viernes, 18 de junio de 2021

«More», de Barbet Schroeder, el crepúsculo de los hippies…

 

…O Lulú, la perdición de los hombres, a ti te van a llamar…

 

 

Título original: More

Año: 1969

Duración: 117 min.

País:  Francia

Dirección: Barbet Schroeder

Guion: Barbet Schroeder, Paul Gégauff

Música: Pink Floyd

Fotografía: Néstor Almendros

Reparto: Mimsy Farmer, Klaus Grünberg, Heinz Engelmann, Michel Chanderli, Henry Wolf.

 

   

      ¡Ya tenía yo ganas de echarme entre iris y retina este More que pasaba por ser un «clásico» de la contracultura hippie de los 60! Casi dos horas soporíferas que se aguantan sobre todo por las curiosidades geográfica y social y por la indiscutible calidad de la fotografía de uno de los grandes maestros de ese arte cinematografista: Néstor Almendros. El modo como está fotografiada la isla de Ibiza y los personajes lo es todo en esta historia de una deriva existencial típica de la época, pero con un componente naíf tan exagerado que acrecienta la bobería galáctica del  flower power que devino en un serio problema de adicción a las drogas y muy especialmente a la cocaína. Como suele ocurrir con muchas obras bien intencionadas, la crítica de esa deriva acabó convirtiendo Ibiza en el paraíso de los colgados, los de lujo y los de medio pelo, que de todo ha de haber en la viña del señor. Y, tras el deambular del protagonista, un joven alemán recién licenciado en busca de experiencias vitales antes de asentarse en su país de origen, por París, con una rocambolesca historia de una alianza con un ratero que, sin embargo, le dice que desconfíe de una mujer que puede convertirse en su «perdición», este acaba enamorándose y se dispone a reunirse con ella en Ibiza, adonde llega sin otra información que un nombre por el que se interesa al llegar y que, en efecto, la acaba conduciendo hasta la mujer. Que tal cosa suceda en la Ibiza de entonces es harto razonable, porque la imagen que se da de la isla se corresponde con la de un pequeño pueblo en el que casi todo el mundo parece conocerse, algo así como el Sitges de aquellos mismos años, cuando aún no se había masificado con el turismo. La isla, su capital, Ibiza, y una casa aislada en un entorno paradisiaco son  presentados en pantalla casi como una promoción turística de la misma, a juzgar por la cuidada escenografía que sirve de marco a una historia de amor con muchas limitaciones, sobre todo por la inexpresividad de ambos intérpretes, y por el ortopédico inglés del protagonista, que se las ve y desea cada vez que ha de pronunciar algunas palabras sueltas en castellano. De alguna manera, la isla se ofrece al espectador casi con el encanto de la Miconos griega, pero mucho más cerca, y mucha vista tuvieron quienes la convirtieron, poco después en una tendencia de moda.

         Toda la película gira en torno a la curiosidad infatigable del joven alemán por la drogadicción de su amada, a quien sigue por ese camino diabólico del consumo de heroína que aparece en manos de un exnazi para quien ambos acaban trabajando sin mayores explicaciones. También consumen alucinógenos, lo que provoca un estado de euforia vitalista muy distinto del estado de aplacamiento del «caballo», que siempre exige otra dosis a su debido tiempo. Está claro que el idilio que viven ambos en la casa rural, con esporádicas visitas a la capital, pasa por diversas fases, y que el idealismo romántico que los une al principio, al menos a él, se va disipando a medida que siguen esa senda autodestructiva de la heroína. De algún modo, la sed de experiencias acaba convirtiéndose en la triste dependencia de la droga, y entonces el supuesto amor libre que ambos derrochan con generosidad, y que Schroeder filma con elegancia y sin artificiosidad, deviene una convivencia opresiva y sin sentido. Condicionados por sus «monos», la isla se acaba convirtiendo en una cárcel. Más aún cuando él ha de trabajar para el alemán dueño del hotel donde se instala al principio con ella, ignorando voluntariamente interrogarla por su relación con él, sobre la que corre el famoso tupido velo que, al descorrerse y ponerse en evidencia, agravará la relación entre ambos.

