Año: 1933
Duración: 66 min.
País: Reino Unido
Dirección: Bernard Vorhaus
Guion: H. Fowler Mear. Relato: J. Jefferson Farjeon
Música: Percival Mackey
Fotografía: Ernest Palmer
(B&W)
Reparto: Henry Kendall, Ida Lupino, John Mills, Victor Stanley, George
Merritt, Felix Aylmer, Davina Craig, Fred Groves.
Título original: Hard, Fast and Beautiful
Año: 1951
Duración: 78 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Ida Lupino
Guion: Martha Wilkerson.
Novela: John R. Tunis
Música: Roy Webb
Fotografía: Archie Stout
(B&W)
Reparto: Claire Trevor, Sally Forrest, Carleton G. Young, Robert Clarke,
Kenneth Patterson, Marcella Cisney, Joseph Kearns, Robert Ryan, Ida Lupino.
Ida Lupino ante la cámara y detrás de ella: un homenaje al Hitchcock inglés y un actualísimo melodrama ambientado en el mundo del tenis…
Que con 15 años The Ghost
Camera fuera la cuarta película de Ida Lupino me parece un caso de
precocidad fuera de lo común, no tratándose, por supuesto, de una «niña
prodigio», y más sorprendente es, sin duda, que, con esa edad, interpretara a
una joven cuya presencia corporal la sitúa sobre la veintena cumplida. En
cualquier caso, su papel en esta película es ciertamente circunstancial, casi
de acompañamiento, aunque tiene algunas escenas, como la del hotel, con la
confusión de si son marido y mujer o no que recuerda alguna película de la
etapa inglesa de Hitchcock, aunque toda la película, como sugiero en el título,
parece un homenaje al gran maestro. De hecho, el protagonista, Henry Kendall,
actuó en Rich and Strange, de don Alfred.
Esta película,
de tan escasa duración, para lo que hoy estamos acostumbrados, formaba parte
del cupo de lo que se llamó Quota quickies, películas producidas con
ayuda del Gobierno del Reino para estimular la industria cinematográfica tras la Primera Guerra Mundial. Al
margen de la presencia de Ida Lupino, al espectador atento le llama la atención
un detalle técnico muy significativo: el montador de esta película es nada menos
que David Lean, el gran maestro británico, lo que significa que estamos, junto
con la dirección de Bernard Vorhaus (Bury me dead y The Amazing Mr. X,
criticadas en este Ojo), ante una película que se aparta de la
mediocridad general del cine de encargo para ofrecernos una auténtica obra de
arte, por más que pueda ser considerada, por la producción, el reparto, etc.,
como de excelente serie B.
Que Henry
Kendall, con un sólido prestigio teatral, sea quien lleve la voz cantante de la
representación tiene su lado bueno y su lado malo. Por un lado, en su papel de
científico despistado, pero extremadamente lógico para seguir una investigación,
está estupendo; por otro, como candidato a galán de la joven Lupino, resulta
cargante, y muy próximo al personaje ultratímido de Harold Lloyd. Ambos, sin
embargo, se compenetran lo suficiente como para resultar atractivos para el
espectador. La historia, un thriller de argumento bien trabado, aunque rodado
al galope, y de ahí que los personajes queden algo esquematizados desde el
principio, consigue mantener el interés sobre la culpabilidad o no del comodón
hermano de la protagonista, un John
Mills jovencísimo, en su tercera película, quien, por accidente, es
testigo de un asesinato del que posteriormente será inculpado. De camino a su
casa, a un químico, excapitán del Ejército, le cae una cámara en la parte del
maletero. Cuando se la descubre su ayudante, el capitán revela los negativos y
descubre que en uno de ellos se ha fotografiado a un hombre apuñalando a otro,
a una mujer en la puerta de su casa y un paisaje en el campo, con unas ruinas
incluidas. Con tan poca información, excepto la dirección de la casa donde se
fotografió a la mujer, el capitán decide iniciar la investigación de dónde
pueden haber sido tomadas las fotos y por quién. En esa inquisición lo acompaña
la hermana de un sospechoso de quien el capitán ni siquiera sospecha. De forma
paralela, el asesino le sigue los pasos a la cámara y está al acecho permanentemente
para recuperar esa foto que lo ha sorprendido mientras asesinaba al poseedor de
un diamante robado que acaba en manos del hermano de la protagonista. El tono
cómico de científico algo tímido y solo aparentemente chiflado del protagonista
le da a la trama un aire de thriller cómico que solo parcialmente se
corresponde con el fondo del asunto.
