Jarmusch reverdece el género del western con una trama
insólita y un poderío visual excepcional: Virgilio/Ulises guiando a William
Blake por terrenos cartografiados en un blanco y negro deslumbrante.
Título original: Dead Man
Año: 1995
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jim Jarmusch
Guion: Jim Jarmusch
Música: Neil Young
Fotografía: Robby Müller (B&W)
Reparto: Johnny Depp, Gary
Farmer, Lance Henriksen, Michael Wincott, Crispin Glover, Iggy Pop, Robert Mitchum, Steve Buscemi, Alfred Molina, Gabriel Byrne, John Hurt, Mili Avital, Eugene Byrd,
Billy Bob Thornton, Jared Harris.
Jim Jarmusch es un cineasta
desconcertante para muchos públicos y una experiencia muy atractiva para algunos
espectadores que siempre alabaremos en su obra la capacidad para asumir riesgos
y, sobre todo, explorar nuevos lenguajes. Dead
man, película de la que no tenía ni
noticia -es lo que tiene ser un cinéfilo desatento..- es, para entendernos, la antítesis
de Patterson, y estaría más cerca de Ghost
Dog, el camino del Samurái o de Solo los amantes sobreviven, lo cual puede
indicar el tipo de cine que puede esperar el espectador si se sitúa ante una
pantalla donde pueda seguir la aventuras de un “contable”, William Blake, que
ha dejado su Cleveland natal por un puesto de trabajo en una empresa ubicada en
una ciudad llamada Machine. Cuando llega, el puesto ya está ocupado, como le
dice, a punta de rifle, el dueño de la empresa, un casi cameo de una gloria del
cine, Robert Mitchum, en su última papel en un arte al que ha dado obras
maestras de la interpretación cinematográfica, como todos los aficionados reconocerán
unánimemente. Esa breve aparición feérica del personaje dota a la película ya
de una atmósfera entre surrealista y fantástica que no perderá en el resto del
metraje. Cuando sale de esa «aparición», se tropieza con una joven vendedora de
flores de papel a quien recoge del barro tras haber sido empujada por un antiguo
cliente que deja clara su antigua dedicación a la prostitución. La joven,
sorprendida por la gentileza del joven, lo acoge en su habitación y en su cama.
Pero a la mañana siguiente interrumpe su
sueño el antiguo novio de ella, el hijo del
dueño de la factoría que acaba de despedir con rifle destemplado a
William Blake. La mujer se interpone entre el disparo y él y cae muerta en sus
brazos, pero él resulta herido en el pecho, donde se aloja el proyectil.
William responde con su pistola e hiere de gravedad al hijo, tras de lo cual se
escapa. En los bosques pierde el
conocimiento y lo siguiente que ve es a un indio enorme, bonachón y que domina
perfectamente el inglés, tratando de extraerle la bala con una navaja, hurgándole
en el pecho sin ninguna consideración. El indio responde por el nombre ulisiano
de Nadie y tolerará la compañía del “estúpido
hombre blanco” en cuyo destino hacia la
muerte que lleva en el pecho se abstendrá
De intervenir. Que el
indio sea un extraño para los ingleses que lo robaron y para su tribu, que lo
ha repudiado, le lleva a juntarse temporalmente con ese otro desterrado que no
duda en matar a otros hombres blancos que
lo persiguen, unas veces, con deliberación, otras, con la suerte de los
accidentes clásicos de las películas del slapstick. Con un ritmo constante de
secuencias que acaban en fundidos en negro, la historia progresa hacia ese
final que William Blake lleva sepultado en el pecho en forma de bala que irá
mermando poco a poco sus fuerzas y su clarividencia. La guitarra de Neil Young
al estilo de la del slide blues de Ry Cooder, de Paris,Texas, puntea una aventura a medio
camino entre la vida y la muerte, entre el paraíso -ese bosque por el caminan
los dos expulsados de las respetivas sociedades- y el infierno de una
existencia sin otro sentido que apurar la supervivencia frente a una
persecución en la que incluso alcanzará la gloria de los forajidos más
buscados. Una síntesis más o menos aproximada, y aunque parezca irreverente,
sería la del cine cómico mudo y la del lirismo ecológico del Terrence Malik de Nuevo mundo. Rodada en un magnífico
blanco y negro sin apenas contrastes, lo que le da a los bosques que acogen a
los protagonistas un matiz de plata o de galena que aún les confiere mayor
majestuosidad, la película, que no es parca en diálogos que incluyen
recitaciones, por parte del indio instruido por los ingleses, de abundantes
fragmentos del poeta William Blake -cuyos proverbios val salpicando la
narración, sobre el todo que se repite en varias ocasiones: Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos
de los muertos-, no deja de tener una vertiente cómico-surrealista que
arranca con la contribución excelsa de Robert Mitchum y se continúa con los
tres asesinos que persiguen al moribundo como si de los hermanos Dalton se
tratara, porque hay algo de esperpentización en el retrato de secundarios
representados por actores tan destacados como Billy Bob Thornton, Steve Buscemi,
Alfred Molina o John Hurt. ¡Y yo, ahora
que caigo, sin decir aún el fabuloso trabajo de un Johnny Depp que, a pesar de
su juventud, venía ya de haber rodado obras mayores! Es cierto que el
contrapunto de Gary Farmer, de ascendencia india canadiense, colabora
decisivamente a la creación de esa pareja tan peculiar y dialógica que,
siquiera solo fuera por eso, ya recuerda a la de don Quijote y Sancho, aunque aquí
con los ‘apeles cambiados, dada la formación del indio. Tan por descontado lo
daba que ni había caído en que algunos lectores aún no habrán visto la
película. Mis disculpas. Decía que el cambio de registros entre la comedia y el
drama, perfectamente alternados a lo largo de la narración, le quitan gravedad
a la perspectiva metafísica propia de la cinta, con un agonizante que ignora
cuándo llegará su hora. Hay en el viaje del protagonista, desde la “civilizada”
Cleveland hasta el lejano far west,
territorio salvaje de inhóspita geografía y costumbres asalvajadas, por más que
el “buen salvaje” que acompaña a William Blake en el tramo final de su vida sea
casi lo que podría definirse como un perfecto gentleman, al que incluso no le
falta el toque de sutil ironía británica, si enfrentado a las desventuras del
sosias del único Blake que él conoce, el del Matrimonio entre el cielo y el infierno, y , al final…, bueno,
mejor que siga los consejos de mi amigo Joselu y no les chafe lo que, sin
embargo, queda escrito en los primeros diez minutos de película. Va por Vds.,
pero recuerden lo del buen salvaje, la civilización,
la compasión y la visión del absurdo existencial de Albert Camus…
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