El mundo propio, y a veces oscuro y perverso, de los gemelos
idénticos: A través del espejo, de
Robert Siodmak.
Título original: The Dark Mirror
Año: 1946
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Siodmak
Guión: Nunnally Johnson (Historia: Vladimir Pozner)
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Milton Krasner (B&W)
Reparto: Olivia
de Havilland, Lew Ayres, Thomas Mitchell, Richard Long, Charles Evans, Gary
Owens
The dark mirror, el espejo oscuro, me parece un título
más preciso y adecuado que A través del
espejo. El título en inglés nos remite al desdoblamiento de Jeckyll y Hide
y su traducción española a la segunda parte de Alicia en el país de las
maravillas. En cualquier caso, también en esta película hay una vena de lo real
maravilloso, si bien desde el punto de vista psicológico, porque la historia
nos sitúa ante la previsible imposibilidad de determinar policialmente cuál de
los dos gemelas idénticas ha cometido el crimen con que se abre la película, un
comienzo que imitaría muchos años después Charles Crichton en El tercer secreto, por cierto. El peso
de la investigación, como no podía ser de otra manera, no recae en los agentes
policiales, sino en un psicólogo que, para más complicación narrativa, está
enamorado de una de las dos gemelas. Técnicamente, la película es un thriller
en el que curiosamente se sabe quién es la asesina y, por lo tanto, lo
fundamental es cómo llegar a demostrar su identidad, siendo ambas gemelas un
puro calco la una de la otra. Pronto advertiremos que ambas hermanas son el
reverso la una de la otra y que, a pesar de la estrechísima unión que hay entre
ambas, tiene lugar un proceso de venganza en el seno de su reducidísima comunidad
que corre paralelo a la investigación del psicólogo, quien, poco a poco, va
acorralando a la asesina hasta, con la colaboración de la hermana “buena”, desenmascararla.
Ayer por la noche vi la película y hoy me entero, temprano, que la actriz,
residente en París, acaba de cumplir la hermosa cifra de 100 años, manteniendo
una presencia física que ya quisiéramos todos para nosotros, en caso de llegar
a esa cada vez menos “avanzada” edad. En la película, y gracias a técnicas que
hoy en día han sido superadas de forma espectacular, como demostró Woody Allen
en esa joya del cine que es Zelig, Olivia
de Havilland se desdobla y logra realizar un admirable trabajo que combina las
ineludibles dosis de ambigüedad con la delimitación precisa de dos psicologías
opuestas en una sola presencia física. A ese respecto es paradójica la
afirmación última del psicólogo enamorado de una de ellas respecto de que, para
él, siempre Ruth ha sido mucho más guapa que su hermana, Terry. La obra discurre
la mayor parte del tiempo en interiores, sea el vestíbulo donde la hermana
simpática lleva el quiosco de periódicos y golosinas, sea la casa de las
hermanas, sean las oficinas de la policía, de ahí que vayamos sintiendo, a
medida que avanza la acción y nos percatamos de la estrategia vengativa de
Terry: querer volver loca a su hermana ya sea para que se suicide, ya para acabar
internándola por demente, una suerte de claustrofobia que coincide punto por
punto con el desplazamiento de la investigación de los móviles tradicionales
del cine negro a los móviles psicológicos del trastorno mental en el difícil
mundo de los gemelos idénticos, sobre los que tanta bibliografía hay, porque
suponen un desafío apasionante a las teorías sobre la singularidad del yo y la
personalidad que suele identificarlo como tal ante uno mismo y ante los demás.
Lo habitual, sin embargo, es que en los gemelos idénticos, al margen de la
singularidad propia de cada cual, se desarrolle un vínculo indestructible que
difícilmente será puesto en cuestión nunca. Estamos, en el caso de la película,
así pues, en una suerte de “desviación” de la norma, y de ahí lo del “espejo
oscuro” que tanto le cuesta reconocer a la hermana que se convierto en objeto
de la venganza de la rencorosa que no soporta el éxito social de la dulce y
simpática Ruth. Se trata de motivaciones elementales, si se quiere, pero que
forman parte de los celos entre hermanos que son algo así como el abecé de la
realidad nuestra de cada día en el ámbito fraternal. ¡Benditos sean quienes se
han librado de esa tenebrosa pulsión de los celos fraternales! Aunque Havilland lleva el peso de la película,
tanto el psicólogo, Lew Ayres, como el inspector de policía, el secundario por
excelencia el cine usamericano, Thomas Mitchell, le dan la réplica
perfectamente. Entre todos consiguen que los espectadores se contagien del
verdadero callejón sin salida en el que se hallan el psicólogo y el policía,
sabiendo que una de las dos es una asesina y no poder demostrarlo. El
psicólogo, finalmente, gracias a la exploración de ambas, logra determinar con
cierta nitidez la identidad de cada cual, a lo que contribuye, sin duda el
estar enamorado y ser correspondido por una de ellas. ¿Puedes distinguir el
beso de una y de otra?, le pregunta Terry, aunque el doctor le diga, mintiéndole,
que no ha besado a Ruth. La historia no descuida en ningún momento, como se
advierte por lo que acabo de decir, el poder del sentimiento en lucha con el
poder de la investigación psicológica, de modo que buena parte del público crea
más en el poder de revelación de esos sentimientos que en el del test de Rorschach,
cuyos dibujos sirven de pantalla de fondo para los títulos de crédito al inicio
de la película, dando una pista inequívoca de los derroteros por los que va
moverse la historia. A través del espejo,
aunque mejorable técnicamente, está claro, es una película que se sigue viendo
con el mismo interés apasionado que cuando fue estrenada. ¿La convierte eso en
un “clásico”? Estoy convencido de que sí. Felicidades, Olivia, y gracias por tu
carrera cinematográfica.
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