jueves, 25 de diciembre de 2025

«Valor sentimental», de Joachim Trier, o la disputa del rencor y el olvido.

 

La enésima vuelta de tuerca a los conflictos familiares, con el arte sanador de por medio.

 

Título original: Sentimental Valueaka

Año: 2025

Duración: 135 min.

País: Noruega

Dirección: Joachim Trier

Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt

Reparto: Renate Reinsve; Stellan Skarsgård; Inga Ibsdotter Lilleaas; Elle Fanning; Cory Michael Smith; Lena Endre; Anders Danielsen Lie; Jesper Christensen; Catherine Cohen; Jonas Jacobsen; Bjørn Alexander; Pia Borgli.

Música: Hania Rani

Fotografía: Kasper Tuxen.

 

          ¿Qué sería del cine sin los conflictos familiares? Extirpamos esa temática del Séptimo Arte y se nos queda, de pronto, como si el cine fuera exclusivamente un vehículo para el entretenimiento alienado o los documentales, si dejamos de lado los musicales, que pertenecen, de hecho, a un género con un código tan determinado que parecen punto y aparte en la cinematografía. ¡Ah, la familia! Esa institución contra la que ideologías supuestamente progresistas, de inspiración socialista y comunista, han luchado con una fiereza solo comparable a la de sus homólogos individualistas, en la medida en que se considera la más acaba expresión del heteropatriarcado que, al parecer, nos ha oprimido desde que fuera creado, cuando, al decir de Engels, se cambió la prioridad familiar de la línea matrilineal a la patrilineal. Llevamos entre dos mil y cuatro mil años sufriendo esa imposición, y de ahí se ha derivado una obra artística que afecta a casi todas las artes y que, en el Cine, se ha vuelto casi consustancial. A poco que el espectador reflexione sobre cuáles son sus películas favoritas, se dará cuenta de que en la gran mayoría de ellas el asunto central tiene que ver con las relaciones familiares, no siempre engendradoras e desdichas, pero casi. Dicho de otra manera: son muchas menos las películas como ¡Qué bello es vivir!, que como esta, o Agosto o La gata en el tejado de zinc, así a bote pronto.

          En esta película se innova la presencia de una casa familiar que adquiere, desde el comienzo, algo así como vida propia. En un prólogo extraordinario, que va a fijar el altísimo nivel existencial en que se manifestarán los conflictos, la casa adquiere voz propia y narra parte de lo que ocurre en su interior, como si fuera una diosa acogedora que vela por los destinos de quienes la habitan, a quienes conoce por las pisadas, las voces o cualesquiera otras manifestaciones que la afecten materialmente a ella.

          La casa está de luto, porque la madre de las dos protagonistas ha muerto. El padre, un director de cine,  famoso por su obra documental, mundialmente reconocida, vuelve a la casa familiar, para el entierro de la mujer a la que abandonó para seguir su propio camino como artista, ignorando, prácticamente, los destinos de sus hijas. La pequeña, casada y con un hijo, fue protagonista del más célebre documental del autor, pero ello no significó establecer ninguna relación profunda o duradera con su padre, quien, como se dice coloquialmente, pasó olímpicamente de ambas, de ella y de su hermana, que es una actriz de éxito en el teatro. La presentación de la hermana, con un ataque de pánico escénico justo antes de salir a escena, nos alerta ya de la compleja personalidad de la mujer. Nos sorprende mucho esa entrada, perfectamente representada, y ni siquiera intuimos a qué se debe, pero en cuanto se anuncia la presencia del padre en el funeral y la negativa de la hija a verlo o interactuar con él, comenzamos a sospechar que hay heridas profundas de muy difícil cicatrización. Que el padre se descuelgue con la presentación de un proyecto inspirado en la vida familiar, y con la oferta en firme a su hija, famosa actriz teatral, para que intervenga en la película, es el punto de partida de una trama en la que las vidas de las hermanas, la del padre y la relación de los tres con la casa que el padre ha escogido como escenario de la película se irán desvelando poco a poco.

          Con absoluta lógica narrativa, se nos contarán las tres historias, la de las hijas y la del padre, para descubrir los terribles caminos de la indiferencia y la distancia en el seno de una familia habitada en parte por la vena artística, lo que se cumple en el padre y en la hija mayor, la actriz. Conviene recordar que el guion lo escribe Trier con Eskil Vogt, un director acaso no muy conocido, pero muy interesante, y de quien ya he criticado dos películas en este Ojo: The innocents y Blind. Vogt fue también guionista de la aclamada película de Trier La peor persona del mundo. La historia de la actriz, que mantiene relaciones adúlteras con un compañero de profesión, pero sin involucrarse tanto que pueda perder su autonomía, su independencia, va a fijarse en el drama de la relación con el padre, en tanto que hija abandonada por él, con quien, de hecho, no ha podido contar para nada en su vida. Su negativa a interpretar el papel que el padre dice haber escrito para ella se debe, también, aunque eso lo sabremos más tarde, a que hay un suicidio que, misteriosamente para ella, el padre quiere que ella lo represente. No puedo desvelar más, pero me quedo con las ganas.

          En la medida en que la productora ha de contratar a alguna actriz importante para poder impulsar el proyecto, aparece la figura de Elle Fanning como una exitosa actriz usamericana que «adora» el trabajo del director, cuyo documental, interpretado por la hija pequeña, la hace llorar intensamente. Como un desafío, en consecuencia, acepta el papel y comienzan los ensayos sobre un texto muy intenso y dramático que le cuesta mucho asumir como propio para darle la «verdad» que el papel requiere, aunque uno de los ensayos es un «momentazo» extraordinario, que revela el talento de una actriz Fanning, a quien ya admitamos en Mary Shelley, de  Haifaa al-Mansour y Día de lluvia en Nueva York, de Woody Allen, por ejemplo. Como el director se impacienta ante los escasos progresos para hacerse con el papel, la actriz decide, por propia iniciativa, conocer a la hija actriz, porque intuitivamente ha llegado a la conclusión de que es ella la única destinataria de ese papel, la única que podría representarlo. Se va tejiendo, pues, una red de relaciones que tendrá el momento culminante, ante la desorientación de la hija mayor y su dificultad para lidiar con la figura paterna, en la conversación de las dos hermanas, una de las escenas más logradas de la película. Sí, habrán oído hablar de esta película como  siempre que se habla de cine nórdico del influjo omnipresente de Ingmar Bergman, pero en este caso se trata de una influencia temática, porque es difícil sustraerse al análisis de las relaciones familiares        que ha sido siempre el cine del sueco. El tratamiento de los primeros planos, la animación de la casa como un espacio con vida propia, ¡los silencios empecatados!, la adversidad social y amorosa, toda la vida bulle en este proyecto de película que puede o no significar un reencuentro o la pérdida definitiva. Tienen que verlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario