sábado, 22 de marzo de 2014



Las brujas de Zugarramurdi: Una amable gamberrada torrential


Título original: Las brujas de Zugarramurdi
Año: 2013
Duración: 112 min.
País:  España
Guión: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
Música:Joan Valent
Fotografía: Kiko de la Rica



                                                 


No diré que el humor de este juguete cómico de Álex de la Iglesia –muy lejos, por cierto, de aquella pequeña joya que fue, y sigue siendo, El día de la bestia, con un poder de anticipación tan notable como para saber que la Bestia habitaba precisamente en aquellas torres Kio entonces en construcción, como saben cuantos se dejaron engañar por las famosas preferentes– es tan viejo como la Venus de Willerdof, que tan importante papel juega en la película, pero a este crítico le gusta esa suerte de reconocimiento al denostado cine español de los años 60 y 70, lleno de películas con argumentos disparatados y saineteros, que, en cierto modo ha explotado Santiago Segura con su serie de Torrente, un Segura, además, que tiene una participación graciosísima en la película. Aquella entrañable comedia costumbrista de la trilogía famosa:, Operación secretaria, Operación cabaretera y Operación mata-Hari, entre muchas otras,  con la pareja José Luis López Vázquez y Gracita Morales; o la recientemente recuperada Atraco a las 3 de Forqué, con una versión moderna, Atraco a las 3…y media, de Raúl Marchand, que es mejor olvidar, son películas costumbristas que, con un argumento absurdo, permitía que el público se reconociese en ellas por la creación de los personajes,m su buen hacer interpretativo y el ingenio de las réplicas. Hay en el guión de la película un planteamiento “a lo Almodóvar”. Me explico. Más allá de querer construir una historia a cuyo servicio esté la construcción de los personajes, los diálogos, etc., parece que el “método” haya sido el que nos describe elocuentemente De la Iglesia en el anuncio que interpreta en televisión. En efecto, no se trata de conseguir una historia, sino de encadenar situaciones cómicas que permitan ciertos chistes verbales cuya eficacia, en realidad, depende más de los actores que del contenido en sí. Se trata de obtener un efecto cómico mediante la combinación paradójica de dos recursos: una situación disparatada y una reacción seria que confiere realidad al disparate, un contraste que acentúa la comicidad, si bien interpretado. Y en ese sentido, la pareja protagonista, Hugo Silva y, sobre todo, Mario Casas hacen gala de una vis cómica tradicional en ese cine de comedia castiza al que se rinde homenaje.
Desde los títulos de crédito advertimos ya el ·”bromazo” neoastracanado que se nos avecina, cuando van desfilando por la pantalla las “brujas” de nuestro tiempo, incluida la encarnación del mal para la progresía inconsciente española, Angela Merkel, que cierra la serie. Aunque la imagen dominante es la ya citada de la Venus de Willendorf, reservada para la apoteosis del nuevo aquelarre goyesco. Aunque el guión esté hecho a base de remiendos, de zurcidos a golpe de a ver a quién se le ocurre algo más cutre, no es menos cierto que sí hay algo necesario en este tipo de películas, un crescendo que desemboque en un final apoteósico, en este caso el aquelarre final con una aparición que no desvelo y que confiere a la película una dimensión que va más allá del astracán y que la emparenta, al menos en la intención, con obras clásicas como El Golem o con El hombre de mimbre (The wicker man), una película excelente de Robin Hardy, de 1973, que fue versionada en 2006 por Neil LaBute y con Nicolas Cage en el papel protagonista, aunque se trata de una versión que desmerece mucho del original, con un sobresaliente Cristopher Lee en su reparto, auténtico icono del cine de terror.
El arranque de la película, que nos sitúa en un atraco cuyo planteamiento descerebrado inicia la cadena de situaciones absurdas que nos llevarán al poblado vasco de Zugarramurdi, permite, mediante una suerte de road movie, mezclada con una persecución múltiple, asistir a un continuo de situaciones jocosas que entretienen al espectador hasta la parte final de la película, en la que la aparición de las brujas y su aquelarre –un ambiente que parece inspirado directamente en el magnífico libro de Roald Dahl, Las brujas, bien poco infantil, la verdad–, con su irracionalidad sectaria, tan de actualidad, logra cautivar el interés del espectador. Hay, por otro lado, en el discurso de fondo de la película, que lo tiene, una suerte de defensa de la mujer que se alía, sin embargo, con el trasnochado machismo con que se escenifica la clásica lucha de sexos, propiamente ya un subgénero cinematográfico. Es ese el aspecto más flojo de la película, porque la suma de incoherencias nunca da un resultado positivo, pero ha de reconocerse que tampoco es el objetivo del director, más atento a los golpes de efecto, y de humor, que a la construcción de un auténtico discurso sobre un tema tan complejo.

Sin ser una película extraordinaria, puede considerarse dentro de ese tipo de películas con las que el público puede identificarse por mor de la tradición a la que rinde homenaje y porque suma distintas generaciones de actores que consiguen ensamblarse en un proyecto común con éxito, sin desniveles de técnica interpretativa. Ese buen hacer de Álex de la Iglesia más la tradición goyesca del tema, en cuyas pinturas negras se inspiran no pocas imágenes de la película, ha sido reconocida en la reciente y lamentable gala del cine español, pero este crítico no acaba de entender ese Goya a Terele Pávez por un papel que ni siquiera dentro de la película puede competir con otras “secundarias”, aun reconociendo la excelente labor de la inolvidable Régula de Los santos inocentes

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