Anterior a El milagro de Ann Sullivan y de la mano
de Jack Clayton, Un lugar en la cumbre, una visión muy diferente del
caso de Helen Keller: La historia de Esther Costello o la mercadotecnia de
la compasión y la caridad…
Título original: The Story of
Esther Costello
Año: 1957
Duración: 103 min.
País: Reino Unido
Dirección: David Miller
Guion: Charles A. Kaufman (Novela: Nicholas Monsarrat)
Música: Georges Auric
Fotografía: Robert Krasker (B&W)
Reparto: Joan Crawford, Rossano Brazzi, Heather Sears, Lee Patterson,
Ron Randell, Fay Compton, John Loder, Denis O'Dea, Sid James, Bessie Love,
Robert Ayres, Maureen Delaney, Harry Hutchinson, Tony Quinn, Janina Faye.
David
Miller es, hoy, un director olvidado, pero nos ha dejado películas tan
interesantes como Miedo súbito, también con Joan Crawford y con Jack
Palance, en un duelo interpretativo de muchos quilates. Debería haberla
criticado cuando la vi, porque me pareció un thriller casi «redondo», pero tras
haber visto hace unos días esta joya sorprendente, he optado por criticar esta última,
aunque animo a los amantes del buen cine a pasearse con fervor por Miedo
súbito, porque me lo agradecerán.
Estamos,
lo anuncio desde el título, ante un melodrama, pero construido a partir de la
historia de Helen Keller, en cuya vida se inspiró el novelista Nicholas Monsarrat,
aunque, cuando salió la novela, la Fundación Keller sopesó llevarlo a juicio y
el autor hizo todo lo posible porque la obra no se difundiera, por más que la
inspiración solo afectara a la primera parte de la película, y no al desarrollo
total de la acción que se aparta mucho de lo que es la historia real de Keller.
A pesar de ese amedrentamiento, la novela fue adaptada al cine, producida por
Jack Clayton y dirigida por David Miller, en lo que, a mi entender, constituye,
para Clayton, algo así como un anticipo de lo que sería su obra cumbre, Un
lugar en la cumbre, esta sí que criticada en este Ojo Cosmológico, y
que se traduce, en esta película en la más que interesante segunda parte cuyo
nivel crítico respecto de los fenómenos masivos de la popular charity
anglosajona está a la altura del melodrama que vive la protagonista y que tanto
influirá en el desenlace de la película.
Antes
de que Anne Bancroft fuera aclamada por su interpretación en la película
magistral sobre Hellen Keller, Joan Crawford nos dio una visión más amable del
proceso de aprendizaje de una niña que se queda ciega y sorda después de un
accidente en Irlanda, cuando unos niños juegan con una caja de granadas, del
IRA, que han descubierto y acaba estallando. La protagonista, una acaudalada
norteamericana, hija de ese pequeño poblado irlandés al que vuelve de vez en
cuando, entra en contacto con la niña y le repele el trato denigrante que
recibe. Decide, a partir de entonces, protegerla y llevarla a revisiones médicas
a Londres para confirmar el diagnóstico. No contenta con lo que le dicen, y
alentada por la primera comunicación que puede entablar con la niña, la mujer
se la lleva a Usamérica para educarla en una institución para criaturas sordas
y ciegas. Comienza, entonces, un proceso de superación en el que descuella la
interpretación de Heather Sears en su primer papel protagonista, el siguiente
sería ya en la obra de Clayton, Un lugar en la cumbre, con Laurene Harvey.
Réplica perfecta a la fluida interpretación de Crawford, Heather supo expresar
facialmente el mundo de reacciones de todo tipo que exigía su proceso de aprendizaje.
Cuando
todo va sobre ruedas y sus diferentes apariciones en conferencias le granjean
la fama y la reputación de una persona capaz de superar el difícil trauma de
haber quedado ciega y sorda a causa de la explosión, aparece un hombre en la
vida de la madre y su hija adoptiva que en modo alguno esperaban: se trata del
marido de ella, con quien estuvo casada y con quien se reencuentra para dejarse
seducir de nuevo por la ilusión de renovar lo que una vez fue un amor
apasionado. Él, de origen italiano, está interpretado por un más que
convincente Rossano Brazzi, quien dos años antes había cautivado a Katharine Hepburn
en la más que excelente Summertime («Locuras de verano»), de David Lean. Antes de
él, otro hombre ha aparecido en la vida de la protagonista, el joven periodista
que contribuye, con sus artículos, a que la vida de Esther Costello se vaya convirtiendo
en un fenómeno nacional.
Justo
en se momento irrumpe en su vida un creativo publicitario que diseña una
campaña efectista para lograr multiplicar los ingresos para la fundación de la
protagonista, que recauda dinero para ayudar a otros jóvenes en su misma
situación. Hay, en este momento, una perspectiva cinematográfica de esa campaña
de charity comercial que recuerda enormemente la campaña política de
Ciudadano Kane, por la puesta en escena y por los propios ángulos desde los que
las cámaras captan esas asistencias masivas en grandes estadios y salas, así
como la ritualización de unos gestos y representaciones que pretenden «conmover»
la cartera de los asistentes, más que sus corazones, aunque a veces estos y
aquella se superponen en el mismo lado de la chaqueta y se confunden a qué
apelan los llamamientos publicitarios. No tardamos, claro está, en percatarnos
que el marido y el creativo publicitario están conchabados para sacar un jugoso
beneficio de esa suerte de «chollo» con el que pueden tocar la fibra sensible
de los espectadores y donantes.
De
forma paralela, el marido oportunista, a quien su mujer aún se empeña en seguir
dándole oportunidades para regenerarse y dedicarse íntegramente a ella, desvía,
sexualmente, la atención hacia la joven, con quien convive. No arruina ninguna
expectativa sobre la película revelar la sutileza con la que se narra en la
película ese proceso de degeneración del marido y la creciente atracción física
que le despierta la joven. En una noche de tormenta, después de que se haya
quedado solo con ella, el marido finalmente la asalta, si bien una estilizada
elipsis nos descubre, cuando llega la madre adoptiva a casa y descubre uno de
los gemelos que le ha regalado a su marido, para hacer las paces y empezar «de
nuevo» la vida en común, en la cama de la hija, quien tras el drama sufrido ha
recuperado la vista y la palabra, cumpliéndose el dicho de que un clavo saca
otro clavo.
A
partir de esa convicción, la mujer toma una decisión sobre la que sí que no
desvelo nada y la película se encamina hacia un final marcado por su condición
de melodrama de muy alta calidad e interpretado al viejo etilo de Hollywood,
aunque la película se rodó en Inglaterra.
A mí
me ha parecido una película espléndida, llena de fuerza, y con excelentes momentos
dramáticos en los que la Crawford no carga las tintas lo más mínimo, y cuya
interpretación merece ser vista por todos los amantes del cine. Lo dicho, pues.
No se la pierdan.
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