El reto de las segundas
oportunidades que te brinda la vida: Un
hombre va por el camino, un emotivo melodrama con una fotografía espectacular
de Manuel Berenguer, maestro de maestros.
Título original: Un hombre va por el camino
Año: 1949
Duración: 92 min.
País: España
Director: Manuel Mur Oti
Guión: Manuel Mur Oti (Historia: Manuel Mur Oti)
Música: Jesús García Leoz
Fotografía: Manuel Berenguer (B&W)
Reparto: Ana Mariscal, Fernando Nogueras, Francisco Arenzana, Matilde
Artero, Aurelia Barceló, Pacita de Landa, Manuel Guitián, Marina Lorca, Felisa
Ortuondo, Julia Pachelo, Enrique Ramírez
Aún, al ponerme a redactar
esta crítica, me dura la emoción con que he asistido al desenlace de una
película que creía simple prueba de tanteo de la obra maestra de Mur Oti, Condenados (de la que ya he hecho la apología,
más que la crítica), y que se me ha revelado, sin embargo, como un absorbente
melodrama capaz de emocionar profundamente, al menos a este espectador. Gran
parte de la responsabilidad en esa emoción la tiene la actuación inolvidable de
Fernando Nogueras, un portento de calculada espontaneidad y pluralidad de
registros que no llegó a tener el éxito artístico para el que esta película lo
catapultaba. Tuvo una larga carrera que fue derivando hacia papeles de
secundario, alternados con el doblaje. Aquí es, frente a una Ana Mariscal
encajada en un solo registro, desempeñado, sin embargo, con inmenso poder de
convicción, el eje de la película y el pretexto fundamental para no perderse la
película. El otro factor cinematográfico que hace más que necesaria la
contemplación de esta película es la fotografía del maestro que fue Manuel
Berenguer, responsable de la fotografía de la mítica Bienvenido Mr. Marshall o de obras tan famosas y populares como Doctor Zhivago y Rey de Reyes, entre muchas otras. Las tierras de León,
fotografiadas en un impresionante blanco y negro que juega con las nubes, la
lluvia, la niebla y el sol como un malabarista, y el rancho en lo alto de un
picacho, filmado, recurrentemente, en contrapicado, constituyen un auténtico
personaje de la película, porque la protagonista, una viuda que vive sola con
su hija, quiere hacer la realidad el sueño de su marido de arrancarle a la
tierra, en el lugar más indómito, sus generosos frutos. Acierta a pasar por
allí, después de una presentación que acerca el personaje a los vagabundos
felices del humor de postguerra, estilo Mihura, Jardiel o Clarasó, un hombre
que esconde un pasado del que se resiste a hablar hasta que el azar de la vida
lo pone en el brete de tener que revelarlo. Buena parte de la tensión del
metraje parece dedicarse a la lucha interior del hombre entre seguir fiel a su
ideal de cigarra o someterse a la dura rutina del trabajo para ayudar a una
mujer de la que va enamorándose poco a poco. El esfuerzo heroico de la mujer lo
conmueve, pero él se resiste a dejar su vida de vagabundo, de “hombre que va
por el camino” sin expectativas ni deseos, al albur de lo que salga, libre e
irresponsable. El sueño de la viuda, no obstante, junto con su hija, por la que
siente enseguida un verdadero cariño, lo interpela muy en lo profundo, y de ahí
esa lucha interior entre ayudarla o seguir su camino. El marido de la mujer era
un intelectual, cuyo retrato -el del propio director, Mur Oti- aparece en la
vivienda -que construyó con sus propias manos- hasta en tres poses distintas,
una de las cuales permite un gag visual estupendo, porque, aceptando ya que se
ha enamorado de su patrona, la cámara enfoca al vagabundo ante un retrato del
marido, quien sostiene una escopeta de caza, como si lo apuntara para exigirle
el típico “manos arriba”. El diálogo entre ambos hombres, el intelectual muerto
y el vagabundo hamletiano, se resuelve con una cómica apostilla por parte del
último. La estructura de la película tiene mucho de western, lo mismo que otra
película extraordinaria de Mur Oti, rodada también en las montañas de León, Orgullo, también exhibida en la impagable
Historia del cine español de La 2, que debería de volver a emitirse desde el
principio así que acabe… La tensión entre la mujer de la cumbre y las chismosas
vecinas del pueblo del valle, enfocada desde la estrecha moralidad de la época,
pero sin que los personajes, todos ellos católicos creyentes y practicantes, se
opongan radicalmente a ella, por más que se contraponga la nobleza del
comportamiento a la beatería y la miseria moral, sirve de contrapunto social
que permite desahogar la creciente sensación de hallarnos en una cumbre agreste
desde la que tan pronto nos parece estar ante una relación pronta a pecar de almibarada,
como ante una relación imposible y de difícil desenlace. Este llega, con la
enfermedad de la hija, y deriva hacia un drama personal, el del vagabundo,
magníficamente interpretado por el protagonista, que arrastra tras de sí una
tragedia que cambió su vida radicalmente. La necesidad de tener que hacer
frente a ese pasado, mediante una operación de urgencia de la niña, no es, dada
su condición de cirujano, la irrupción del azar caprichoso que todo lo resuelve
con una varita mágica, sino un giro copernicano que transforma la película, a
través de escenas dramáticas muy conseguidas, como la lucha en la botica donde
se provee de los útiles necesarios para la intervención, en un portentoso drama
con una insólita capacidad de emocionar. Que yo revele que la película tiene un
final feliz, muy propio de los westerns, no le quita ni un ápice de interés a
la cinta, y bien harán los amantes del cine en rescatar esta película con la
que Manuel Mur Oti debutó en el cine. En modo alguno parece, dado su perfecto
acabado formal, la primera película de quien rodaría algunas tan
interesantísimas como Orgullo o Condenados, a cuya crítica remita a los
espectadores interesados. Esto es lo bueno que tiene el programa de La 2, que
no solo permite rescatar auténticas joyas de nuestro cine, sino redescubrir
directores amenazados por la dura y espesa costra del olvido.
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