miércoles, 9 de enero de 2019

«Shadowman», de Oren Jacoby, el reverso de Banksy.



La vida en el margen o la historia estremecedora de un artista tan devoto de la creación como de la autodestrucción: Richard Hambleton.


Título original:  Shadowman
Año: 2017
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Oren Jacoby
Música: Joel Goodman
Fotografía: Tom Hurwitz, Oren Jacoby, Robert Richman
Reparto: Documentary.

Cuando nace el arte urbano en Nueva York son tres los “reyes” de los grafitti, del arte efímero, del Street Art o de los cubreparedes: Hambleton, Basquiat y Keith Haring (de este último se rescató no hace mucho un mural en BCN contra el SIDA). Al poco tiempo, uno de ellos se eclipsa, Hambleton, rechazando la asimilación a los ambientes artísticos asociados a los circuitos de galerías y a la frecuentación de las clases altas del arte y de la vida social. Shadowman es una descripción del tipo de grafitis que popularizó Hambleton, figuras negras en las paredes, hechas al amparo de la oscuridad de la noche, según todas las normas de los auténticos grafiteros outsiders, y, al mismo tiempo, la descripción psicológica de la personalidad sombría, introvertida y compleja de quien opta por vivir en los márgenes, adicto a todo tipo de drogas, pero quien, al mismo tiempo, no deja nunca de pintar, ni siquiera cuando se convierte en un homeless. El documental, que cuenta con imágenes rescatadas de la actividad inicial de Hambleton, cubre todo el periodo vital del artista desde su eclosión en Canadá, su país de origen, con lo que él llamaba crime scenes, dibujos en las aceras de contornos como los de la policía para describir la posición de un asesinado, hasta la efímera fama de que disfrutó junto a Basquiat y Haring, su desaparición durante 20 años en algo bastante más duro que la “travesía del desierto” de que solemos hablar para los “malos momentos” de alguien, y el rescate de su figura por dos jóvenes galeristas que se empeñaron ¡contra el propio Hambleton! en llevarlo, de nuevo, a la cúspide de la fama y el reconocimiento del que acaso no debería haberse apeado nunca, pero, y eso queda claro en la dura relación de ambos jóvenes con Hambleton, este estaba poseído por el afán perfeccionista y nunca decidía que un cuadro estaba acabado definitivamente. De hecho, y dada su terquedad y su renuencia a aceptar compromisos, más de una vez, ante la exigencia perentoria de que entregara el cuadro por el que había sido pagada muy generosamente, Hambleton cogía una brocha y se lanzaba a la tela para desfigurar la imagen y volverla a retocar… Con todo, consiguen hacer una exposición en la que sus obras alcanzan cifras exorbitantes, pero nada de todo ello cambia la determinación marginal del autor, quien gasta sin ton ni son auténticas fortunas a pesar de que su salud, con un cáncer de piel de por medio, que le iba vaciando parte de la cara, y una escoliosis que había deformado grotescamente la grácil figura de dandy de su juventud, lo condenaban a una supervivencia difícil, ¡y más aún en la calle! En un momento dado, Hambleton desprecia sus shadowmen y se inclina por los paisajes en un cambio de dirección artística que en modo alguno responde al posible interés de los compradores, al tener un no se sabe qué de anodinos, sobre todo por el uso del color intenso, como el rojo de alguna composición que recuerda, dicen algunos críticos, el rojo de la sangre entrando en la jeringuilla que inyecta la heroína… Más tarde inicia una serie de cuadros con el motivo de los rodeos, inspirado por el anuncio de Marlboro, pero con la técnica de los shadowmen, francamente espectaculares. La irrupción en su caótica vida de los galeristas Andy Valmorbida y Vladimir Restoin Roitfeld supone, tras casi 20 años de postración y olvido, la oportunidad de “recuperar” el prestigio que tuvo y que le llevó incluso a desdeñar la petición de Warhol de que le hiciera un retrato. Los dos jóvenes se encuentran con un anciano testarudo, que no quiere vender sus mejores cuadros, porque quiere tenerlos cerca, que camina, por la escoliosis y seguramente una lesión de cadera  balanceándose al estilo Fraga de sus últimos días y que vive en lugares inmundos en los que solo el alma caritativa de una antigua novia puede entrar. La voluntad autodestructiva de un prodigio del arte, que viajaba por Brooklyn en bicicleta, que fue expulsado de un espacio que le habían cedido y lanzadas sus obras a la basura es totalmente inclasificable. Podemos repasar cualesquiera historias de degradación de las muchas que han alcanzado la fama, pero difícilmente ninguna tenga imágenes tan duras y al mismo tiempo tan líricas como las de este documental sobre la vida de Richard Hambleton. El documental no pretende ser en modo alguno efectista, ni se recrea en la degradación del personaje, sino que se limita a recontar una existencia que opto por los márgenes, por la sordidez y por el arte, desde una suerte de ingenuidad esencial que emparenta a Hambleton con los locos y los niños: seres libres, aunque limitados. Vivió donde quiso vivir. Pintó lo que quiso pinar. Se drogó lo que se quiso drogar, al dictamen de lo que era el mundo en la década de los 80 del pasado siglo. Amó a quien quiso amar. Y fue siempre fiel al estoicismo que gobernaba sus días. Con lo que su vida fue, no hay ni un momento en el documental que la recoge en el que él exprese ni remordimiento ni se lamente por el camino tomado, antes al contrario, hay siempre en él, incluso con sus deformaciones, un punto de orgullo legítimo, el de quien sabe que su obra pertenece a la Historia del Arte con mayúsculas. De hecho, su nombre completo es Richard Art Hambleton…

P.S. Aunque a un nivel muy distinto, este documental me ha traído a la memoria la figura de Francisco de Pájaro, un artista urbano de origen extremeño que vivió mucho tiempo en Barcelona y que bajo el lema “El arte es basura” ha compuesto sus obras con las basuras que genera la vida urbana. Ahora está en Londres, pero hubo un tiempo, y Gregorio Luri fue el primero en percatarse de ello, en que “colgaba” sus intrépidas creaciones en las calles de mi barrio el de San Antonio, en BCN. Huyendo, como Hambleton, de las exigencias y vacuidades de los circuitos de galerías, Pájaro halló una fuente de inspiración asombrosa para un arte a medio camino entre Goya y el expresionismo, tan personal como efímero, aunque en su página de Facebook él deje memoria fotográfica de ello. Lo que sí recuerdo es ver cómo algunas personas se llevaban cuidadosamente alguna de sus obras, las más sencillas, de los contenedores a sus casas… ¡Eso sí que es ojo comercial!



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