viernes, 7 de diciembre de 2018

«La hija del predicador», de Martin Koolhoven, o Bergman se va al «Far west».



El horror del fundamentalismo cristiano luterano: La hija del predicador o la más turbia de las historias turbias…

Título original: Brimstone
Año: 2016
Duración: 148 min.
País: Países Bajos (Holanda)
Dirección: Martin Koolhoven
Guion: Martin Koolhoven
Música: Junkie XL
Fotografía: Rogier Stoffers
Reparto: Dakota Fanning,  Guy Pearce,  Emilia Jones,  Paul Anderson,  William Houston, Ivy George,  Jack Hollington,  Carice van Houten,  Kit Harington,  Carla Juri,  Jack Roth, Justin Salinger,  Bill Tangradi,  Vera Vitali,  Dorian Lough,  Dan van Husen, Naomi Battrick.

Una de las mejores experiencias del espectador de cine es situarse ante una pantalla sin saber absolutamente nada de lo que va a ver. Desgraciadamente, con muchos clásicos eso solo está ya al alcance de los  muy legos en este arte, no así con películas tan próximas como esta y que, en su momento, por el alud constante de novedades en la cartelera, algo así como aquel viejo “teatro por horas” de finales del XIX en Madrid, me pasó totalmente desapercibida. La verdad es que la película tiene un arranque que no deja indiferente al espectador y que lo sumerge en un laberinto narrativo en el que, del presente hacia el pasado para volver al presente, se nos va a contar una historia llena de sonido y furia y terror. Con el esquema del western por medio, mientras la iba viendo, con sus personajes extraídos de decenas de películas, y, sin embargo, estrictamente individuales, de ahí la grandeza de la película, pensé sucesivamente en la magnífica serie Carnivale (Rodrigo García, entre otros) en Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson y en Fanny y Alexander, de Bergman, así, a bote pronto. En realidad, la memoria de los aficionados al cine están repletas de detalles que se presentan, durante el visionado de una película, como argumentos irrefutables de la bondad o maldad de una película. Establecemos, por lo tanto, un diálogo de imágenes entre lo que vemos y lo que vimos que, necesariamente, contribuye a la forja de nuestra opinión, de nuestro decantamiento crítico. Cualquiera que no pueda soportar moralmente las relaciones humanas escabrosas, con un tinte sádico inequívoco, hará bien en abstenerse de ver esta durísima película, llena de escenas difíciles de ver, ciertamente, sin sentirse removidos por dentro. Al verismo atroz de la película contribuyen dos intérpretes que sobresalen, por más que uno de ellos se haga odioso y que por la otra sintamos una piedad infinita ante tan cruel destino como el suyo. Me refiero a Guy Pearce, sobradamente conocido, y a Dakota Fanning que le hace una seria competencia a su hermana menor Elle Fanning, espléndida, esta última, en Mary Shelley, por cierto. Se trata de unas interpretaciones que compiten, a su vez, con una recreación de la cámara en los exteriores que enlaza con lo mejor del género. Recontar el argumento cronológicamente es romper uno de los encantos de la película: la recomposición del puzzle que se nos entrega de tal manera que ni nos hacemos a la idea de qué tipo de relación pueda haber entre los personajes ni somos capaces de explicarnos por qué el predicador/pecador lleva hasta el extremo la barbarie sus deseos  ni cómo es posible que la protagonista sobreviva con semejante entereza a tan tremendos infortunios como le es dado vivir. Sí, lo sé, no puedo pedirle a nadie que vea una película sobre la que doy tan pocas explicaciones, pero no puedo hacerlo, so pena de arruinarles el visionado. El hecho de que la información nos llegue como nos llega, lejos de devenir una información que nos tranquilice se convierte en una nueva escalada de la manifestación del mal absoluto que lucha contra la máxima inocencia. En ese sentido, la película no engaña: su simplicidad argumental adquiere relieve por la conducta obsesiva del ministro de Dios y dilecto hijo de Satanás. El impresionante espíritu de supervivencia de la protagonista, que ni duda en cortarse la lengua para sustituir a una joven que ha acabado siendo asesinada en el burdel donde ambas trabajan, muy poco antes de abandonarlo para reunirse con un marido con quien se ha casado por poderes, es una de las dos líneas argumentales básicas. La otra es la persecución, captura y tortura por parte del protagonista. Sorprenden muchas cosas en la película, sin duda, pero la que más es la entereza de carácter de la joven, quien ni siquiera pestañea ante las aberraciones morales que va conociendo desde que le llega la regla y se convierte en una mujer, aún muy niña, pero ya susceptible de levantar un deseo feroz en los demás, y especialmente en la figura del predicador. Este, se reviste de todos los signos que han identificado la figura del predicador enajenado y ultramontano, una figura tenebrosa que alberga no solo toda la maldad posible, sino un regodeo en ella que el espectador habrá de sufrir con toda su crudeza desde que aparece en escena. Es un western de trasfondo religioso, poco común, al menos con un planteamiento como el de esta película, y de pocos personajes, torturadores y torturados. y amplios paisajes que contrastan con la reducida miseria interior de algunos de esos personajes. La trata de mujeres, el comercio con ellas, se sitúa en el arranque de la película y, poco a poco, iremos derivando de la historia de una prostituta a la historia de la hija de un predicador, que es el título excesivo, por locuaz, de la película. En todo caso, la dirección de Martin Koolhoven, muy ceñida a las reacciones psicológicas de los personajes, sigue con mimo las evoluciones de sus personajes y siempre encuentra alguna perspectiva inexplorada desde la que sus imágenes nos obligan a contemplarlas, aunque nos estén mostrando el mayor y más tétrico de los horrores, cediendo a un magnetismo estético que nos impide apartar la vista de la pantalla. ¡Todo un descubrimiento!

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