El éxito, la traición y los códigos, un thriller
crepuscular que anuncia, en el horizonte, Reservoir
Dogs…Código del hampa o el
estricto cumplimiento del deber y de la ambición.
Título original: The Killers
Año: 1964
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Don Siegel
Guion: Gene L. Coon (Relato:
Ernest Hemingway)
Música: John Williams
Fotografía: Richard L. Rawlings
Reparto: Lee Marvin, Angie Dickinson, John Cassavetes, Ronald Reagan, Clu Gulager, Claude Akins, Norman Fell,
Don Haggerty, Robert Phillips.
Don Siegel pasa por ser uno
de los iconos del cine de acción, violento, enérgico y aun sin concesiones a
los más mínimos principios éticos en el comportamiento de sus personajes, sean
los que operan desde el reverso oscuro de la ley, sean los que lo hacen, como
Harry “el sucio”, desde el luminoso, y no menos tenebroso, de la propia
ley…Cuando le pidieron a Ida Lupino que se definiera como directora, dijo eso
tan gracioso de Yo soy la Don Siegel de
los pobres, por la diferencia de presupuestos con que ambos trabajaban. El
comienzo de Código del hampa, basado
en una narración de Hemingway de la que anteriormente se hizo una versión en
1946, Los forajidos, nada menos que
dirigida por Robert Siodmak e interpretada, magistralmente, por Burt Lancaster
y Ava Gardner, ya nos indica que vamos a ver una película muy violenta en la
que la violencia es tratada casi desde un punto de vista “funcionarial”,
atendiendo a que los sicarios que se encargan de acabar con la vida del
protagonista, John Casavettes, son un par de robóticas sangres frías, con su
puntito de sádicos, que no repararan en nada para cumplir su misión. Que se
queden pensativos ante el martirio al que se somete el protagonista no deja de
sorprenderlos. Ello les hará sospechar de que, tras esa inmolación, hay una
historia cuyos cabos se empeñarán en seguir para algo tan sencillo como dar con
el paradero de un millón de dólares del que sacar una buena tajada, esto es,
todo él. La estructura de la película, una suerte de magnífica quest movie, permitirá que los asesinos
profesionales vayan indagando, entrevistándose con las personas que conocieron
al protagonista, cuál ha sido la historia de ese desdichado al que acaban de
asesinar. Mediante los oportunos flash
backs, así pues, se va recomponiendo la tormentosa vida del mecánico y
corredor de bólidos de Formula 1, quien se enamora de una caprichosa mujer que
lo vuelve loco y acabará distrayéndolo, primero, de su ocupación, de lo que
resulta no solo un aparatoso accidente que deja prácticamente tuerto al piloto,
sino el inicio de una carrera delictiva con dos finales: el primero abre la
película de forma espectacular, porque los asesinos irrumpen en una institución
para ciegos donde el excorredor da clases; el segundo será el desenlace de la
búsqueda de los sicarios. La acción en esa obertura trágica le deja a uno ya
con muy mal cuerpo, por el abuso sin limites de los sicarios entre gente
literalmente indefensa. En cuanto la película toma el derrotero de la tórrida
relación entre la femme fatale Angie
Dickinson y John Casavettes, hay un cierto remanso que no tardará en verse
interrumpido por la aparición en el taller del socio del corredor de los
sicarios en busca de información. Son, pues, como en el caso del socio, los más
cercanos al protagonista quienes acaban contando su historia. Su socio y mecánico,
por ejemplo, acaba revelando cómo todas las señales indicaban que el corredor estaba
siendo vampirizado por una mujer con oscuras relaciones con otros personajes,
en este caso un Ronald Reagan en su ultimo papel antes de pasar a la política,
que no le podían deparar nada bueno. Las relaciones enigmáticas entre Reagan y
Dickinson forman parte del intríngulis de la trama y constituirán el desenlace
narrada por la propia vampiresa cuando recibe la visita de los sicarios. En su
papel de portador de la voz cantante, Lee Marvin compone un malvado perfecto, a
quien la compañía de un psicópata, idóneamente representado por Clu Gulager
en su primer papel importante fuera de la televisión, donde tenía su campo de
acción, redondea como una pareja perfecta de asesinos a sueldo. Parte
importante de la película, sobre todo para los enamorados de la Fórmula 1, es
todo lo relativo al mundo de la carreras de velocidad, aquí en un estado aún casi
embrionario y aficionado, sin toda la sofisticación que ha ido rodeando poco a
poco a esas carreras. Diríamos que aquí podemos ver el lado romántico de esa
afición, el lado artesano de quienes dedicaban su tiempo, su dinero y sus
habilidades a una apuesta por el triunfo que no siempre se veía recompensada.
La condición de mecánico y de experimentado conductor tiene mucho que ver,
claro está, con lo que no parece sino haber sido, a lo largo de la película,
una suerte de larga introducción para atraer al corredor a formar parte de la
banda dirigida por Reagan que ha planeado un golpe para el que la banda
necesitaba un conductor profesional. Recogidos todos los cabos que se han
sembrado en la película a través de las informaciones arrancadas por los asesinos,
el desenlace final tiene la virtud de no dejar ninguno suelto, además de
contribuir a una plasmación de la
violencia cuyo final le parecerá a más de un espectador, muy de actualidad.
Porque la película en modo alguno, como los buenos clásicos, excepción hecha de
los aspectos circunstanciales propios de su época, se ve como una película
envejecida o trasnochada, sino como un poema visual modernísimo, no solo por el
gusto de Siegel a la hora de alternar los primeros e incluso primerísimos
planos de la relación amorosa, sino los planos generales en los que se consuma
la acción. No es, ciertamente, un director que deja indiferente.
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