Después de Trump, del asalto al Capitolio, después de los propios informativos sobre la vacuidad, banalidad y superficialidad de nuestra época, ¿McKay pretende sorprendernos?
Título original: Don't Look Up
Año: 2021
Duración: 138 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Adam McKay
Guion: Adam McKay. Historia:
Adam McKay, David Sirota
Música: Nicholas Britell
Fotografía: Linus Sandgren
Reparto:Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill,
Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana
Grande, Kid Cudi, Cate Blanchett, Tomer Sisley, Himesh Patel, Melanie Lynskey,
Michael Chiklis, Paul Guilfoyle, Robert Joy, Meghan Leathers, Hettienne Park,
Ross Partridge, Dee Nelson.
¡Tiempos aquellos en los que ¿Teléfono
rojo? Volamos hacia Moscú, una desmadrada comedia antimilitarista, la firmaba
nada menos que Stanley Kubrick! Hace poco tuve la ocasión de criticar Velvet
Buzzsaw, de Dan Gilroy, que, con un planteamiento desmitificador semejante
al de Don’t Look Up, pero acotado al microcosmos de los circuitos de
arte, consigue un resultado más que aceptable. He de reconocer, lo digo para
quienes quieran abandonar la lectura de esta crítica ahora mismo, que no he
logrado «conectar» con la película en ningún momento, ni siquiera por el lado
del esperpento sin estilo ni gracia con que pretende devolvernos, en triste
espejo, lo que estamos hartos de ver y de denigrar cada día, ¡pero si parece
una película hecha para extraterrestres que lo ignoraran todo de nosotros!, de
ahí que cada vuelta de tuerca del argumento aumentara el aburrimiento
bostezante con que seguíamos, mi Conjunta y yo, la inverosímil —a medio y largo plazo, según
la «defendida» ciencia en la trama— amenaza del asteroide que acabe con
nosotros como acabó con los dinosaurios.
No me desagrada,
antes al contrario, la screwball comedy, con títulos tan extraordinarios
como La fiera de mi niña, por ejemplo, pero, a diferencia de su
excelente El vicio del poder, Adam
McKay se ha dejado llevar en esta película por el más burdo histrionismo y ha conseguido
lo peor que le puede ocurrir a un director: aburrir. De hecho, la dimensión
grotesca con que refleja la realidad usamericana, que es el pan nuestro de cada
día incluso en los reportajes de los telediarios, con esa crítica superficial a
la superficialidad de los medios y la caricatura del poder, con una trump mujer
en manos de un gurú-casandra, en desconcertante remedo de Gates, que tropieza
constantemente en lo más burdo e inimaginativo: el chafarrinón. Si uno
recuerda Network, de Sidney Lumet, por ejemplo, advertirá enseguida lo
que significa la “crítica demoledora de los media”, en comparación con este
documental en el que nos sumerge McKay, porque en toda esa exageración, la petición
de mano mediática incluida, hay más de «documento» que propiamente de sátira.
Digamos que McKay ha optado por el brochazo frente al pincel de un solo pelo, y,
en este sentido, la elección es simple: o le llega a uno ese humor zafio o le deja
indiferente. Soy de los segundos. Hace relativamente poco, una película muy
subida de revoluciones, The Laundromat, de Steven Soderbergh, nos
regalaba una actuación memorable de Meryl Streep, y toda la película, en realidad,
optaba por la vía desmadrada de la sátira perfectamente orquestada, con un guion
excelente, una realización medida y unas interpretaciones admirables, ¡incluso
de Antonio banderas, que ya es decir! Sí, sí, ya sé que las comparaciones son
odiosas, pero para quienes no pueden justificar sus decisiones en uno u otro
sentido. Con todo, este renuevo de la vieja fábula del lobo no tardará en ser
tan olvidado como ahora algunos se empeñan en celebrarlo, por lo que tiene de
reflejo de nuestros días, sin reparar en que una película, y más si es de
humor, no puede fiarse al histerismo de las personas en algunas secuencias, a
penosas escenas como la de la irrupción de la legítima en el idilio mediático del
profesor o la bobaliconería del parque jurásico donde se posan las naves de los
ricos supervivientes…; sino que requiere una seria planificación de los gags y
un progreso hacia un final que, como ocurre en este caso coincide con una película
en las antípodas de la presente: Melancholia, de Lars von Trier, una
verdadera obra de arte, ya digo.
No acabo de
entender que una sucesión de trivialidades elevada a un plano, a un chato esperpento
sin gracia ninguna pueda arrancar la sonrisa de nadie, pero reconozco que el
sentido del humor es algo tan personal que todo estaría justificado. De hecho,
ayer mismo leí que el programa más visto de televisión hace pocos días fue una película
de Paco Martínez Soria. Pues ya está, que diría el otro. Ahora bien, apelo a
los orígenes y tradición de la comedia usamericana para censurar la mediocridad
de la presente. Es muy probable, ya digo, que, desde el punto de vista del
documental que adopta la película, muchas cosas no nos sorprendieran el día de
ese hipotético final de nuestro mundo, pero se ha de reconocer que la realidad
tiene también otra cara lo suficientemente seria como para que toda esa
superficialidad pueda continuar existiendo ¡y desesperándonos a los idealistas
ilusos!
Reconozco los
esfuerzos del plantel de actores por transmitir con pasión el absurdo de lo
verosímil, pero no me parece que ninguno de ellos esté realmente a la altura de
ellos mismos, excepto la plana Lawrence, que sí que lo está porque no da más de
sí, y otro tanto cabe decir del torpe cameo del tal Chalamet. Ello suele
suceder cuando, como ocurre en las películas de Almodóvar, actores y actrices
no saben exactamente cuál es el fundamento real de la supuesta historia —¡caso
de haberla…!— que se está contando. Aquí pasa algo parecido. Todo funciona por
acumulación, pero con excesiva falta de sentido; nada admite un enfoque que
permita a los espectadores «meterse» en la historia: somos, siempre, meros espectadores
de una peripecia absurda y enloquecida a la que cuesta, por esa distancia nada
brechtiana, asentir. Tanto es así que, al final, mi menda veyenda acaba
disintiendo y desentendiéndose de las supuestas «gracias» que no le ve ni por
el forro, a la película. En fin, seguro que McKay no deja de darle vueltas al
porqué de su fracaso estético, pero alguna enseñanza sacará, seguro, porque El
vicio del poder permite albergar esperanzas en su cine.
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