martes, 16 de julio de 2019

«Rocketman», de Dexter Fletcher o el «biopic autorizado».



Elton John produce un abordaje crítico, elegante y honesto a su biografía, todo ello dentro de lo que cabe, bajo su control y patrocinio. Rocketman o una conflictiva vida sin libros… 

Título original: Rocketman
Año: 2019
Duración: 121 min.
País: Reino Unido
Dirección: Dexter Fletcher
Guion: Lee Hall
Música: Elton John, Matthew Margeson
Fotografía: George Richmond
Reparto: Taron Egerton,  Jamie Bell,  Richard Madden,  Bryce Dallas Howard, Steven Mackintosh,  Gemma Jones,  Tom Bennett,  Kit Connor,  Stephen Graham, Matthew Illesley,  Ophelia Lovibond,  Charlotte Sharland,  Layton Williams, Bern Collaco,  Ziad Abaza,  Jamie Bacon,  Kamil Lemieszewski,  Israel Ruiz, Graham Fletcher-Cook.

Advierto que, tras el éxito de Bohemian Raphsody, en parte dirigida también por Fletcher, quien sustituyó al despedido Bryan Singer, se ha puesto de moda entre las celebrities hacer una película biográfica a mayor gloria del artista, quien no solo controla la producción, sino también, en su totalidad, los contenidos. Dentro de poco, imagino, tendremos la de Jagger, la de Madonna o cualesquiera otras, aunque, por el camino, van a quedar muchos jirones de la antigua libertad crítica a la hora de analizar, enjuiciar o relatar la vida de dichas celebridades. Sin ir más lejos, ahí está el caso de Morrissey -exlíder de The Smiths-, que renegó de un acercamiento biográfico a su figura no bendecido por él, aunque la película ofrece una mirada crítica excelente. England is mine, de Mark Gill, es una excelente película biográfica. Nada que ver, desde el punto de vista de la libertad creativa, con Rocketman, de Fletcher; aunque me apresuro a decir que este ha logrado crear una estructura narrativa muy atractiva, porque, respetando las leyes del musical clásico, y ciertos elementos básicos como los flash-backs, va progresando en orden relativamente cronológico con algunos anacronismos espectaculares como la sesión de terapia de desintoxicación a la que se somete el cantante, en el transcurso de la cual logra reconciliarse con el niño que fue y con no pocos personajes de su pasado que aparecen en ella con una naturalidad total, exenta, la aparición, de cualquier rasgo de afectación o impostura. No se necesita ser un seguidor de Elton John ni tampoco manifestar devota inclinación hacia el exhibicionista cantante de los atuendos disparatados, las gafas inverosímiles y las maravillosas canciones eternas para seguir la película con un interés que el director se encarga de ir estimulando a medida que avanza el metraje, marcando perfectamente las distintas épocas por las que atravesó el músico, desde su condición de genio infantil hasta su consagración como uno de los mejores músicos de su generación, que nos ha legado canciones que pertenecen ya a la mejor historia de la música pop. Que los genios suelen tener infancias desgraciadas no es noticia, y que el influjo de los padres, por excesiva presencia, como en el caso de Mozart, o por su excesiva ausencia, como en el propio caso de Elton John, tiene mucho que ver en ello, menos aún. Recuerda, el desinterés de la madre y la frialdad indiferente del padre, a los padres de la Matilda, de Roald Dahl, incapaces de comprender y amar a un ser humano necesitado de un afecto que ninguno de los dos sabe darle. ¡Suerte de la abuela, realmente!, porque, sin ella, es posible que el destino de Elton John hubiera sido muy distinto.  