miércoles, 7 de diciembre de 2016

La intimidad, la comunicación, los alienígenas y el miedo: “La llegada”, de Denis Villeneuve.




Entre el huevo cósmico de Dalí, la intimidad herida de Bergman y el árbol de la vida de Malick: La llegada o el supremo poder de la imagen y de la palabra.

Título original: Arrival
Año: 2016
Duración: 116 min.
País: Estados Unidos
Director: Denis Villeneuve
Guión_ Eric Heisserer (Relato: Ted Chiang)
Música: Johann Johannsson
Fotografía: Bradford Young
Reparto: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O'Brien, Tzi Ma, Nathaly Thibault, Pat Kiely, Joe Cobden, Julian Casey, Larry Day, Russell Yuen, Abigail Pniowsky, Philippe Hartmann, Andrew Shaver.
  

El exceso de oferta cinematográfica ha estado a punto de conseguir que se me pasara por alto el estreno de esta maravilla de Denis Villeneuve, autor cuya película Incendios me pareció extraordinaria, lo mismo que la angustiosa Desaparecidos. Hasta esta, las dos anteriores no me llamaron la atención, pero aguardaba esta incursión en el terreno de la ciencia-ficción con mucho interés, porque, en principio, no parecía género en el que Villeneuve pudiera desenvolverse con la comodidad que lo hace en el terreno de los dramas humanos. Digamos que en La llegada se mezclan a partes desiguales el drama existencial y la aventura de ciencia-ficción, decantándose más hacia el primero que hacia la segunda. Ello supone que la película puede decepcionar, sin duda, no solo a quienes solo sean aficionados a uno de ambos géneros, sino también a quienes sean aficionados a los dos, porque la dosificación que ha hecho el autor de esos dos relatos, perfectamente imbricados en el guion, todo hay que decirlo, es posible que decepcione a estos últimos. La película tiene una puesta en escena oscura, digámoslo así, en la que son excepcionales los momentos de brillantez lumínica y de un colorido vitalista, asociados a la vida feliz de la hija de la protagonista, una profesora de lingüística en una universidad usamericana  a quien se le ofrece la posibilidad de trabajar para el gobierno una vez que se ha producido la llegada de los alienígenas. Como es propio del ejército, se le presenta un alto mando que poco menos que le exige contribuir con una respuesta categórica sobre lo que, entienden ellos, puede constituir un mensaje de los alienígenas. A partir de ese momento, y una vez descartado un rival de Berkeley, la profesora, en compañía de un físico, será la responsable de intentar descifrar la lengua de los alienígenas y, si ello es posible, entrar en contacto inteligible con ellos. La imagen de la nave suspendida a escasos metros de la tierra, así como el diseño del interior de la nave y la “pecera” donde se alojan los calamares gigantes que utilizan las patas para escribir a través de chorros de tinta que forman los signos de su lengua poco antes de que se disipen en el líquido del tanque donde aparecen, una suerte de acuario gigante cuyas imágenes impresionan a los espectadores, poco propensos a tomárselos a broma en el momento de ver la película, otra cosa será, me imagino, después, pero Villeneuve, que suma el drama íntimo de la pérdida de la hija de la protagonista con la angustia por no poder llegar a establecer contacto con los alienígenas, con el consiguiente peligro de que en los diferentes países donde han aparecido naves los gobiernos estén dispuestos a usar la fuerza contra ellos, consigue mantener en vilo la atención de los espectadores hasta el desenlace que aclara la película desde el principio, porque, en cierta manera, se usa una técnica contraria al flash-back, esto es, la prolepsis o flash-forward, pero con un uso estratégico tan medido que hasta el final no acabamos de entender que lo que concebimos desde un principio como pasado era en realidad el futuro y que la película acaba donde comienza todo lo que ha sucedido después de la aventura extraterrestre. Hay, de forma soterrada, una especie de recuperación de aquella obra, en su día tan popular, de Charles P. Snow: Las dos culturas, obra  que ya ha devenido un auténtico clásico de los estudios sociológicos.  