martes, 12 de julio de 2016

Un melodrama esencial: “El ángel de la calle”, de Frank Borzage

  
El expresionismo aplicado al folletín de fuste: El ángel de la calle o la emoción verdadera, con una Janet Gaynor excepcional.
  
Título original: Street Angel
Año: 1928
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Director: Frank Borzage
Guión: HH Caldwell, Philip Klein, Henry Robert Symonds (Obra: Marion Orth)
Música: Película muda
Fotografía: Ernest Palmer, Paul Ivano (B&W)
Reparto: Janet Gaynor, Charles Farrell, Alberto Rabagliati, Gino Conti, Chido Trento, Henry Armetta

Hace tanto tiempo que había visto Amanecer, de Murnau, que, a pesar de haberme resultado familiar el rostro de Janet Gaynor, nada más aparecer en pantalla, no he conseguido asociarlo con el de aquella actriz que tanto me impresionó en la película del alemán expatriado. He quedado tan maravillado, no obstante, por su interpretación en El ángel de la calle, que no he perdido el tiempo para ir a YouTube a ver si encontraba no solo Amanecer, sino, sobre todo El séptimo cielo, también dirigida por Borzage, con la misma pareja protagonista Gaynor- Farrell, y de la que El ángel de la calle es, dado el éxito de la primera, una suerte de continuación de la fórmula de éxito. Ambas, de igual manera que Amanecer, aunque esta en menor medida, son ejemplos modélicos de melodramas a los que la música se le añadía en la proyección, en vez de llevarla incorporada. De hecho, la versión que he visto, de Feel Films tiene una banda sonora ajustada con total propiedad al desarrollo de la película, con música napolitana tradicional y algunas arias operísticas que subrayan con total propiedad las muchas emociones que la película depara, servidas en bandeja de plata por dos interpretaciones que mejoran, al menos a mi entender, las de El séptimo cielo. La historia puede decirse que es puramente folletinesca, una hija que ha de comprar medicinas para la madre enferma, que no tiene dinero y que, viviendo en un barrio donde es normal la prostitución, decide salir, desde la inexperiencia total, a la captura de algún cliente con cuyos dineros poder comprar las medicinas. Siéndole imposible seducir a ninguno, intenta robar la vuelta de un cliente en un bar y es detenida por la policía. Se escapa, a través de las callejuelas del Nápoles portuario, perfectamente reconstruido en estudio, lo que dota a la película de una dimensión poética que la aparta del neorrealismo anticipado al que la historia, tan lumpenproletaria, pertenece. Que sea salvada por los miembros de un circo, con quienes acaba actuando como miembro de la troupe, en una escena llena de encanto y picardía permite un giro de la historia que llevará al encuentro con el pintor que le disputa los espectadores al circo. Entablaba la relación entre la artista circense y el pintor, se produce un flechazo que llevará a que ambos sigan su camino por su cuenta. Él pinta un retrato de ella por el que recibe una buena suma que les permite salir de la pobreza extrema en la que viven. Recibe, así mismo, el encargo de pintar unos frescos. Por esos azares que marcan la vida tortuosa de los protagonistas de los melodramas, un policía recuerda el rostro de la mujer que un día, cuando la llevaba detenida se le escapó. Esa anagnórisis fatal coincide con el momento de mayor felicidad de la pareja, encaminada hacia una boda inminente. Entre lágrimas, proyectos y promesas de amor eterno, la protagonista le pide al policía apenas una hora para despedirse de su amor antes de ser llevada a la cárcel, donde cumplirá su condena. Una prostituta que ronda al pintor es la portadora de las noticias que trastornan al hombre, de ahí que, cuando, en una noche de niebla ambos amantes tropiezan el uno con el otro y a la luz de una cerilla se reconocen, la explosión de ira del pintor lo lleve a querer estrangularla en el puente donde tiene el encuentro… Y ahí debería dejar el resumen argumental, porque la ingenua confianza de este crítico es ganar espectadores para las películas que traigo a esta página. La espectacular fotografía oscura de la película, los encuadres en unos decorados que no esconden su condición, y el juego constante entre los primeros planos expresivos, donde tantísima gana Janet Gaynor, quien seduce a los espectadores por la limpidez de su actuación en modo alguno exagerada, a pesar de ser una película muda, por la facilidad asombrosa con que su sonrisa y su mirada son capaces de transmitir matices tan nítidos del sentimiento, son todos ellos rasgos de un expresionismo que, más allá de sus orígenes, se acerca al gran público con la intención de conmover, algo que consigue a la perfección. Los destinos desdichados ya suelen conmover por sí mismos, sobre todo si son producto de la mala fortuna o de la injusticia, y ambas circunstancias se dan en esta película, pero cuando la pareja protagonista los vive con una naturalidad que ni siquiera parece que estén actuando ante la cámara se produce uno de esos raros momentos del arte cinematográfico en que el espectador se desase de sí y se convierte en una suerte de fantasma invisible en plena secuencia, tentado de consolar a los desdichados o de alegrarse festivamente por su felicidad. Janet Gaynor fue la primera actriz en recibir el Oscar a la mejor interpretación femenina en la primera edición de los célebres premios en 1928, pero la Academia de Cine se lo concedió no solo por esta película, sino por su actuación en las tres que hemos citado, supongo que por no poder otorgarle dos retrospectivos, que hubiera sido lo suyo. Cualquier aficionado al cine debería programarse una buena tarde de asueto para ver este triple programa inexcusable. Me agradecerán el consejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario