición que
esconde, casi siempre, un oscuro pasado de humillación y vergüenza, no es nueva
en el cine, ni tampoco en la literatura, en la que Julien Sorel, el
protagonista de Rojo y Negro ocupa un lugar fundamental. El rol principal de La vividora -de nuevo una traducción en
español que no le hace justicia al original inglés y que “guía” la visión sesgada
de la protagonista- es el de una mujer de cuyos antecedentes poco se sabe hasta
casi el final de la película, cuando el enamorado y despreciado galán descubre
una historia que llegó a los diarios y que la tiene por protagonista, y que en
parte ayudan a explicar la disposición frígida que mantiene hacia los hombres, lo
que le permite ir acumulando seducción tras seducción hasta conseguir llegar a
la cima de su “carrera”. La película tiene una estética que recuerda a grandes
melodramas de Douglas Sirk, pero también un planteamiento que se adelanta a
narraciones psicológicas y de misterio como Marnie,
la ladrona, de Hitchcock, con la que comparte no pocas similitudes. Si la protagonista
hubiera tenido un serio trastorno psicológico, estaríamos hablando del claro
antecedente de Repulsión, pero como no es así, hemos de hablar de una película muy
personal, rodada en tres ciudades distintas, Nueva York, Londres y París, con
magníficos exteriores de las dos últimas, lo que le confiere a la cinta ese “toque”
cosmopolita de grandes superproducciones. Con todo, al tratarse de la narración
de un caso de ascensión social que incluye la inevitable caída -y no revelo
nada, porque forma parte del esquema de este tipo de historias muy repetidas
tanto en el cine como en la literatura-, lo importante es ver cómo la
protagonista es capaz de dejar en la estacada a los diferentes “peldaños” que
le permiten seguir escalando en la sociedad para desquitarse de sus orígenes humilde
y ese “algo más” de lo que nos enteramos, ya decía antes, casi al final de la
película y que permite dejar el desenlace abierto, al menos hasta cierto punto.
El arte sutil que demuestra poseer para deshacerse de los obstáculos que le
impiden la ascensión es toda una antología de las malas artes “femeninas”, un
clásico de la denostación de ciertos rasgos de las mujeres fatales que llenan los archivos de cualquier filmoteca.
Solo con uno, un publicista a sueldo, parece fallarle el seguro instinto de
rechazo a sus peldaños: Tim O’Banion, interpretado por un galán con mayores
desempeños televisivos que fílmicos, Philip Carey, que llena sin embargo la pantalla con una
presencia muy convincente. Esa historia de amor soterrada la acompaña a lo
largo de sus diferentes escaladas sociales en la que destaca la asociada a un
grande la interpretación, Herbert Marshall, también sobresaliente en su papel
de jefe burlado por la secretaria cuando esta se entera de que la verdadera
rica de su matrimonio es la hija de dueño de la empresa, y él un mero “gestor”.
La suerte de la protagonista es que el Suegro de Marshall esté viudo y que su belleza lo hechice desde que se la
presentan. El diálogo entre las dos mujeres, la hija del dueño y la trepadora,
en el lavabo de señoras de un club, es antológico. Hay no poco de sofisticación
en la puesta en escena de la película, porque es el glamour del poder del
dinero lo que ella va buscando, pero cabe destacar que no pierde su energía de ex
mujer trabajadora para especializarse en el trabajo de secretaria que le
abrirá, piensa ella, y no se equivoca, las puertas que dan a la escalera que la
llevará a la cumbre… Y escrito “cumbre”, ¿cómo no recordar Un lugar en la cumbre, de Jack Clayton, otra excelente muestra de
esta historia típica de trepadores sociales? La película está narrada de un
modo muy fluido, y en ningún momento hay ni siquiera un tiempo muerto que
parezca distraernos del objetivo de la protagonista, como la desviación hacia
el matrimonio con el fotógrafo que acabará con este en la cárcel y convertido
en futura amenaza para quien lo dejó tirado como antes les sucedió a otros. No
quiero dejar de mencionar el último tramo de la película, con los
interrogatorios de un comisario francés llenos de cálida comprensión de la vida
y de la naturaleza humana. Por su despacho pasan los principales personajes de
la película tratando de explicarse y de explicarnos cómo ha sido posible tan
meteórica ascensión. En definitiva, harán bien los amantes del melodrama y las
historias “de personaje” en no perderse esta película en la que ella, Arlen Dahl,
exhibe una belleza que justifica sobradamente el que tantos se vuelvan locos
ante la posibilidad de conseguirla. De hecho, para esta película, la Columbia
planteó una campaña publicitaria que la actriz consideró degradante y denunció
a la compañía reclamándole un millón de dólares por daños y perjuicios, pero el
juez desestimó la demanda.
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