Lo cierto es
que la realización de Vorhaus es no solo estupenda, sino, en algunos momentos
muy innovadora. No ya por un conato de cámara subjetiva que no dura mucho,
sino por ciertos detalles, como el de las manos que están haciendo la cama en
un primer plano muy significativo, después del cual viene la cámara subjetiva
para buscar, las manos anteriores, los
zapatos del hermano en la cómoda o los planos y contraplanos del diálogo
entre el juez y el acusado, que se van acercando al rostro del juez hasta
llegar al primerísimo que, literalmente, se come la pantalla, con el efecto
dramático pertinente de dejar al acusado sin salida. Ingenioso es, también, el
modo como el dibujante en el juicio representa al acusado tras lo que parece una ventana y
que, oído el veredicto del jurado, convierte, con trazos verticales y
horizontales en una cárcel. Así mismo, el encadenado de los golpes del prisionero
en su celda con los del químico en su estudio o que la cámara pase de las espaldas
del prisionero, que recorre desesperado su celda, a las del protagonista, que
recorre igualmente ansioso por hallar un remedio para el hermano de su «ya»
enamorada, nos hablan bien a las claras de una voluntad de estilo que
contribuye poderosamente a convertir la película en una obra muy estimable y de
gozosa contemplación. El resto lo dejo para el disfrute de la audiencia. Sería injusto,
no obstante, que no hiciera mención de la magnífica banda sonora de la película, de Percival Mackey, porque consigue acompañar algunas secuencias con una exquisita sensibilidad
para el misterio, para el suspense.
Dieciocho años
después de esa película, Ida Lupino había encontrado un camino como directora,
una de las primeras en la industria, que se confirmó en esta Hard, fast and
Beautiful, con la protagonista de su anterior película, Sally Forrest,
quien protagonizó, bajo su dirección, una película sobre los embarazados no
deseados, Not Wanted, muy atrevida para su época. En esta ocasión, Lupino
no se aparta de los dramas sociales, pero escoge un tema que tiene, quizás, más
actualidad hoy que en aquellos primeros tiempos de la proyección de la mujer en
el deporte de competición. La protagonista de la cinta es una joven promesa del
tenis que es vista por un cazatalentos, quien convence a la madre, muy
ambiciosa y despegada de su marido, para trabajar juntos, como un equipo, de
modo que lleven a la joven tenista a la gloria de la fama y los subsiguientes
contratos. La joven enseguida queda deslumbrada por esa posibilidad de escalar
a lo más alto, y a ello sacrificará, incluso, su noviazgo con un joven sin
oficio ni beneficio. Aunque la protagonista es la tenista, quien acaba
adquiriendo el mayor protagonismo de la película es la madre calculadora, egoísta
y amante de la buena vida, quien, en compañía del cazatalentos, por quien se
deja seducir, no tienen otro objetivo en la vida que explotar al máximo las
condiciones tenísticas de la hija para medrar y salir de un matrimonio
desangelado, triste y sin expectativa ninguna de llevar la vida de lujo a que
ella aspira. ¿Quién no conoce hoy a algún padre o madre que crea ver en alguno
de sus hijos con cierta aptitud para el deporte, sea el tenis, sea el fútbol,
sea el baloncesto, un seguro para asegurarse la vida y convertirse en los
representantes de una fábrica de hacer dinero…? Pero esa utilización descarada
de la juventud inexperta que confía ciegamente en la sana bondad de sus
progenitores y que es incapaz de sospechar que en ellos se alberguen otras
intenciones menos puras, ¡y aun malvadas!, acaba quedando en evidencia cuando,
en el caso de esta película, la pareja de explotadores pretende «comprar» al
novio para unirlo a la sociedad explotadora del final de las habilidades tenísticas
de la joven. No sigo, porque aunque todos podemos intuir un final a ese juego realmente
sucio e inmoral, el espectador hará bien en acomodarse en la butaca y seguir
las peripecias de esa joven inocente y amante de su deporte. Las tomas de los
campeonatos recuerdan el comienzo de Extraños en un tren, de Hitchcock,
pero, para los aficionados, lo que les sorprenderá es la «blandura» de los
golpes y la escasa estrategia que se aprecia, a años luz del tenis moderno de
las mujeres, tan agresivo, y en nada disímil del masculino. En uno de los
torneos, conseguido el triunfo, hay un cameo de la directora en compañía de
Robert Ryan, hacia el minuto 33 del metraje, que no les pasará desapercibido a
los cinéfilos. Lupino aprendió a la perfección el oficio tras una vida tan
larga en la primera fila de la industria, y eso le bastó para construir
historias tan espléndidas como la de esta película. Hay escenas memorables, aunque no quiero arruinar ninguna sorpresa a cuantos se acercarán a ella,
¡espero!, alentados por esta crítica entusiasta.
Bueno, pues he ahí
un programa doble con Ida Lupino que no decepcionará a sus muchos admiradores,
quiero creer.
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