Dos culturas, pues, la científica y la humanística, representadas aquí por la pareja protagonista, un físico y una lingüista, acaso más propiamente una semióloga, pues su dominio de muy diversas lenguas busca hallar, más allá de la gramática innata de Chomsky, un auténtico lenguaje universal, del que las diferentes lenguas serían algo así como meras variantes o epifenómenos; una pareja, digo, que acaba no solo colaborando para acercarse a la deseable comunicación con los extraños visitantes, sobre cuya apariencia puede legítimamente decirse lo que se quiera, porque la ciencia-ficción no necesariamente ha de ser zoomórfica o antropomórfica, aunque nuestra realidad imaginativa nos limita bastante a la hora de representarnos esa posible vida extraterrestre, sino que incluso acaba formalizando su unión, a pesar…, pero ahí sí que no puedo seguir sin descubrir buena parte del pastel de esta película que también  se ha de entender, a diferencia de Edipo, como una indagación sobre la propia intimidad de la protagonista, a la búsqueda de la aceptación de su propio destino en el que se embarca siendo plenamente consciente de cuanto ha de sucederle. Las imágenes de la madre y de la hija se mueven a medio camino entre la exaltación vital y el drama de la pérdida; del mismo modo que las de todo lo relativo a los visitantes se ajustan más a otros precedentes genéricos, como Encuentros en la tercera fase, por ejemplo. Comprender la percepción simultánea del tiempo en toda la línea del mismo, pasado, presente y futuro, y del pensamiento compartido duodecimalmente, si yo no lo entendí mal, que bien pudiera ser, son elementos que condicionan el desarrollo de la trama y que se resuelven casi al modo de los thrillers en el ultimísimo momento, y bajo la amenaza damocliana del desastre de dimensiones planetarias, porque, al margen de  la imaginación que se le eche al asunto de los ovnis, es casi un denominador común de todas esas visiones la inconmensurable capacidad destructiva de quienes nos visitan, detrás de lo cual uno tiende a pensar que se halla siempre la mala conciencia de lo a conciencia que estamos destrozando el planeta, nuestra única casa. La interpretación de Amy Adams es notabilísima y prácticamente anula la del resto del reparto, que se limita a acompañarla discreta pero eficazmente. La elección de una mujer, quien reproduce a través de su cuerpo la vida en el planeta, no es casual, por parte del director, y la secuencia en la que es abducida por los alienígenas, de quienes se sitúa a escasos metros en el interior del tanque tienen una paradójica expresión mística que, en una especie de vuelta de tuerca ultraparadójica, potencia hasta el infinito la dimensión sensual de la naturaleza humana de la protagonista, quien regresa, como era lógico esperar, con un saber nuevo que permite detener la orgía de destrucción que preparaban los ejércitos de las doce partes del mundo donde se habían presentado las naves, haciendo de la llegada no un problema usamericano, sino un problema global, mundial, un mensaje que esperamos no le pase desapercibido -¡si es que aguanta la proyección completa de la película!- al recién elegido presidente Trump, más dado, en principio, y por puro prejuicio, a la acción tipo Armaggedon que a las sutilezas emocionales de La llegada, me imagino. Desde el punto de vista de la puesta en escena, no pasa desapercibido el movimiento de cámara inicial que deja atrás el techo oscuro de la vivienda para desembocar en un ventanal con una magnífica vista a un paisaje casi idílico, empezando por el jardín de la casa donde evolucionan madre e hija, en un duelo del oeste que prefigura, a su manera, el otro duelo de las dos culturas contra la inteligencia extraterrestre: ambos desean resolverse en un abrazo afectuoso. Del mismo modo se acercará la cámara al paisaje extraterrestre de los dos calamares tan gigantes como inteligentes que habitan en el gran tanque ante cuya inmensa pared de cristal se sitúan, grandiosos y empequeñecidos, los dos protagonistas, las dos culturas, dispuestas a colaborar para poder establecer comunicación con los poderosos extraños. La obra tiene una atmósfera muy definida y una evolución muy propia del género sci-fi, cuya vertiente, aunque no sea la que privilegia Villeneuve,  representa el director con total propiedad y suma efectividad. Las escenas del contacto en el interior de la nave, intento de agresión con bomba incluida, se han resuelto, visualmente, con poderosa imaginación, del mismo modo que el material propio de la nave responde a una concepción de materiales más naturales de allá de donde sean, pero en todo caso alejados de los de nuestra propia carrera espacial, titanio, aluminio, etc. He hecho referencia a Malick en el título, porque la visión del otro que encarna la protagonista, una comunión física absoluta con la hija, está rodada desde las premisas del primerísimo plano con que Malick se acerca a la naturaleza, no solo en El árbol de la vida, sino, sobre todo, en Nuevo mundo, esa barroca y visualmente excepcional versión de Pocahontas. Intuyo que La llegada acabará teniendo defensores y detractores a partes iguales, y es posible que, pasado el tiempo, se vea como algo de menor interés, pero, con las imágenes vivitas y levitando en la retina, me atrevo a decir que es una película que no puede dejar de verse.

3 comentarios:

  1. Una peli extraordinaria que vi emocionado hasta el final. Es una de esas que no se olvidan, sin ningún aspaviento, sin sobreactuaciones, equilibrada y armónica, plantea cuestiones que inducen sin duda a la reflexión profunda acerca del lenguaje porque ese es sin duda el eje de la cinta. Un comentario magnífico de una peli que hemos disfrutado ambos. Siempre me asombra que haya un comentario que se hace trivialmente y es que se afirma que el cine de ahora es muy malo, que la películas son muy malas. No debemos ver el mismo cine está claro porque uno al cabo del año puede ver magníficas películas si sigue la cartelera. Otro tópico estúpido es del afirmar que el cine español es muy malo o que Almodóvar tal y cual. Yo no tengo la cultura fílmica que ustéd, Juan Pérez, tiene pero uno puede ver buen cine español e internacional si sigue con atención lo que se estrena. Lástima que no llegue cine más allá del americano y tres o cuatro países más porque estoy seguro de que se hace buen cine en Bulgaria, Lituania, Brasil. irán, Israel...

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    1. ¡Tanto como cultura fílmica! Lo que tengo es un par de ojos que no descansan, claro, y luego que me gusta buscar y rebuscar aquí y allá cosas curiosas relativas a ese séptimo arte que casi ha acabado de primero, al menos entre el publico. Lo más normal, Joselu, es que, salvo raras excepciones, sobre todo el el terreno de la comedia, porque el humor en el cine sí que divide incluso a las almas gemelas, coincidamos, porque el buen cine siempre es buen cine, al margen de que nos tire más o menos esta o aquella historia, este o aquel género.Del segundo tópico creo ser, me precio de ello, un debelador constante, y ahí está La academia de las musas, de Guerín, que me parece un peliculón y que apenas ha tenido, si mal no recuerdo, unos 30.000 espectadores ¡en toda España! Eso sí, luego va uno a ver "Los amantes pasajeros" del ínclito don Pedro y se le desarrollan los instintos más bajos y negros y criminales...Por cierto, el director parece decantarse más por las letras que por las ciencias...

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  2. Como ya tuvimos ocasión de hablar... Gran cinta! Me gustó su comentario sobre la misma. Al final menciona que es posible que con el tiempo se vea como algo de menor interés. Me gustaría que fuese al revés. Suele pasar, con la sci-fi, que las películas se valoran más al cabo de unos años, porqué el contexto de estas es más claro visto en perspectiva. Metropolis, Blade Runner o Matrix son bueno ejemplos, siendo además filmes que anticiparon problemáticas posteriores. El reto del lenguaje ante el contacto inminente con la cultura agena es quizás el tema que puede hacer perdurar la relevancia de esta cinta. Un retrato más de nuestra época con moraleja incluida.

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