miércoles, 11 de mayo de 2022

«Drive my car», de Ryûsuke Hamaghuchi, Oscar 2021 a la mejor película extranjera.

El arte, la pasión, la fidelidad y «los otros» como misterio…

 

Título original: Doraibu mai kâ

Año: 2021

Duración: 179 min.

País: Japón

Dirección: Ryûsuke Hamaguchi

Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Historia: Haruki Murakami

Música: Eiko Ishibashi

Fotografía: Hidetoshi Shinomiya

Reparto: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Sonia Yuan, Satoko Abe, Masaki Okada, Perry Dizon, Ahn Hwitae.

 

         Al parecer, no hay película de Hamaghuchi que baje de las tres o cuatro horas, lo cual permite acercarnos claramente al modo lento como enfoca su contemplación de los personajes como una suerte de observación científica que no pierde detalle de sus movimientos y sus reacciones psicológicas, tan interiores que, a menudo, cuesta incluso distinguir cuál es su naturaleza, aunque ello forma parte de las «sorpresas» narrativas que nos depara la historia. Me parece obvio que la película reúne cualidades intrínsecas para haberse hecho con el preciado galardón a una película exterior a las fronteras delimitadas por el cine usamericano, pero no acabo de entender las razones del mismo, excepto que los académicos que la han votado no hayan sido capaces de verla en su integridad. Y la película lo merece, por supuesto.

         La presencia de un coche de importación en Japón, con carácter casi de personaje, habida cuenta de su presencia constante en pantalla, un Saab 900 Turbo, de llamativo color rojo, no deja, imagino, de ser una provocación no menor en su país, y una singularidad fuera de él. El protagonista, un reconocido actor y director de teatro, lo conduce con mimo y frecuencia en un espacio urbano que atraviesa con una morosidad propia de quien ha encontrado un sabio ritmo de vida. Está casado con una guionista de películas de televisión a quien, tras una salida en viaje de trabajo, y después de haber vuelto por una equivocación de agenda, sorprende en su casa con otro hombre. Inadvertido, contempla brevemente la escena antes de desaparecer con el respeto del sigilo. Tras ello, tiene un leve accidente de coche a resultas del cual se le detecta un glaucoma en el ojo que no le impide conducir, excepto que empeoren los síntomas.

         La película se ha abierto con una relación marital en la que los esposos comparten un sueño recurrente de ella, y lo hacen de un modo casi ritual, como si hubiera un significado oculto que solo le fuera dado desentrañarlo desde el trabajo, porque la escena del acecho sexual a la vida de un joven desconocido en la que la soñadora irrumpe forma parte de sus propias ficciones televisivas. Cuando, en su camerino, durante la representación de Tío Vania, su mujer va a visitarlo en compañía de un joven actor de sus producciones, admite las adulaciones de este, pero sospecha enseguida que está ante una de las conquistas de su mujer, y, aunque visto de espaldas en el sofá donde la había sorprendido, lo identificará con él, la sospecha actuará como uno de los motores de la narración.

         El accidente de él los acerca y la asistencia de ambos al funeral de su hija, fallecida muchos años antes, permite explicar el poso de infelicidad que subyace en los comportamientos de ambos esposos, al margen de la desilusión propia de él por los adulterios de su mujer.

         En buena medida, y dado el recurso que usa el autor en el coche, repasar el papel de Vania en una grabación hecha por su mujer con las voces de los otros personajes, algo que hace mientras conduce, la película superpone la historia del protagonista y la del personaje, por lo que asistimos a una reelaboración de la obra de Chéjov.Todo lo anterior es algo así como el largo prólogo a la película, porque jamás había visto yo que a los 46 minutos de haber comenzado apareciesen los títulos de crédito.

         Llamado para dirigir esa misma obra en un proyecto plurilingüístico en una provincia japonesa, el actor-director acepta tras descubrir, al volver a casa después de haber sorprendido a su mujer, que esta se ha suicidado, o eso es al menos lo que los espectadores deducimos por lo que vemos en pantalla. Más tarde sabremos que ha muerto por un fallo cardíaco.

Lo importante es, desde ese momento en adelante, la «construcción» de la obra, que incluye una actriz sordomuda y diferentes lenguas por parte de los actores y actrices, un proyecto innovador en el que la organización le tiene reservada una «sorpresa» al director: es política de la producción poner un chófer a disposición el director para evitar que un accidente inesperado ponga en peligro la producción y el estreno de la obra. Durante no poco tiempo asistiremos a los preliminares de la producción, que incluye un casting al que se presenta el joven que su mujer le presentó en el camerino al principio de la película y de quien él sospecha que es el amante que descubrió al volver a su casa. La mirada del director, focalizada en ese joven actor arrogante, violento y excelente, forma parte importante del desarrollo de la trama, y el acercamiento entre ambos y sus confidencias parecen formar parte de un plan perverso por parte del director.

Teniendo en cuenta la relación estrecha y emocional que tiene el director con su coche, al que lleva conduciendo quince años sin que haya tenido ninguna avería —¡la tradicional fiabilidad de esos coches suecos!—, la imposición de una jovencísima conductora que no parece merecerle excesiva confianza supone una deriva de la trama que, no siendo en apariencia importante, acaba revelándose trascendental, porque el título no engaña: Drive my car viene a significar, exactamente, toma las riendas de mi vida, o algo parecido. La joven, con una historia familiar terrible, va oyendo la grabación de la esposa del director y las respuestas de este, lo que van conformando una suerte de autobiografía del actor. Es importante ese refrescamiento del papel para el desenlace de la aventura teatral en la que se ve inmerso, la cual se complica por parte del joven y prometedor actor, excesivamente temperamental. De algún modo, el lento progreso de la trama se debe a la pluralidad de historias que se acaban contando, todas ellas alrededor de la tragedia personal del director, quien acaba asumiendo, en parte, el carácter pusilánime y dubitativo de Vania.

La película, más allá de la morosidad del ritmo narrativo, está llena de emoción, de amor al teatro y de un sorprendente trazado de  los sinuosos caminos por los que discurre, a menudo, la esperanza de felicidad de los seres humanos.

 

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