De cómo una historia
tópica destroza, pero no impide disfrutarla, una realización extraordinaria: Eva, de Joseph Losey, con una Jeanne
Moreau sobreviviendo, a brazo partido, a su personaje.
Título original: Eva (Eve)
Año: 1962
Duración: 135 min.
País: Italia
Director: Joseph Losey
Guión: Hugo Butler, Evan Jones
Música: Michel Legrand
Fotografía: Gianni Di Venanzo
Reparto: Jeanne Moreau, Stanley Baker, Virna Lisi, Giorgio Albertazzi,
James Villiers, Riccardo Garrone, Lisa Gastoni.
No todas las intuiciones acerca de
la bondad de ciertas películas tienen un final feliz para los cinéfilos, como a
quienes lo son no se les oculta.
Usualmente traigo a este Ojo
cosmológico aquellas que por una u otra razón me parece conveniente que los
lectores de este cuaderno de críticas las conozcan, pero no son pocas las que
veo y en modo alguno me impelen a compartirlas con ellos ni siquiera para
prevenirles de su visionado, atendiendo a que, producto del azar de mi búsqueda
en videoteca favorita, Tallers, 79, suelo adquirir, básicamente, aquellas que
jamás he podido ver, las que no vi en su momento o que han pasado o
desapercibidas o sin pena ni gloria, y a las que quiero darles una segunda
oportunidad. Eva, de Joseph Losey cae
en el primer grupo, pues tenía yo 9 años cuando se estrenó y, posteriormente, nunca
tuve la posibilidad de tropezarme con ella bien en la filmoteca, bien en la
televisión bien en un videoclub, como ahora sí que me ha sucedido. La película,
basada en una historia de James Hadley Chase, flojea mucho como tal y, aunque
algo menos con el guion, bastante bien estructurado, no deja por ello de
resentirse de la endeblez de los personajes, demasiado planos como para seducir
al espectador y hacerle entrar en el juego diabólico de la femme fatale que una magnífica y seductora Jeanne Moreau lucha por
sacar adelante con toda su sabiduría interpretativa, pero ni aun así es capaz
de levantar una película en la que Stanley Baker, de magnifica presencia pero
limitados recursos interpretativos, con su réplica, le impide brillar como
hubiera sido necesario para, junto con la impecable realización de Losey,
conseguir una película perfecta. Desde el punto de vista de la dirección, la película
es de obligada visión, sobre todo porque es inmediatamente anterior a El Sirviente, en la que las técnicas,
planos secuencia, encuadres con gran profundidad de campo y la puesta en escena
tan medida que admiramos en Eva, tuvieron allí su culminación. De hecho, la
banda sonora de una y otra, ambas de jazz, guardan relación, dada la afición de
Eva a oír discos de Billie Holiday en escenas que intentan dotar al personaje
de algo de personalidad. Por otro lado, pasar de Stanley Baker a Dirk Bogarde
implica un salto cualitativo abismal, por supuesto. La película gira en torno
al remordimiento que una suplantación de autoría provoca en quien hizo suya una
novela que llega a la fama y de la que se hace una versión cinematográfica que
consagra tanto a la novela como al autor, al tiempo que lo enriquece. El
desasosiego que lo corroe encuentra la horma de su penitencia en la atracción
que siente, de repente, por una extraña que aparece en su casa en una noche de
tormenta en compañía de otro hombre con quien pasa el fin de semana en Venecia.
A partir de ese encuentro, la vieja historia de la pasión adolescente no
correspondida por la mujer fatal que juega con sus sentimientos, su dinero y su
reputación, a pesar de haberlo avisado de que no “debía” enamorarse de ella, se
alargará en exceso, algo más de dos horas de metraje, en las que, sin embargo,
el espectador tendrá la oportunidad de pasárselo estupendamente con la visión
de Venecia que Losey le entrega y con un repertorio de planos y secuencias
magistrales, de enorme belleza. La colección de primeros y primerísimos planos
de Jeanne Moreau justificaría por sí misma el visionado de la película, porque la
omnipresencia de la actriz en la película, más allá de la endeblez argumental
de su personaje, es una bendición para quienes la tenemos por actriz
incomparable desde que nos robara el corazón en Jules et Jim. La película, a
pesar de todo lo dicho, y desde un punto de vista comercial, es más que
aburrida, e incluso los secundarios dejan mucho que desear, excepto una
jovencísima y bellísima Virna Lisi en su segunda aparición en el cine, justo
antes de rodar El tulipán negro,
donde hacía pareja con Alain Delon, una de las primeras películas que vi yendo
solo al cine del barrio, y en la que Marsillach, por cierto, interpretaba a un
graciosísimo villano tonto.
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