La Trilogía de los
perdedores de Aki Kaurismäki: La estética hierática y la conciencia social.
Título original: Kauas
pilvet karkaavat (Drifting Clouds). Nubes Pasajeras.
Año: 1996
Duración: 96 min.
País: Finlandia
Director: Aki Kaurismäki
Guión: Aki Kaurismäki
Música: Shelley Fisher
Fotografía: Timo Salmine
Reparto: Matti Onnismaa, Kari Väänänen, Elina Salo, Kati Outinen, Markku Peltola, Markus Allan, Sakari Kousmanen
Título original: Laitakaupungin
valot (Lights in the Dusk). Luces al atardecer.
Año: 2006
Duración: 80 min.
País: Finlandia
Director Aki Kaurismäki
Guión: Aki Kaurismäki
Música: Melrose
Fotografía: Timo Salminen
Reparto: Janne Hyytiäinen, Maria
Järvenhelmi, Ilkka Koivula, Maria Heiskanen, Kati Outinen,Sergei Doudko, Andrei Gennadiev, Arturas
Pozdniakovas, Matti Onnismaa, Sulevi Peltola, Antti Reini, Neka Haapanen, Santtu Karvonen, Sesa Lehto, Jukka Rautiainen, Jukka Salmi
Junto con El hombre sin pasado, una cinta de Aki
Kaurismäki que tuvo cierto éxito en la cartelera barcelonesa, si bien entre las
minorías cinéfilas, otras dos películas formaban con esa una trilogía llamaba Trilogía de los perdedores: Nubes pasajeras y Luces al atardecer. De ellas quiero hablar ahora. Se trata de dos
películas que se venden juntas en un estuche, a pesar de que lo propio hubiera
sido ofrecer las tres a la venta. En todo caso, el visionado de estas dos
películas permite confirmar las impresiones favorabilísimas que me produjo El hombre sin pasado: la confirmación de
estar ante uno de los cineastas más personales del cine europeo, a la par, sin
duda, del propio Lars von Trier, por poner un ejemplo de cine muy distinto del
suyo pero con una capacidad de impacto visual muy semejante a la del finlandés, aunque en otra escala de producción, porque mientras el cine de Trier alcanza la categoría de gran producción, el de Kaurismäki bien puede encuadrarse en el cine de bajo presupuesto..
Lo primero que llama la
atención de las películas de Kaurismäki es el curioso y contrastado cromatismo,
después, la puesta en escena y, finalmente, el método interpretativo de actores
y actrices, ajustados a un patrón que se forma mediante un uso del ritual y del
hieratismo que pueden, y deben, desconcertar al espectador poco familiarizado
con el mejor cine europeo y en modo alguno acostumbrado a tales
interpretaciones, más cerca de la intensidad del cine mudo que del cine sonoro,
más cerca de Dreyer que de Fellini. Hemos de añadir a esas características
básicas del cine de Kaurismäki otras dos que no podemos dejar de mencionar. La
primera es un personalísimo sentido del humor, tan sutil que bien puede pasar
desapercibido, pero que permite afrontar con cierta esperanza las dramáticas
situaciones laborales que se plantean en ambas películas, de una extrema
crudeza. La segunda es la selección musical de canciones que coadyuvan a la
creación del clímax emocional de una forma casi determinante. Es chocante,
además, que frente a ese hieratismo de las interpretaciones, al que le está
vedada la expresión exterior de los sentimientos, se escojan canciones de
géneros tan apasionados como el tango, por ejemplo.
Quien vea estas dos
películas se verá sometido a una especie de hechizo visual que no le hará
apartar los ojos de la pantalla, a la que quedará fijado por arte y gracia de
la atracción que sus cuidadas imágenes, sus encuadres, la puesta en escena de
cada uno de los planos, ejerce sobre nuestra mirada asombrada. De hecho, los
encuadres de Kaurismäki tienden a abarrotar el plano con la presencia humana ante
un decorado que parece hecho a escala inferior de la persona, como si los
personajes se introdujeran en un teatrillo de alcoba. Si, además, constatamos
su silenciosa aparición y la ausencia absoluta de espontaneidad, obtenemos un contraste
definitivo para explicar el porqué del magnetismo de estas películas. No es
menos cierto, con todo, que los actores y actrices de Kaurismäki dominan a la perfección
eso tan difícil que es, en su cine, mezclar la inexpresividad de las emociones
con la emoción de la inexpresividad: La galería de rostros de las películas de Kaurismäki
es propia del cine mudo y recuerda notablemente el efecto de los primeros
planos de las películas de Eisenstein, autor del que no está muy lejos el
cineasta finlandés.
Las dos historias son
historias de pérdidas de trabajo y de dificultades existenciales, si bien ambas
tienen finales felices, o moderadamente felices. Los personajes poseen, todo
ellos, una determinación interior que parece dar a entender que son capaces de
hacer frente al destino, aunque, en todos los casos acaban siendo víctimas de
él, si bien, como en el caso de Nubes
pasajeras, también beneficiarios de sus ironías piroténicas. En el caso de Luces al atardecer, por otro lado, el
remedo del cine negro con vampiresa incluida, le confiere una lectura en clave
de parodia que en Nubes Pasajeras se
manifestaba como parodia de un género musical, el tango. Ello confiere a ambas películas
una sutil ironía que alivia la angustia del espectador, sin llegar a anularla. La
inexpresividad general de la que hemos hablado se manifiesta en forma de
incomunicación verbal y de comunicación al nivel del sobreentendido o de la
complicidad en el caso de la pareja de Nubes
pasajeras. Para un espectador del sur, el mundo finés se le puede aparecer
como un exotismo, y sus mentalidades algo tan glacial como ajeno. La
composición de las escenas recuerda muy notablemente la pintura flamenca, pero
el cromatismo intenso de colores muy definidos: verdes y naranjas, sobre todo,
contrasta poderosamente con esa inexpresividad, como si toda la pasión ausente
de los personajes se manifestara en el fondo contra el que se recortan como marionetas los
personajes de estas historias de las innumerables crisis a las que siempre se
enfrentan los trabajadores sin otra arma que su fuerza de trabajo. En esta
película, además, teniendo en cuenta la temática, choca mucho la ausencia de estructuras
sindicales a las que recurran los trabajadores, como si su lucha fuera
estrictamente individual, calvinista.
Si el espectador es capaz
de hacer abstracción de sus experiencias cinematográficas tradicionales y se
desprejuicia y entrega a esta innovadora manera de concebir el séptimo arte,
seguro que hallará motivos de satisfacción en esta Trilogía de los perdedores, porque El hombre sin pasado es de tan obligada visión como Nubes Pasajeras y Luces al atardecer.
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