Los «orígenes» distópicos de Boris Johnson: The Riot
club o el aprendizaje de los cachorros pijos más deplorables del establishment
británico.
Título original: The Riot Club
Año: 2014
Duración: 106 min.
País: Reino Unido
Dirección: Lone Scherfig
Guion: Laura Wade (Obra: Laura Wade: Posh)
Música: Kasper Winding
Fotografía: Sebastian Blenkov
Reparto: Sam Claflin, Max Irons,
Douglas Booth, Holliday
Grainger, Natalie Dormer, Jessica Brown
Findlay, Tom Hollander, Sam Reid,
Olly Alexander, Tony Way, Ben
Schnetzer, Matthew Beard, Xavier Atkins, Freddie Fox, Amanda Fairbank-Hynes.
Cuando
Johnson inició su carrera hacia la conquista del liderazgo del partido Tory en Gran
Bretaña, colgué un gorjeo en Gorjeolandia en el que recomendaba ver esta
película para acercarnos al background moral que nos permitiría, a su
vez, entender cabalmente al personaje que quería acceder al deseado cargo de PM
y alojarse en el famoso 10 de Downing Street. La reciente decisión de suspender
la actividad del Parlamento en un país al que muchos consideramos la cuna del
parlamentarismo y de la democracia me obliga a hacer una crítica de la película
que, en su momento, aunque la aprecié, o no tuve tiempo o simplemente se me
pasó.
Ahora,
además, he descubierto que la «ficción», The Riot Club, la asociación de
jóvenes sin escrúpulos que constituyen el equivalente de las fraternities
usamericanas, fue, en su momento, una realidad, The Bullingdon Club, al
que pertenecieron tres políticos actuales: Cameron, Osborne y Johnson, a los
que el espectador con dotes *fisiognomistas (¿Para cuándo, RAE...?) medianas puede reconocer en esta
fotografía:
La ficción... |
Ignoro si la autora de la
obra de teatro que toma esa locura juvenil como pretexto para levantar un ácido
retrato de las clases «superiores» -que acaban convirtiéndose, realmente, en «supremacistas»,
semilla del espíritu totalitario- en su obra de teatro titulada Posh,
pijos, se documentó a fondo sobre tal asociación o simplemente la escogió como
motivo y, a partir de ahí, levantó su propia ficción.
La película no ha sido estrenada en España, ignoro por qué,
aunque se ha visto una vez, con motivo de un galardón que recibió su directora,
la danesa Lone Scherfig, autora de una
película fantástica y con mucho éxito en su momento: An Education, Una
educación, que, tangencialmente, algo tiene que ver con la presente, siquiera
sea solo por el deseo de la protagonista de ir a Oxford y labrarse una carrera
a través del estudio, un deseo que ha de competir con la seducción de un hombre
maduro que e cruza en su camino… Quizás los distribuidores caigan del guindo y
adviertan, ahora, que la película puede tener un excelente recorrido comercial.
Como todas las sociedades secretas, la del Riot Club tiene
una historia que se remonta a siglos anteriores, por lo que la tradición, con
sus reglas y sus duras exigencias para ingresar, ya obra sobre los tiempos
modernos, que nada han de añadir a las vejaciones inventadas por su
antepasados. La película sigue los pasos de dos estudiantes recién llegados a
Oxford y de muy distinta condición y naturaleza, encarnados por dos actores jóvenes
muy de moda: Sam Claflin y Max Irons, este último hijo de Jeremy Irons, con
quien no guarda, curiosamente, ni el más mínimo rastro de parecido físico. Ambos,
por su historial familiar y por una suerte de estúpida lealtad incluso en los
peores momentos, acabarán convirtiéndose en miembros de un club cuyos objetivos
perversos no buscan sino la humillación y la desgracia de los demás, incluidos
los propios miembros si se atreven a discrepar del Club o a desertar de él: Lasciate
ogni speranza, voi ch'entrate, parece rezar el rótulo que anuncia la
entrada al Club. Y así sucederá, porque la progresión de la película es un
crescendo de tropelías y salvajadas que culminarán en lo que acaba convirtiéndose
en una suerte de ceremonia ritual en la que la liberación total de los
instintos tiene lugar. Escogen un reservado en un restaurante y allí la progresión
salvaje hacia las vejaciones más extremas, destrucción incluida del local, a
pesar de que el dueño tiene garantizado el cobro por todos los destrozos que
pudieran producirse en él, nos sitúa ante unas secuencias rodadas con una intensidad
que permiten a los espectadores ver con toda nitidez, ¡y horror!, la degradación
de los valores humanos que nos han hecho una especie sociable, emprendedora y
exitosa en la conquista del Planeta, aunque esta lleve aparejada, ¡ay!, también
su destrucción.
Está fuera de toda duda que la película es una película de
tesis política: algunos cachorros de la gran burguesía aristocrática de Gran
Bretaña constituyen una colección de fieras salvajes para quienes no existen
los límites morales ni tampoco fronteras que su depravación se abstenga de
traspasar, y ello a unido, además, a una situación social de influencia y
privilegio que, hasta cierto punto, permite tales comportamiento bastante más que
disruptivos. No desvelo mas del desarrollo de la historia por no chafarles a
los espectadores algunos extremos de la trama que les sorprenderán. Lo
importante, en todo caso, es que la directora ha dibujado con notable habilidad
las personalidades individuales de cada miembro del grupo, aunque se centre,
básicamente, en los dos recién llegados. Eso le permite construir un retrato
complejo de esos jóvenes sin escrúpulos, y nos faculta a los espectadores para
poder emitir nuestro propio juicio sobre las contradicciones a las que asistimos
y sobre las barbaridades que hemos de contemplar. Nietzsche decía que una
profesión es el espinazo de cualquier vida, pero mucho me temo que el
aforismo no rige para ciertos miembros que, como vemos en el caso de Johnson,
ni siquiera la necesitan para llegar a ciertos cargos políticos en los que
tenerla no es un requisito sine qua non.
Supongo que la película habrá llegado al circuito de DVD,
pero quienes quieran pueden verla en Filmin, lo que justificaría la suscripción
para ver muchas otras auténticas joyas que ese fondo inagotable de películas,
clásicas y modernas, contiene. Y esta hay que verla, sí o sí.
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