La habilidad narrativa de Fletcher se manifiesta en muchas secuencias de la película que nos permiten «captar» en el acto la dimensión del músico, como cuando en su primer día en el conservatorio toca de memoria el fragmento de Chopin, creo recordar, que tocaba la profesora mientras él recorría la sala hasta el piano. Escenas así van perfilando la complejidad de un artista al que le cuesta tanto llegar al estrellato como descubrir, aceptar y vivir su homosexualidad, de lo que se deriva un buen cargamento de inseguridades con el que tendrá que convivir, a veces muy a su pesar. Elton John ha sido siempre un hombre «enmascarado» y ello se manifiesta hábilmente en la película cuando abandona el concierto programado en el Madison Square Garden y con el mismo disfraz de la actuación entra en la sala del hospital donde se interna para seguir una terapia que le alivie, sobre todo, la inmensa ansiedad que le provoca no solo el desconocimiento de sí mismo, sino la necesidad de «colocarse» no solo de modo compulsivo, sino, y sobre todo, autodestructivo, porque es difícil sobrellevar la carga de las máscaras que se van acumulando sobre el como un palimpsesto en el que unas capas borran las anteriores hasta desfigurarlo completamente. Cada vez que el hilo conductor de la historia vuelve a la terapia, recala en ella, John va deshaciéndose de alguna parte del disfraz con el que entró, pomposo, solemne, ridículo y multimillonario, sí, pero un hombre destrozado, desgraciado que se ha enajenado incluso el afecto de los incondicionales como el letrista Bernie Taupin, perfectamente encarnado por Jamie Bell -¡qué gran actor desde la ya lejana Billy Elliot, de Stephen Daldry!- , del mismo modo que Taron Egerton «compone» un retrato ajustadísimo, verosímil y muy convincente del astro del rock and roll. He tardado en decirlo y quizás debería haberme anticipado: no se trata de una película «espectacular», sino de un retrato íntimo de un hombre que ha sufrido mucho, porque quiso negar ciertas manifestaciones de su personalidad poco aceptadas socialmente en ciertas épocas de su vida y hoy, sin embargo, absolutamente asumidas por el mainstream. ¡Qué cara se le hubiera quedado al adolescente que reprimía su homosexualidad si le hubieran dicho en aquellos tiempos no solo que se iba a casar con otro hombre, sino que, además iba a ser padre por gestación subrogada! Al mismo tiempo, la carrera de Elton John -en la película me he enterado, y supongo que debe de ser cierto, pues el cantante avala la película, que el John se debe nada menos que a John Lennon…- no ha sido “fulgurante”, de la nada al estrellato, sino que tuvo ese recorrido paso a paso que contribuye a solidificar una trayectoria, a diferencia de quienes se encumbran de la noche a la mañana sin siquiera tener ni conocimientos musicales. De lo que no está exento Elton John, como ninguno de los dios del pop es de caer en la apoteosis de lo cursi pagado a precio de oro en forma de horteras mansiones y un ritmo y estilo de vida supuestamente «glamouroso», pero que esconde un vacío existencial aún más chocante; pero, en ese sentido, ha de repararse -y me ha extrañado tanto que por eso lo he llevado al título de la crítica- en que en la vida de Elton John los libros, la lectura, no parece haber jugado ningún papel especialmente relevante: mientras otros niños leen clásicos infantiles o juveniles con la linterna bajo las sábanas; Elton John leía partituras… Es muy de agradecer,  volviendo a la estructura de la película,  la dimensión de cine musical clásico con que Fletcher ha querido que asociemos la biografía de Elton John, y sus números musicales no defraudan en absoluto, sobre todo porque entran dentro de la lógica clásica en la que se pasaba del diálogo hablado a continuarlo cantando con una naturalidad pasmosa. Es probable que Fletcher hay tenido muy presente The Singing Detective, de Dennis Potter pero también los clásicos usamericanos del género. La variación cromática del primer número musical, desde el blanco y negro hasta el color ha de entenderse en ese sentido del homenaje a un género básico de la Historia del Cine. En fin, una estupenda película que, junto a Yesterday, de Danny Boyle, arrasará en los cines de verano de este tórrido 2019…

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