jueves, 29 de agosto de 2019

«The Riot Club», de Lone Scherfig, una película de total actualidad política.



Los «orígenes» distópicos de Boris Johnson: The Riot club o el aprendizaje de los cachorros pijos más deplorables del establishment británico. 

Título original: The Riot Club
Año: 2014
Duración: 106 min.
País: Reino Unido
Dirección: Lone Scherfig
Guion: Laura Wade (Obra: Laura Wade: Posh)
Música: Kasper Winding
Fotografía: Sebastian Blenkov
Reparto: Sam Claflin,  Max Irons,  Douglas Booth,  Holliday Grainger,  Natalie Dormer, Jessica Brown Findlay,  Tom Hollander,  Sam Reid,  Olly Alexander,  Tony Way, Ben Schnetzer,  Matthew Beard,  Xavier Atkins,  Freddie Fox, Amanda Fairbank-Hynes.

Cuando Johnson inició su carrera hacia la conquista del liderazgo del partido Tory en Gran Bretaña, colgué un gorjeo en Gorjeolandia en el que recomendaba ver esta película para acercarnos al background moral que nos permitiría, a su vez, entender cabalmente al personaje que quería acceder al deseado cargo de PM y alojarse en el famoso 10 de Downing Street. La reciente decisión de suspender la actividad del Parlamento en un país al que muchos consideramos la cuna del parlamentarismo y de la democracia me obliga a hacer una crítica de la película que, en su momento, aunque la aprecié, o no tuve tiempo o simplemente se me pasó.
Ahora, además, he descubierto que la «ficción», The Riot Club, la asociación de jóvenes sin escrúpulos que constituyen el equivalente de las fraternities usamericanas, fue, en su momento, una realidad, The Bullingdon Club, al que pertenecieron tres políticos actuales: Cameron, Osborne y Johnson, a los que el espectador con dotes *fisiognomistas (¿Para cuándo, RAE...?)  medianas puede reconocer en esta fotografía:
 
La realidad...

La ficción...
   
       Ignoro si la autora de la obra de teatro que toma esa locura juvenil como pretexto para levantar un ácido retrato de las clases «superiores» -que acaban convirtiéndose, realmente, en «supremacistas», semilla del espíritu totalitario- en su obra de teatro titulada Posh, pijos, se documentó a fondo sobre tal asociación o simplemente la escogió como motivo y, a partir de ahí, levantó su propia ficción. 
         La película no ha sido estrenada en España, ignoro por qué, aunque se ha visto una vez, con motivo de un galardón que recibió su directora, la danesa Lone  Scherfig, autora de una película fantástica y con mucho éxito en su momento: An Education, Una educación, que, tangencialmente, algo tiene que ver con la presente, siquiera sea solo por el deseo de la protagonista de ir a Oxford y labrarse una carrera a través del estudio, un deseo que ha de competir con la seducción de un hombre maduro que e cruza en su camino… Quizás los distribuidores caigan del guindo y adviertan, ahora, que la película puede tener un excelente recorrido comercial.
         Como todas las sociedades secretas, la del Riot Club tiene una historia que se remonta a siglos anteriores, por lo que la tradición, con sus reglas y sus duras exigencias para ingresar, ya obra sobre los tiempos modernos, que nada han de añadir a las vejaciones inventadas por su antepasados. La película sigue los pasos de dos estudiantes recién llegados a Oxford y de muy distinta condición y naturaleza, encarnados por dos actores jóvenes muy de moda: Sam Claflin y Max Irons, este último hijo de Jeremy Irons, con quien no guarda, curiosamente, ni el más mínimo rastro de parecido físico. Ambos, por su historial familiar y por una suerte de estúpida lealtad incluso en los peores momentos, acabarán convirtiéndose en miembros de un club cuyos objetivos perversos no buscan sino la humillación y la desgracia de los demás, incluidos los propios miembros si se atreven a discrepar del Club o a desertar de él: Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate, parece rezar el rótulo que anuncia la entrada al Club. Y así sucederá, porque la progresión de la película es un crescendo de tropelías y salvajadas que culminarán en lo que acaba convirtiéndose en una suerte de ceremonia ritual en la que la liberación total de los instintos tiene lugar. Escogen un reservado en un restaurante y allí la progresión salvaje hacia las vejaciones más extremas, destrucción incluida del local, a pesar de que el dueño tiene garantizado el cobro por todos los destrozos que pudieran producirse en él, nos sitúa ante unas secuencias rodadas con una intensidad que permiten a los espectadores ver con toda nitidez, ¡y horror!, la degradación de los valores humanos que nos han hecho una especie sociable, emprendedora y exitosa en la conquista del Planeta, aunque esta lleve aparejada, ¡ay!, también su destrucción.
         Está fuera de toda duda que la película es una película de tesis política: algunos cachorros de la gran burguesía aristocrática de Gran Bretaña constituyen una colección de fieras salvajes para quienes no existen los límites morales ni tampoco fronteras que su depravación se abstenga de traspasar, y ello a unido, además, a una situación social de influencia y privilegio que, hasta cierto punto, permite tales comportamiento bastante más que disruptivos. No desvelo mas del desarrollo de la historia por no chafarles a los espectadores algunos extremos de la trama que les sorprenderán. Lo importante, en todo caso, es que la directora ha dibujado con notable habilidad las personalidades individuales de cada miembro del grupo, aunque se centre, básicamente, en los dos recién llegados. Eso le permite construir un retrato complejo de esos jóvenes sin escrúpulos, y nos faculta a los espectadores para poder emitir nuestro propio juicio sobre las contradicciones a las que asistimos y sobre las barbaridades que hemos de contemplar. Nietzsche decía que una profesión es el espinazo de cualquier vida, pero mucho me temo que el aforismo no rige para ciertos miembros que, como vemos en el caso de Johnson, ni siquiera la necesitan para llegar a ciertos cargos políticos en los que tenerla no es un requisito sine qua non.
         Supongo que la película habrá llegado al circuito de DVD, pero quienes quieran pueden verla en Filmin, lo que justificaría la suscripción para ver muchas otras auténticas joyas que ese fondo inagotable de películas, clásicas y modernas, contiene. Y esta hay que verla, sí o sí.

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