martes, 12 de julio de 2016

“El dossier 51”, de Michel Deville, una obra de arte militante.



Seguridad estatal y libertad individual, dialéctica eterna: El dossier 51, de Michel Delville, película de insospechable actualidad en la España sainetera del ángel de la guarda Marcelo…


Título original: Le dossier 51
Año: 1978
Duración: 108 min.
País: Francia
Director: Michel Deville
Guión: Michel Deville (Novela: Gilles Perrault)
Música: Jean Schwarz
Fotografía: Claude Lecomte
Reparto: Françoise Béliard, Patrick Chesnais, Jenny Clève, Jean Dautremay, Gérard Dessalles, Jean-Michel Dupuis.

Ninguna película más oportuna pata nuestros actuales tiempos políticos que El dossier 51, una obra de Michel Deville en la que se entra tan difícilmente como cuesta, después, salir de ella, justo cuando un final algo precipitado nos impide seguir disfrutando de una película tan inteligente como sorprendente y especialmente actual, como digo. A través de las grabaciones de los servicios de seguridad, películas, fotos, encuentros forzados, citas trampa, etc., todo ello hecho de forma oculta, como es propio de los servicios de espionaje y contraespionaje, se plantea el caso del seguimiento de 51, un diplomático francés trasladado de África a Luxemburgo de quien se sospecha un comportamiento que no se ajusta a lo que su profesión exige. Un despliegue de medios técnicos de primera magnitud se va a poner a disposición de los servicios de seguridad para elaborar un dossier sobre 51, mediante el cual poder tener “cogido” al diplomático, Dominique Auphal, quien en ningún momento será consciente de la trama urdida para controlarlo mediante el conocimiento total de su vida y la explotación de sus debilidades. Los encargados de la seguridad del Estado actúan en todo momento como dioses que supervisan desde su abstracción legal y sus medios concretos de acción, técnicos y humanos, la vida de cualquier individuo, en este caso, además, de un diplomático. A través de las grabaciones se va contando la vida del objetivo, que no protagonista, porque el protagonismo cae del lado de quienes reconstruyen a través del espionaje la vida, obra y milagros del diplomático. La película, que empieza muy fríamente, lejos incluso de la impersonalidad burocrática de La vida de los otros, va entrando en materia poco a poco y va descubriendo “secretos” de la vida del diplomático a través de una sutil actuación de los agentes del estado que se encargan de sonsacar a familiares y amigos la información necesaria para determinar las solideces y flaquezas del personaje, que no protagonista, vuelvo a repetir. De hecho, ese uso de la cámara subjetiva coloca a los espectadores en la perspectiva del Estado, por más que al espectador pueda  repugnarle la técnica invasiva de la intimidad de los ciudadanos, pero ha de reconocerse el virtuosismo del sistema de indagación y, sobre todo, hacia el final, el fino análisis psicoanalítico que les lleva a determinar, en el espiado, su homosexualidad latente, una vía de acceso informativo que se apresurarán a explotar, si bien, llegados a ese punto es cuando se produce el desenlace, en parte inesperado, en parte consecuente. La película trata de recomponer un puzzle en el que emerja la inequívoca personalidad del espiado, de ahí que los diferentes fragmentos que se nos dan solo adquieran su sentido definitivo al final de la película. Mediante escenas en las que, por ejemplo, se sonsaca al servicio doméstico, a la madre o a los amigos, informaciones muy relevantes, se va construyendo una película en la que hay momentos culminantes, como, a mi entender, la entrevista con la madre con una falsa estudiante de la represión nazi en Francia en la Segunda Guerra Mundial, cuando ésta confiesa que su hijo, Dominique, es un hijo bastardo de quien murió en un campo de concentración tras ser denunciado por un marido celoso con quien, sin embargo, siguió casada después de la guerra, revelaciones que se producen en unas secuencias tan contenidas estéticamente como llenas de emoción humana. Del lado del servicio de inteligencia es de donde nos viene un cáustico sentido del humor que sirve de contrapunto a la tragedia familiar que emerge de los datos que se van recabando. Da la impresión de que quienes dirigen la investigación están más interesados en demostrar su competencia y su saber hacer que en la información obtenida, y, a ese respecto, las escenas finales del “proceso” psicoanalítico del equipo de investigación frente al responsable último que ha de decidir los siguientes pasos que se han de seguir son de una ironía absoluta. Comparado con El dossier 51, es evidente que las conversaciones del Ministro del interior, su ángel de la guarda Marcelo y Daniel de Alfonso, juez presidente de la Oficina Antifraude de Cataluña, son algo así como un monumento a la famosa “chapuza nacional”, una suerte de sainete o negativo de lo que la película de Delville representa, que es una seria reflexión sobre los límites de la libertad y del poder de los aparatos del Estado. Se trata, además, de una película muy diferentes de las dos suyas que había visto con anterioridad, Las confesiones del Dr. Sachs y La lectora, ambas espléndidas y de las que guardo un excelente recuerdo, sobre todo de la segunda, por razones literarias obvias. Dossier 51 se filmó tomando como base una obra de Gilles Perrault, quien se hizo famoso, sobre todo, por su obra de denuncia de la represión política del rey Hassan II en Marruescos: Nuestro amigo el rey, que transformó incluso la acción diplomática francesa respecto de la monarquía alauita. Se trata, pues, de una obra eminentemente política en la que, como no puede ser de otra manera, se ventilan asuntos humanos, muy humanos. Una película muy recomendable y casi una “rareza”, pero la acertadísima puesta en escena, y una dirección que va combinando la distancia fría con la pasión cercana, además de unas interpretaciones exquisitas, recompensarán con creces a quienes se aventuren en su visionado.

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