El
horror del fundamentalismo cristiano luterano: La hija del predicador o la más turbia de las historias turbias…
Título original: Brimstone
Año: 2016
Duración: 148 min.
País: Países Bajos (Holanda)
Dirección: Martin Koolhoven
Guion: Martin Koolhoven
Música: Junkie XL
Fotografía: Rogier Stoffers
Reparto: Dakota Fanning, Guy Pearce,
Emilia Jones, Paul Anderson, William Houston, Ivy George, Jack Hollington, Carice van Houten, Kit Harington, Carla Juri,
Jack Roth, Justin Salinger, Bill
Tangradi, Vera Vitali, Dorian Lough,
Dan van Husen, Naomi Battrick.
Una de las mejores experiencias
del espectador de cine es situarse ante una pantalla sin saber absolutamente
nada de lo que va a ver. Desgraciadamente, con muchos clásicos eso solo está ya
al alcance de los muy legos en este arte,
no así con películas tan próximas como esta y que, en su momento, por el alud
constante de novedades en la cartelera, algo así como aquel viejo “teatro por
horas” de finales del XIX en Madrid, me pasó totalmente desapercibida. La
verdad es que la película tiene un arranque que no deja indiferente al
espectador y que lo sumerge en un laberinto narrativo en el que, del presente
hacia el pasado para volver al presente, se nos va a contar una historia llena
de sonido y furia y terror. Con el esquema del western por medio, mientras la
iba viendo, con sus personajes extraídos de decenas de películas, y, sin
embargo, estrictamente individuales, de ahí la grandeza de la película, pensé
sucesivamente en la magnífica serie Carnivale
(Rodrigo García, entre otros) en Pozos de
ambición, de Paul Thomas Anderson y en Fanny
y Alexander, de Bergman, así, a bote pronto. En realidad, la memoria de los
aficionados al cine están repletas de detalles que se presentan, durante el
visionado de una película, como argumentos irrefutables de la bondad o maldad
de una película. Establecemos, por lo tanto, un diálogo de imágenes entre lo
que vemos y lo que vimos que, necesariamente, contribuye a la forja de nuestra
opinión, de nuestro decantamiento crítico. Cualquiera que no pueda soportar
moralmente las relaciones humanas escabrosas, con un tinte sádico inequívoco,
hará bien en abstenerse de ver esta durísima película, llena de escenas difíciles
de ver, ciertamente, sin sentirse removidos por dentro. Al verismo atroz de la
película contribuyen dos intérpretes que sobresalen, por más que uno de ellos
se haga odioso y que por la otra sintamos una piedad infinita ante tan cruel
destino como el suyo. Me refiero a Guy Pearce, sobradamente conocido, y a
Dakota Fanning que le hace una seria competencia a su hermana menor Elle
Fanning, espléndida, esta última, en Mary
Shelley, por cierto. Se trata de unas interpretaciones que compiten, a su
vez, con una recreación de la cámara en los exteriores que enlaza con lo mejor
del género. Recontar el argumento cronológicamente es romper uno de los
encantos de la película: la recomposición del puzzle que se nos entrega de tal
manera que ni nos hacemos a la idea de qué tipo de relación pueda haber entre
los personajes ni somos capaces de explicarnos por qué el predicador/pecador
lleva hasta el extremo la barbarie sus deseos ni cómo es posible que la protagonista
sobreviva con semejante entereza a tan tremendos infortunios como le es dado
vivir. Sí, lo sé, no puedo pedirle a nadie que vea una película sobre la que
doy tan pocas explicaciones, pero no puedo hacerlo, so pena de arruinarles el
visionado. El hecho de que la información nos llegue como nos llega, lejos de devenir
una información que nos tranquilice se convierte en una nueva escalada de la
manifestación del mal absoluto que lucha contra la máxima inocencia. En ese
sentido, la película no engaña: su simplicidad argumental adquiere relieve por
la conducta obsesiva del ministro de Dios y dilecto hijo de Satanás. El
impresionante espíritu de supervivencia de la protagonista, que ni duda en cortarse
la lengua para sustituir a una joven que ha acabado siendo asesinada en el
burdel donde ambas trabajan, muy poco antes de abandonarlo para reunirse con un
marido con quien se ha casado por poderes, es una de las dos líneas argumentales
básicas. La otra es la persecución, captura y tortura por parte del
protagonista. Sorprenden muchas cosas en la película, sin duda, pero la que más
es la entereza de carácter de la joven, quien ni siquiera pestañea ante las
aberraciones morales que va conociendo desde que le llega la regla y se
convierte en una mujer, aún muy niña, pero ya susceptible de levantar un deseo
feroz en los demás, y especialmente en la figura del predicador. Este, se
reviste de todos los signos que han identificado la figura del predicador
enajenado y ultramontano, una figura tenebrosa que alberga no solo toda la
maldad posible, sino un regodeo en ella que el espectador habrá de sufrir con
toda su crudeza desde que aparece en escena. Es un western de trasfondo religioso, poco común, al menos con un
planteamiento como el de esta película, y de pocos personajes, torturadores y
torturados. y amplios paisajes que contrastan con la reducida miseria interior
de algunos de esos personajes. La trata de mujeres, el comercio con ellas, se
sitúa en el arranque de la película y, poco a poco, iremos derivando de la
historia de una prostituta a la historia de la hija de un predicador, que es el
título excesivo, por locuaz, de la película. En todo caso, la dirección de
Martin Koolhoven, muy ceñida a las reacciones psicológicas de los personajes,
sigue con mimo las evoluciones de sus personajes y siempre encuentra alguna
perspectiva inexplorada desde la que sus imágenes nos obligan a contemplarlas,
aunque nos estén mostrando el mayor y más tétrico de los horrores, cediendo a
un magnetismo estético que nos impide apartar la vista de la pantalla. ¡Todo un
descubrimiento!
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