domingo, 23 de febrero de 2020

«Extraña ilusión», de Edgar G. Ulmer, un thriller onírico.



La mejor serie B de un director A: Extraña ilusión o entre la premonición de Hamlet y los recursos de Tintín…

Título original:  Strange Illusion
Año: 1945
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Edgar G. Ulmer
Guion: Adele Comandini (Historia: Fritz Rotter)
Música: Leo Erdody
Fotografía: Philip Tannura, Benjamin H. Kline, Eugen Schüfftan
Reparto: Jimmy Lydon, Warren William, Sally Eilers, Regis Toomey, Charles Arnt, George Reed, Jayne Hazard.

Arrancar una película con un sueño premonitorio, como ocurre en Extraña ilusión, da fe de la vigencia que tuvo el psicoanálisis en la sociedad usamericana y de cómo dichas teorías influyeron lo suyo en no pocas películas, algunas tan extraordinarias como Recuerda, de don  Alfredo, en colaboración con un surrealista como Dalí, quienes aparecieron en el mundo del arte como verdaderos abanderados de la revolución freudiana, devolviéndoles a los sueños el papel cardinal que han tenido siempre, Nabucodonosor…, en la Historia de la Humanidad.
Edgar G. Ulmer es autor de Detour, (El desvío), una auténtica joya rodada en una semana y con un presupuesto raquítico, 20.000$, lo que obligó a usar el coche del propio director, entre otros ahorros. Ann Savage, la soez femme fatale de la película marca un ante y un después en ese tipo de personajes, desde luego, y su sola actuación merece un visionado urgente de la película, que no defraudará a nadie aficionado al thriller psicológico. Para Extraña Ilusión se advierte el uso de un presupuesto algo mayor, pero tampoco tanto que permita «exhibiciones» de serie A. Ulmer plantea una trama basada en el Hamlet de Shakespeare que aquí tiene un protagonista, a mi entender, más cerca de Tintín, que del príncipe danés.
El protagonista, hijo de un juez muerto en un accidente, tiene intensas pesadillas que adquieren un sesgo premonitorio cuando, al volver a casa, descubre que su madre ha iniciado una relación con un hombre por quien el joven siente una instintiva aversión, la cual se intensifica cuando ve que le ha regalado un brazalete idéntico al que él ha visto en sus pesadillas. Lo cierto es que la película presenta un serio problema de casting, al elegir a un auténtico «villano» como Warren William, el primer Perry Mason, por cierto…, que parece llevar escrito en el rostro su condición. Tan es así, que la película no tarda en mostrárnoslo a las órdenes de un psiquiatra que quiere vengarse no solo del juez, sino de toda la familia, para lo cual escoge a un heredípeta reconocido a quien le exige que consume cuanto antes la boda con la viuda.
Tras un desvanecimiento del joven protagonista, al oír en labios de la nueva pareja de su madre las palabras que él ha oído en sus reiteradas pesadillas, el joven consigue convencer a su tío, médico de la familia, que esa boda inminente es el presagio de un mal cierto para todos. Como el psiquiatra, a quien el novio introduce en la familia, insiste en llevar al joven a su clínica para tratar de descubrir el origen de su frágil condición psíquica, este, de acuerdo con su tío, decide internarse, como «invitado», no como «paciente», de modo que pueda seguir investigando para ver si es capaz de descubrir algo de valor para desenmascarar al pretendiente de su madre.
La película, así pues, más allá del eco chespiriano, se va convirtiendo, poco a poco, en una película detectivesca en la que la sólida interpretación juvenil y desenfadada del hijo nos recuerda, como dije a principio, al intrépido Tintín, sin Milú. Verlo evolucionar por el recinto «blindado» del sanatorio, descubriendo implicaciones reveladoras, que no tarda en poner en conocimiento de su tío, quien, a su vez, se pone en contacto con el Fiscal para investigar tanto al heredípeta como al inesperado psiquiatra que ha aparecido en la trama, es recordar inmediatamente al joven detective de Hergé, atento a cualquier detalle que le permita llegar a conclusiones válidas. A ese respecto, es curioso el modo como descubre enseguida que el espejo de la habitación es un falso espejo que permite la visión desde una habitación contigua, gracias a la estrategia de colgar la chaqueta en él, impidiéndole al psiquiatra el seguimiento de sus pasos.
He de reconocer, sí, que, salvo algunos momentos en que la maldad pura insinúa la inminencia de su malvada aparición para acabar con los dos hermanos, la película discurre dentro de una lógica investigadora que va poco a poco atando cabos para llegar a las conclusiones que se le ofrecieron claramente al espectador a mitad de la película, tras la cruda entrevista de los dos delincuentes. El principal aliciente, así pues, es cómo el método de investigación va produciendo las evidencias que permitirán estrechar el cerco sobre los malvados. Mientras, a lo largo del metraje, no han sido pocas las escenas en las que, como la de la mirada lasciva del pretendiente a la hija en la piscina, han servido para ir construyendo el fondo oscuro del personaje ante, eso también hay que reconocerlo, la excesiva ingenuidad de la madre, que se deja arrastrar por la admiración de quien solo para ella es algo así como un perfecto caballero.
La película fluye con perfecta naturalidad y bien puede decirse que no hay escena que no esté al servicio de la trama. Ulmer rueda con elegancia la vida de una familia de clase alta y, aunque rodada básicamente en interiores, la inevitable persecución automovilística añade un dinamismo a la resolución de la trama que permite mantener la tensión hasta el último momento. Como no puede ser de otra manera, toda la película sirve para que, en el desenlace, un nuevo sueño inducido por el golpe que sufre el hijo, se resuelva la pesadilla en un sueño «dulce» y reparador.
Insisto, no es la octava maravilla del mundo, pero Edgar G. Ulmer es un cineasta con una expresión propia que se consolidó en colaboraciones en Alemania con Lang y Murnau, entre otros. La mala suerte de hacerle la corte a la mujer de un productor famoso acabó marginándolo del gran circuito de la serie A, pero desde la B filmó obras que, como Detour o Ruthless (Traición) le han granjeado un lugar de honor en la lista de directores imprescindibles.

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