La encomiable exaltación de la bondad frente a la degradación moral.
Título original: A Patch of Blue
Año: 1965
Duración:105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Guy Green
Guion: Guy Green. Novela:
Elizabeth Kata
Reparto: Elizabeth Hartman; Sidney Poitier; Shelley Winters; Wallace
Ford; Ivan Dixon; Elisabeth Fraser; John Qualen; Kelly Flynn; Debi Storm; Renata
Vanni; Saverio LoMedico.
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Robert Burks
(B&W).
Hacía tiempo
que quería ver, con calma, esta película de Guy Green, de quien ya he criticado
cuatro excelentes obras en este Ojo, lo cual es indicativo de que no estamos en
presencia de un autor menor, sino de un director «discreto», pero muy
apreciable y digno de mayor reconocimiento. Green ejerció también como director
de fotografía, y se recuerdan, sobre todo, sus trabajos para David Lean, un
autor minucioso, exigente y exquisito.
Un retazo
de azul puede inscribirse en el cine social que cultivo Green, en el que filmó
obras como Amargo silencio, con Richard Attenborough y Pier Angeli. En
este caso, a la terrible opresión social que vive la protagonista una joven de
veintidós años a quien la madre ha dejado ciega accidentalmente, y quien fue
violada por un cliente de la madre, que ejerce la prostitución, se suma la
complejidad de las relaciones interraciales en la Usamérica de mediados de los
60, en pleno auge de la lucha por los derechos civiles plenos de los negros,
cuando algo paree que comienza a cambiar en el seno de la sociedad usamericana.
Recordemos que dos años después de esta película, en la que destaca poderosamente
el papel de Sidney Poitier, Stanley Kramer dirigirá, con el mismo actor, uno de los grandes éxitos del cine que aborda
el tema interracial: Adivina quién viene esta noche.
Si hay
destinos adversos para una criatura, ninguno tan terrible como el de haber
nacido de una madre prostituta, soez y tiránica, y convivir con un abuelo
alcohólico con quien la hija vive en pelea continua, aunque el hombre guarde
algún resto e ternura para con la nieta. Wallace Ford, actor fordiano, se
despedía del cine con esta actuación memorable, mientras que Elizabeth Hartman
se iniciaba y se convertía, en aquel año, en ser la nominada más joven al Oscar
a la mejor interpretación, que no ganó, pero sí Shelly Winters, en el papel de
su madre, como mejor actriz de reparto. La situación familiar es tan tremenda,
por injusta, que por ello he hablado en el título de «neorrealismo» tardío. Una
habitación para tres, con cocina y baño casi portátiles. La joven ciega
obligada a servir a su madre y a su abuelo, en una ingratísima labor de cenicienta
que, al margen de haber sido violada por un cliente de la madre, jamás ha ido a
la escuela y nunca sale de casa. Finalmente, el abuelo accede a dejarla en el
parque cercano al domicilio, bajo un gran árbol para que se dedique a su «trabajo»,
porque, además de criada en el miniapartamento, ha de ensartar cuentas para
collares de bisutería de un comerciante que accede, también a llevarla al
parque. El contacto con la naturaleza tiene tales efectos sobre la joven que no
ha de extrañarnos que sueñe que ve y puede recorrerlo y disfrutar del entorno.
En ese escenario acaba entrando en contacto con un joven negro que pasa por el
parque y a quien le llama la atención la joven, más aún cuando se percata de
que es ciega y de que no paree que sea muy bien cómo valerse. Por esa bondad a
la que aludía en el título, el joven, que identifica enseguida la radical
soledad de la joven y su fresca rapidez intelectual sin educar, frecuenta a la
joven y establece un contacto de auténtica amistad desde el punto de vista de
la joven, y, al principio, de generosidad y compasión por su parte, si bien a
medida que va conociendo la verdadera realidad de la joven y emergen unos
sentimientos confusos en él, dada la diferencia del color de su piel, la
situación se complica por ambas partes, por la de ella, sujeta a un trato
violento por parte de su madre, y por la de él, porque su hermano descubre que
ha llevado una mujer blanca a la casa que ambos comparten. Los diálogos en
ambos casos, de franca crudeza, permiten comprender, por un lado, la brutal
explotación de los inocentes —la madre quiere irse con una amiga a otro
apartamento, abandonando a su padre, para explotar sexualmente a su hija— y,
por otro, la tensión que generan dos formas
de entender el racismo y la política, encarnadas por cada uno de os
hermanos.
La película
progresa de modo que la joven, angustiada, es capaz de salir sola a la calle para
ir al parque donde espera encontrarse con su «amigo». El trayecto de ella a través
de esas pocas calles supone una inmersión tremenda en la ceguera sin recursos,
y nos genera una angustia increíble, por la excelente actuación de Hartman.
¡Ninguna crueldad mayor de la madre que la de no llevar a la hija a una escuela
para ciegos para que pueda valerse por sí misma! Se suceden las escenas que
acentúan el dramatismo de la situación de la protagonista, como cuando le cae
una tormenta de noche y su abuelo no ha pasado aún a recogerla, porque se
demora siempre en los bares… ¡Suerte de que al protagonista se le pasa por la
cabeza que ella puede estar allí sin que nadie haya ido a buscarla, como en
realidad sucede! Todo francamente emotivo, lo confieso, pero en ningún momento
la película incurre en lo edulcorado ni en el sentimentalismo. Es sobrecogedora
la escena en la que ella le confiesa que quiere que le haga el amor; él se ríe,
porque cree que usa palabras cuyo referente no conoce, y acaba sabiendo lo de
la violación… Y no menos emocionante es cuando, no sabiendo él como decirle que
es negro, ella le reconoce el rostro y le dice que es hermoso, y que ya sabe
que es negro, porque se le han reprochado la madre y la amiga, las mismas que
quieren «secuestrarla», llevársela con ellas para tan perversos fines.
He leído algunas
críticas en la que se habla de final anticlimático, cuando, en realidad,
podríamos hablar de un final hiperrealista y muy convincente. Lo dejo al
parecer de los muchos espectadores que espero tenga esta bellísima película,
con un blanco y negro que consigue planos espectaculares, como todos los del
parque. Por cierto, algunos críticos acusan cierta inverosimilitud cuando el
protagonista ampara a la joven y la aparta de la madre ante la indiferencia de
los transeúntes, alegando que sería imposible, en la realidad, esa indiferencia
ante la visión de un negro llevándose una mujer blanca contra la voluntad de la
madre, pero me parece que Green ha querido expresar en esa secuencia lo mucho, y
para bien, que estaba cambiando la sociedad usamericana.
No se la pierdan.
Consagró a Sidney Poitier, pero no impidió que Hartman tuviera un triste final,
al suicidarse tras haber sufrido durante muchos años una depresión crónica. Curiosamente,
lo mismo le pasó a otra actriz, Pier Angeli, con la que trabajó en Amargo
silencio.