Seguridad estatal y libertad
individual, dialéctica eterna: El dossier
51, de Michel Delville, película de insospechable actualidad en la España sainetera
del ángel de la guarda Marcelo…
Título original: Le dossier 51
Año: 1978
Duración: 108 min.
País: Francia
Director: Michel Deville
Guión: Michel Deville (Novela: Gilles Perrault)
Música: Jean Schwarz
Fotografía: Claude Lecomte
Reparto: Françoise Béliard,
Patrick Chesnais, Jenny Clève, Jean Dautremay, Gérard Dessalles, Jean-Michel
Dupuis.
Ninguna película más oportuna pata nuestros actuales
tiempos políticos que El dossier 51,
una obra de Michel Deville en la que se entra tan difícilmente como cuesta,
después, salir de ella, justo cuando un final algo precipitado nos impide
seguir disfrutando de una película tan inteligente como sorprendente y especialmente
actual, como digo. A través de las grabaciones de los servicios de seguridad,
películas, fotos, encuentros forzados, citas trampa, etc., todo ello hecho de
forma oculta, como es propio de los servicios de espionaje y contraespionaje,
se plantea el caso del seguimiento de 51, un diplomático francés trasladado de África a Luxemburgo de
quien se sospecha un comportamiento que no se ajusta a lo que su profesión
exige. Un despliegue de medios técnicos de primera magnitud se va a poner a
disposición de los servicios de seguridad para elaborar un dossier sobre 51,
mediante el cual poder tener “cogido” al diplomático, Dominique Auphal, quien
en ningún momento será consciente de la trama urdida para controlarlo mediante el conocimiento total de su vida y la explotación de sus debilidades. Los encargados de la seguridad del Estado actúan
en todo momento como dioses que supervisan desde su abstracción legal y sus
medios concretos de acción, técnicos y humanos, la vida de cualquier individuo,
en este caso, además, de un diplomático. A través de las grabaciones se va
contando la vida del objetivo, que no protagonista, porque el protagonismo cae
del lado de quienes reconstruyen a través del espionaje la vida, obra y
milagros del diplomático. La película, que empieza muy fríamente, lejos incluso
de la impersonalidad burocrática de La
vida de los otros, va entrando en materia poco a poco y va descubriendo “secretos”
de la vida del diplomático a través de una sutil actuación de los agentes del
estado que se encargan de sonsacar a familiares y amigos la información necesaria
para determinar las solideces y flaquezas del personaje, que no protagonista,
vuelvo a repetir. De hecho, ese uso de la cámara subjetiva coloca a los
espectadores en la perspectiva del Estado, por más que al espectador pueda repugnarle la técnica invasiva de la intimidad
de los ciudadanos, pero ha de reconocerse el virtuosismo del sistema de
indagación y, sobre todo, hacia el final, el fino análisis psicoanalítico que
les lleva a determinar, en el espiado, su homosexualidad latente, una vía de
acceso informativo que se apresurarán a explotar, si bien, llegados a ese punto
es cuando se produce el desenlace, en parte inesperado, en parte consecuente. La
película trata de recomponer un puzzle en el que emerja la inequívoca
personalidad del espiado, de ahí que los diferentes fragmentos que se nos dan
solo adquieran su sentido definitivo al final de la película. Mediante escenas
en las que, por ejemplo, se sonsaca al servicio doméstico, a la madre o a los
amigos, informaciones muy relevantes, se va construyendo una película en la que
hay momentos culminantes, como, a mi entender, la entrevista con la madre con una falsa estudiante de la represión nazi en Francia en la Segunda Guerra Mundial,
cuando ésta confiesa que su hijo, Dominique, es un hijo bastardo de quien murió
en un campo de concentración tras ser denunciado por un marido celoso con
quien, sin embargo, siguió casada después de la guerra, revelaciones que se
producen en unas secuencias tan contenidas estéticamente como llenas de emoción humana. Del lado del
servicio de inteligencia es de donde nos viene un cáustico sentido del humor
que sirve de contrapunto a la tragedia familiar que emerge de los datos que se
van recabando. Da la impresión de que quienes dirigen la investigación están
más interesados en demostrar su competencia y su saber hacer que en la
información obtenida, y, a ese respecto, las escenas finales del “proceso”
psicoanalítico del equipo de investigación frente al responsable último que ha
de decidir los siguientes pasos que se han de seguir son de una ironía
absoluta. Comparado con El dossier 51,
es evidente que las conversaciones del Ministro del interior, su ángel de la
guarda Marcelo y Daniel de Alfonso, juez presidente de la Oficina Antifraude de
Cataluña, son algo así como un monumento a la famosa “chapuza nacional”, una
suerte de sainete o negativo de lo que la película de Delville representa, que
es una seria reflexión sobre los límites de la libertad y del poder de los
aparatos del Estado. Se trata, además, de una película muy diferentes de las
dos suyas que había visto con anterioridad, Las
confesiones del Dr. Sachs y La
lectora, ambas espléndidas y de las que guardo un excelente recuerdo, sobre
todo de la segunda, por razones literarias obvias. Dossier 51 se filmó tomando como base una obra de Gilles Perrault,
quien se hizo famoso, sobre todo, por su obra de denuncia de la represión política
del rey Hassan II en Marruescos: Nuestro
amigo el rey, que transformó incluso la acción diplomática francesa
respecto de la monarquía alauita. Se trata, pues, de una obra eminentemente
política en la que, como no puede ser de otra manera, se ventilan asuntos
humanos, muy humanos. Una película muy recomendable y casi una “rareza”, pero
la acertadísima puesta en escena, y una dirección que va combinando la
distancia fría con la pasión cercana, además de unas interpretaciones
exquisitas, recompensarán con creces a quienes se aventuren en su visionado.
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