jueves, 16 de diciembre de 2021

«Fuerte Apache», de John Ford y «La última aventura del general Custer», de Robert Siodmak.

 

Título original: Fort Apache

Año: 1948

Duración: 127 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion Frank S. Nugent. Historia: James Warner Bellah

Música: Richard Hageman

Fotografía: Archie Stout (B&W)

Reparto: Henry Fonda, John Wayne, Shirley Temple, Pedro Armendáriz, John Agar, George O'Brien, Anna Lee, Ward Bond, Victor McLaglen.

 



Título original: Custer of the West

Año: 1966

Duración: 146 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Robert Siodmak

Guion: Bernard Gordon, Julian Zimet

Música: Bernardo Segall

Fotografía: Cecilio Paniagua

Reparto: Robert Shaw, Mary Ure, Jeffrey Hunter, Ty Hardin, Robert Ryan, Lawrence Tierney, Kieron Moore, Marc Lawrence

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 Dos visiones muy distintas de un solo general: George Armstrong Custer, azote de indios y narcisista compulsivo y autoritario.  

  Hay un abismo entre el cine de Ford y el de Siodmak, aunque a este último se deban no pocas películas excelentes y rodadas con un pulso que en este caso desfalleció ligeramente, tales como El abrazo de la muerte, El temible burlón o Túnel 28. Estamos ante su penúltima película, rodada en España, y a la que bien podría calificársela de espagueti western, aunque solo sea por su aspecto formal y por unas interpretaciones que, salvo la del protagonista, Robert Shaw y un crepuscular, pero siempre magnífico, Robert Ryan, difícilmente están a la altura de los grandes secundarios de siempre del cine usamericano. La película peca de ambiciosa y, al mismo tiempo, de falta de presupuesto, como se aprecia en la declaración de Custer ante el Congreso, en el que, en plano fijo, el protagonista declara y solo se escuchan las reacciones fuera de campo de los congresistas, ante quienes denuncia la corrupción política y militar que impulsa la famosa «conquista el oeste», vulgo despojamiento de sus tierras a los indios con quienes se habían firmado los preceptivos tratados de paz que les garantizaban sus seculares territorios de caza y asentamiento. El general Custer, un hombre altivo, egomaníaco y cruel, que solo aspira a la gloria militar y a que se le rindan honores a toda costa, es enviado, al acabar la Guerra de Secesión y quedar sin destino, a la frontera con los indios, a quienes ha de controlar y no permitir que salgan de sus reservas, al tiempo que ha de proteger la instalación del ferrocarril que va a posibilitar esa conquista contra la que los indios se defienden guerreando con las armas que, con anterioridad, les fueron facilitadas por el ejército usamericano para mejorar sus condiciones de vida y de caza. La película es un honesto acercamiento biográfico a la figura de un racista y autoritario general para quien los indios son solamente un «enemigo» al que tarde o temprano han de acabar eliminando, porque el oro que buscan los mineros en esos territorios de sus reservas es excesivamente tentador como para no lanzarse en su búsqueda. Ello afecta no solo a los civiles, sino también a los militares, como el caso del soldado interpretado por Robert Ryan, quien deserta para buscar ese oro, si bien, una vez hallado, es forzado a devolverlo al río y es acusado de alta traición y mandado ejecutar por un general que no se atiene más que a las ordenanzas militares. La longitud de la película nos va a permitir ver una cierta evolución en el personaje, desde la crueldad ordenancista hasta la defensa romántica de un sentido de la guerra que las nuevas armas volverán obsoleta, tal y como descubre en Washington, cuando le es presentado una suerte de vagón acorazado capaz de repeler los ataques de los indios y de abatir, con ametralladoras un alto número de enemigos. Ese es el diálogo que Custer sostiene con Caballo Loco poco antes de enfrentarse a muerte y de perecer el general en el combate que sellaría su leyenda de gran jefe militar, si bien la causa inmediata de su derrota es la ambición desmesurada por ser el primero en entrar en batalla, «el segundo no es nadie», sin coordinarse con el resto de tropas que quisieron acabar con la amenaza india. En la película hay varias escenas de acción pura y dura muy bien filmada, aunque en parte anecdóticas: una es la toma endiablada de un carromato que retrocede, sin las caballerías, cuesta abajo, y que acaba despeñándose; otra es una repetición de la misma pero con un tren, que acaba despeñándose por un puente de madera que los indios han destrozado con fuego; la última es la huida del único superviviente de la patrulla que protegía a los leñadores que cortaban árboles para abastecer a los constructores del ferrocarril y que, para huir de los indios, se lanza al canal por el que viajaban los troncos desde el monte hasta el río y que se parece mucho a una competición de bobsleigh… Las secuencias son trepidantes y cortan la respiración, eso sí. Muy distintas, sin embargo, de las tomas de la batalla, desprovistas de cualquier épica, dada la abismal superioridad de las tropas indias frente al esfuerzo inútil de un puñado de hombres a quienes Custer ha conducido, por su ambición, al sacrificio inútil. No destacan, ciertamente, en el contexto de la película, y bien puede decirse que, a efectos cinematográficos, es mucho más interesante la secuencia de la obra de teatro musical en la que se caracteriza satíricamente al general, representación a la que asiste, conteniéndose para no interrumpir aquella burla sangrienta.

         Muy diferente de esta película menor de Siodmak es una obra tan acreditada como Fuerte Apache, que forma parte de la trilogía de la caballería de John Ford, junto con La legión invencible y Río Grande. A su manera, Fuerte Apache viene a ser, en parte,  una versión usamericana de otra película rodada por Ford en 1937, La mascota del regimiento, ambientada en India, con dos personajes que eran centrales en aquella y en esta asumen papeles menores: Shirley Temple, que pasa de niña a mujer, como diría el cantante… y Victor McLaglen, que acredita su innegable vis cómica, tan efectiva siempre para lograr escenas desternillantes en las que no suelen faltar las bromas con el alcohol, desde luego… Ford toma como pretexto la llegada a un fuerte, en la frontera con las reservas indias, de un Teniente Coronel represaliado, quien aspiraba a otros menesteres de mayor enjundia, a la altura de su rango. La historia asume dos perspectivas muy diferentes: de un lado, el trato con los indios; de otro, la vida cotidiana en el fuerte, y ahí entra Temple, quien se enamora de un joven oficial recién licenciado en West Point, que es hijo de un suboficial del fuerte. La doble condición del protagonista, máxima autoridad del Fuerte y padre de una hija casadera y romántica, un majestuoso Henry Fonda, en la cima de su arte interpretativo, permite seguir esa doble trama a lo largo de la película, y ¡ojo!, porque las relaciones «de clase» entre oficiales y suboficiales es un subtema candente en la película. Inolvidable la escena en la que el Sargento Mayor, padre del potencial «novio» de la hija a quien va a buscar a su casa de muy malas maneras, lo cuadra diciéndole que en el Fuerte mandará él, pero que en su casa no tiene autoridad ninguna, razón por la que el mando ha de salir disculpándose y con el rabo entre las piernas.

         Aunque con nombre ficticio Owen Thursday, cualquier espectador conocedor de esa página gloriosa de los nativos americanos que fue Big Little Horn, puede reconocer enseguida al General Custer bajo ese disfraz de Teniente Coronel, si bien prescindiendo de buena parte de la historia real de éste, su denuncia de los políticos, y especialmente del hermano del Presidente Ulysses S. Grant. Es magnífica la interpretación de un mando tan racista y despiadado, incapaz de reconocer, como sí lo hace el capitán bajo su mando, Kirby York, interpretado por John Wayne, un auténtico fetiche de Ford, quien aboga por mantener la palabra dada a los indios y respetarla, dada su condición de moradores primigenios de esos territorios. Nada parece valer, sin embargo, frente a la sed de notoriedad del Teniente Coronel, ambicioso y necesitado de algún triunfo que lo «devuelva» a la civilización del Este y lo aleje de esos territorios salvajes.

         Ford es mucho Ford, y está claro que su realización, en ese microcosmos del fuerte, deja satisfechos a todos los espectadores, porque su don innato para la comedia permite casar a la perfección esas tres líneas narrativas: la comedia de costumbres, la historia de amor entre los dos jóvenes y la compleja relación con los nativos que acaban defendiendo con las armas su derecho territorial. No hace Ford mucho alarde de planos espectaculares o movimientos de cámara que le dejen a uno maravillado, pero mezcla con mucho acierto las secuencias de acción, como la persecución del carromato, al más puro estilo de La diligencia, y las secuencias costumbristas, como el cumplimiento literal del abstemio Teniente Coronel que manda a los «padrinos» del joven oficial que acaben con un cargamento de güisqui que, junto con rifles y otros víveres, vendía un supuesto comisionado del gobierno a los indios, y a ello se afanan cada uno taza en mano para dar buena cuenta de los dos barriles, ¡hasta la última gota! La sorprendente naturalidad de los relatos de Ford consigue un efecto de realidad tan acusado que siempre tiene el espectador de sus películas la sensación de que el director acaba de entrar con sus cámaras en el transcurso de unas vidas que van a continuar su existencia una vez que él se haya ido…  Extraordinario! Hacía mucho que no volvía a ver Fuerte Apache, pero he de reconocer que, con cada nueva visión de sus películas, siempre se descubren nuevas perspectivas que ponen en muy serios aprietos a sus canónicas «mejores películas», las cuales nunca pueden estar lo suficientemente confiadas en la seguridad de su puesto en el escalafón de méritos. Véanla y díganme si exagero…

        

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