         La película es muy tediosa, aunque el marco magnificente lo compensa todo. El personaje tiene mucho de criatura inexperta que, por mor de acumular experiencias, se deja llevar de un modo casi acrítico, y ella es una neoyorquina que vive al límite. De hecho, el ratero que previene al protagonista contra ella ya le dice que ha sido la ruina de muchos hombres. Hay, por lo tanto, una suerte de hechizo, al estilo del mito de Lulú, que acaba devorando a una nueva presa. En el plano simbólico, no está de más recordar que el exnazi se apellida Wolf, y que ella actúa, en cierto modo, como la Caperucita del cuento al que aquel permite ciertos caprichos solo para acabar recobrándola después. La fragilidad y el erotismo de la joven, combinados, constituyen, al margen del misterio constante que la rodea, un atractivo indudable para el joven alemán, de ahí que pierda la cabeza, y algo más, por ella.

         Ya digo, no obstante, que la película se alarga en exceso, aunque, siquiera sea por la curiosidad que genera su condición de película «maldita», las autoridades franquistas no tardaron en reaccionar ante ese paraíso de la droga que se había instalado en su territorio, pero sin excesivo éxito, el espectador lo perdona casi todo hasta el final terrible que tiene. Es cierto que la música de Pink Floyd era un reclamo del film, pero no puede hablarse de que sea exactamente una banda sonora, sino de unas apariciones muy concretas. En todo caso, puedo asegurar que, contemplada con ojos sociológicos y turísticos, la película continúa siendo muy atractiva. Aunque en Europa suponía prestarle atención a la generación psicodélica, bien pudiera decirse que esta película es algo así como el canto del cisne de esa generación, porque a los felices 60 les siguió una reacción conservadora de sociedades que se alarmaron  ante la sangría humana y el deterioro social que supuso el fenómeno del consumo masivo de drogas.

3 comentarios:

  1. Esta película hizo que yo dejara la carrera en el último curso en marzo de 1978 y me fuera a Ibiza a buscar trabajo durante unos meses. Trabajé en la construccion y viví en pensiones de mala muerte. Vi el túnel de More pero no encontré nada que tuviera que ver con la película que me impactó de un modo muy perturbador. Viví muchas cosas en aquellos tres meses que pasé en Ibiza. Leí allí a Conrad y a Bioy Casares y me aficioné al videoclub. Pienso que no se puede ver esta película tan de época con los ojos de ahora, es perverso. Aquella película había que verla con los ojos de aquel tiempo en que España había pasado de una dictadura a una democracia. Es como volver a ser niño siendo un adulto, con lo que sabe un adulto, con lo que ha vivido. Era ingenuo, era destructivo, era peligroso, pero nos gustaba. Volví a acabar la carrera y la aprobé lo que da idea de lo benévolo de aquel tiempo de antifascismos, me fui a trabajar en la fruta de Lérida durante el verano y en octubre me fui a la mili. No me arrepiento ni de mi ingenuidad ibicenca unida a More, ni de mi trabajo en Albatarrech, ni de mi servicio militar que me supuso una complejidad humana y social extremadamente interesante. Si hubiera sido novelista habría podido sacar partido de aquello porque fue vida pura.

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    1. Querido Jose, las películas las ves cuando las ves y las juzgas desde tu vida y tu sensibilidad. Entiendo el "arrebato" que pudo suponer en aquel entonces una película así para alguien joven, e incluso que uno se lanzara a la "aventura" de reeditar esas supuestas conquistas. No dudo de que en tu biografía personal será un momento "estelar", pero yo solo pedo juzgarla críticamente como película y con mis ojos de cinéfilo de toda la vida. Curiosamente ahora estoy muy metido en la famosa era Acuario, por lo de Perls, tú ya lo sabes, y he descubierto una relación de la familia Manson con Esalen muy curiosa, así como una aspiración musical del "iluminado" que tuvo los apoyos de Neil YOung y de un conponente de los Beach Boys, por ejemplo. La casa donde asesinaron a Tate era la casa donde vivió el productor musical, hijo de Doris Day, que "abortó" esa carrera musical... En fin, quiero decirte con ello que cada cual es muy libre de ver las obras artísticas desde el lugar que escoja para ello, sea la propia biografía, sea la tradición cinematográfica, etc. En cualquier caso, lo que es innegable es que ciertas obras que encumbramos en el pasado, no admiten una revisión crítica veinte o treinta años después. Con More me imagino que debe de pasar algo así. Yo no la ví en los 70, pero estando emparejado ya y acabando una carrera que nos iba a liberar de la burocracia del trabajo en Hacienda, no creo que se nos hubiera pasado por la cabeza dejarlo todo y marcharnos al "paraíso", ¡pero nunca se sabe!

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  2. Cuando escribo videoclub quería decir cineclub, un cine céntrico de Ibiza que ponía películas del llamado Arte y ensayo.

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