Lo irrepetible y protocanónico es, por definición,
insuperable, y parte de la cultura popular: Tiempo
después, o el lastre de la fórmula magistral cuya eficacia aún, a ratos,
funciona.
Título original: Tiempo después
Año: 2018
Duración: 95 min.
País: España
Dirección: José Luis Cuerda
Guion: José Luis Cuerda (Novela: José Luis Cuerda)
Música: Lucio Godoy
Fotografía: Pau Esteve Birba
Reparto: Roberto Álamo, Miguel
Rellán, Blanca Suárez, Arturo Valls,
Carlos Areces, Manolo Solo,
Gabino Diego, Miguel Herrán, Berto Romero,
Daniel Pérez Prada, Antonio de la Torre,
Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Nerea Camacho, Pepe Ocio, Secun De La Rosa, Iñaki Ardanaz, María Ballesteros, Saturnino García, César Sarachu, Javier Bódalo, Joan Pera,
Estefanía de los Santos, Martín
Caparrós, Fernando González, Marcos
Zan, María Caballero, Luis Pérezagua, Nacho López, Andreu Buenafuente, Eva Hache, Daniel Romero, etc.
Cuando se ha entrado por
derecho propio en la Historia del Cine, con una obra singular y al margen de
todas las corrientes habidas y por haber, y además se ha dejado una impronta coloquial
tan poderosa como la del título de la obra maestra de Cuerda: Amanece, que no es poco…, que salpica
con su ingenio de ascendencia senequista cualquier conversación culta o inculta
que se precie, ¿a quién no le parece, en principio, una aventura condenada al
fracaso intentar volver a reproducir la magia
de aquella obra sin parangón posible? Sirva este preámbulo para afirmar que lo
cierto es que he ido al cine con una prevención notable, propiamente a la
defensiva, diría, por todo lo que acabo de decir, y porque el refrán famoso de
las segundas partes, a pesar del Quijote, casi siempre suele acertar. No sabía
qué iba a encontrarme, pero el concepto futurista y escasamente distópico del planteamiento,
junto con un arranque hábilmente concertado entre la poesía de las imágenes y
la seducción de la banda sonora me han abierto el apetito fílmico enseguida. El
prodigio de la supervivencia del edificio Torres Blancas de Madrid, en medio de
un paisaje de John Ford, con el eco de la estatua de la libertad en el final de
El planeta de los simios, de Franklin
J. Schaffner, tiene suficiente entidad como para, de la mano de los canónicos
guardias civiles que pasean por el reino de Bastos, ir abriendo las
habitaciones de un vodevil que tiene momentos muy logrados, logradísimos me
atrevería a decir, junto a *chirriaduras
de alto voltaje… Como estamos en una suerte de 13, Rue del Percebe concebida como el reino de Bastos, opuesto al
campamento de chabolas donde viven los agitadores que se pueden “despersonalizar”
si dejan de ser la amenaza de pega que les ha tocado ser en el reparto del
nuevo orden nacional miles de años hacia adelante, las diferentes realidades de
los distritos de lo real que van apareciendo tienen la virtud de seducirnos en mayor o menor grado. Así, la
historia de los barberos, con una estupendísima y natural interpretación de
Berto Romero como fantasma del barbero-poeta asesinado por su fallido
competidor, tiene mucho mérito, frente al guiño discreto del pastor y las
ovejas de El ángel exterminador, de
don Luis Buñuel o el fallido de los jóvenes pasotas-filosóficos. Construida,
como la precedente, por el método de la acumulación, hay, no obstante, un resto
de hilo argumental que se parece mucho a un desarrollo narrativo clásico: el
enfrentamiento entre el Reino y los chabolistas, quienes, como si de la
Bastilla o el Palacio de Invierno se tratases,
se conjuran para asaltar el edificio donde reside el “otro” mundo: un reino que
incluye un alcalde elegido democráticamente, y unos personajes simbólico-estrafalarios
cuyas “ocurrencias”, usualmente en un tono cultista, van derramándose a través
del metraje sin otra finalidad que servir de oculta crítica en clave elemental,
a diestro y siniestro, de una situación política que se ha ido sucediendo, de
forma ostensiblemente inmovilista, a través de los tiempos hasta ese futuro en el
que todo sigue siendo desoladoramente lo mismo de siempre. En esta ocasión, y
dada la “lucha de clases” que se escenifica, entre las fuerzas reaccionarias y
las fuerzas progresista, la aparición de personajes como el cura carlistón del
trabuco remite más a García Berlanga que al propio antecedente de Amanece, que no es poco… En términos
generales, y eso es básico para atraer al espectador, actores y actrices son
determinantes a la hora de invitarnos a entrar en el disparate universal que
hemos de aceptar como realidad. La elección, para papel tan destacado, de
Roberto Álamo, no me parece la mejor, pero eso, como todo en este arte séptimo,
va en gustos. Todos los demás están a la altura de los cometidos surrealistas
(¡ya tuvo que salir el palabro…!) y Carlos Areces brilla al nivel del gran
cómico que es, del mismo modo que Manolo Solo y Blanca Suárez, sobre los que
recae gran peso de la película, junto a la pareja de la Guardia Civil, Miguel
Rellán y Daniel Pérez Prada, todos ellos actuando al nivel del original del que
parte la idea de esta secuela que el director salva a fuerza de puesta en
escena, en esta ocasión. Distingamos, además, a César Sarachu, en el papel del
enamorado Galbarriato, cuya actuación lamentamos que cese tan pronto. Y la fidelidad
del Director que ha requerido, en sentido homenaje a Amanece, que no es poco, la presencia de Daniel Romero (el padre
del cantante Jero Romero), “el del fandango”, quien entona el mismo fandango
que en aquella. Si la primera se rodó en escenarios naturales, como Liétor, que
tuve la ocasión de visitar guiado por un hijo del lugar, la presente se ha
realizado básicamente en estudio y en el interior del edificio Torres Blancas, de
Saénz de Oiza, sobre el que tuve la oportunidad de ver un documental fabuloso
en el que el arquitecto nos guiaba en una visita a edificio tan singular en una
ciudad como Madrid, poco dado al aventurerismo arquitectónico, al menos hasta
las Torres Kio, que uno recuerde… La puesta en escena, ya digo, es fundamental
para apreciar las virtudes de esta película que en modo alguno pretende ser la “continuación”
de lo irrepetible, aunque haya algo en ella de vieja “fórmula” de éxito que se
repite, en parte, como un ensalmo para conjurar a los dioses protectores de la
taquilla. Son muchos los productores, y son numerosísimos los actores y actrices
que aparecen más propiamente como “cameos”, que como personajes con cierta entidad,
como ocurre en el graciosísimo sketch del reclutamiento para la guerra contra
los desposeídos. Los encuadres, los espacios, los fondos, sobre todo el
omnipresente del paisaje de los westerns de Ford, perfecto fondo del encuadre
de la cama donde duermen, juntos, la pareja de la Guardia Civil, por ejemplo, las
tomas cenitales o en contrapicado de la empinada escalera de acceso al edificio,
a través de la cual se sube el carrito de las limonadas, pendientes, en todo
momento, de que el Director ceda al guiño de El Acorazado Potemkin, lo que no ocurre, gracias a Cuerda…, aunque
sí que tenemos presente el motocarro de Cassen en Plácido, eso sí. Mucho va de aquellos tiempos a estos, desde luego,
pero Cuerda no renuncia a que se trace una línea cordial que una este presente
con aquel pasado, y, en parte, he de reconocer que lo consigue. Es cierto, sin
embargo, que buena parte de la artillería *gagística,
sobre todo la relativa a la política, deja mucho que desear, porque tiene algo
de ingenuo y manido al tiempo, como el rancio sabor de las nueces revenidas,
por ejemplo, ya puestos a detallar…; flota en el ánimo del espectador, que
Cuerda se ha dejado llevar por alguna que otra aportación de la cosecha propia
de los muchos cómicos populares de nuestros días que aparecen, aunque quizás me
equivoco y nos les ha dejado meter baza ninguna, y lo que ocurre es que ha
seleccionado a aquellos más adecuados al tipo de humor que ellos hacen por su
cuenta, como el de los municipales, encabezado por Joaquín Reyes o el propio del
barbero perdido en la aburrida nada de Berto Romero. Insisto, aunque hay no
poco de explotación de una reconocida “fórmula” en la película, lo sorprendente
es la vitalidad, la fecundidad de la misma, capaz, treinta años más tarde, de
levantar una narración con tantos guiños que, solo la excelencia de los intérpretes
es capaz de detener en pura, luminosa y jocosa mirada cítrica al presente,
desde un futuro tan lejano.
Extraordinaria y exhaustísima crítica con la que coincido
ResponderEliminarMe alegra leer esa coincidencia. A veces tiene uno la sensación de que escribe para el viento, el silencio y la sombra, pero, de repente, un comentario así es todo un señor rayo de luz de la más potente que imaginarse pueda. Gracias por la visita.
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