miércoles, 6 de junio de 2018

“Sierra maldita”, de Antonio del Amo, entre la leyenda, la antropología y el drama.



El poder de la leyenda que hunde sus raíces en el paisaje: Sierra maldita o el desafío a la superstición en un marco natural  de inaudita belleza.

Título original: Sierra maldita
Año: 1954
Duración: 95 min.
País: España
Dirección: Antonio del Amo
Guion: José Luis Dibildos
Música: Jesús Romo
Fotografía: Eloy Mella, Sebastián Perera (B&W)
Reparto: Rubén Rojo,  Lina Rosales,  José Guardiola,  José Sepúlveda,  Manuel Zarzo, Miguel Gómez,  José Latorre,  Vicente Ávila.

Rodada en una Mojácar en ruinas de 1953, que representaba la de 1929, Sierra maldita es un maravilloso ejemplo de cine casi antropológico, a fuerza de ir, en la narración dramática, a las raíces populares de la superstición. Esas ruinas, así como el bosque donde talan las encinas para hacer carbón vegetal, junto a un farallón maldito en cuyas cuevas laberínticas nació la maldición de las mujeres yermas del pueblo adonde nunca suben los hombres para buscar cónyuge, a causa de la maldición. Entre el pueblo de arriba y el pueblo del valle hay, pues, una relación compleja, tirante y que todos asumen, cada uno en su lugar, asignado por la leyenda, sin atreverse a impugnarlos. Una pareja, sin embargo, Juan y Cruz, desafiando su entorno, sobre todo Juan, que es el hombre que sube a casarse con una “maldita”, van a protagonizar una historia de amor y de valentía que ha de sufrir los celos vengativos del enamorado que Cruz jamás ha considerado como tal y que quiere vengarse de quien le ha robado lo que, a juicio del celoso, estaba escrito que había de ser para él. Mientras que Rubén Rojo y Lina Rosales cumplen a la perfección los papeles de jóvenes -relativos- enamorados sobre los que gravita la maldición a pesar de la briosa fuerza de su esperanza para llevar una vida “norma” de familia; José Guardiola -el inolvidable señorito de la Jara de Los santos inocentes, de Mario Camus, que despide a Azarías- borda su papel de celoso malvado y rijoso que no cesará hasta que aproveche la oportunidad de agredir sexualmente  a la mujer por quien, desde chico, se ha sentido atraído, una oportunidad que se le presenta cuando los esposos deciden ir a “carbonear” para poder ganar más dinero con el que instalarse por cuenta propia y prosperar. Esa fase de la película, la del “carboneo”, una técnica de fabricación de carbón vegetal que se habría de popularizar, para los espectadores de cine, muchísimos años después con la película Tasio, de Montxo Armendáriz, un elogio de la vida retirada y natural, supone una fusión extraordinaria de intensidad dramática y cine documental de primera. La tensión que introduce en el grupo la presencia de la “mujer maldita”, manifestada, sobre todo, en el inequívoco atractivo sexual que emana de la mujer -la escena en la que Cruz se lava las piernas, con un plano indiscreto incluido, muy atrevido para la época, de las piernas completamente desnudas y la ropa interior vista,  y ante el que el censor debió de haber desperezado un ligero sueñecito; esa secuencia está cargada de una sexualidad explícita que va más allá de la superstición para incurrir, sin casi que valga, en el cine neorrealista propio de la época- irá in crescendo en una parte final espléndida, muy “italiana”, hasta llegar a la reproducción del origen de la leyenda de las mujeres “de arriba”, nacidas, por mor de la leyenda, para quedarse para vestir santos, y de ahí el tocado negro con que s suelen vestir, al etilo moruno. La película me ha encantado de principio a fin, porque, a pesar de plasmar con total fidelidad las ideas y maneras de pensar propias de una aldea remota y  casi apartada de la civilización, la realización ha sabido escoger unos exteriores, ese pueblo andaluz en ruinas y el encinar donde se carbonea, que constituyen, por sí mismos, una puesta en escena espectacular, llena de esa potente poesía que emana de las ruinas. Pienso ahora en el recorrido del caballo por las calles empinadas y estrechas del pueblo cuando el amante, Juan, va a hablar con el padre de la novia para decirle que se quiere casar con su hija… ¡Qué belleza de composición, el caballero en su caballo y las mujeres enlutadas asomadas a puertas y ventanas! ¡Qué respiración lorquiana en todo el asunto! Y si hablamos de mujeres estériles, cómo no acordarse de Yerma… Más tarde, por la noche, ese mismo día en que vi la grabación que había hecho de Sierra maldita, proyectaron en la Historia del cine español El camino, de Ana Mariscal, y pude volver a contactar, aunque cuarenta años más tarde, con esa misma vida de pueblo que el protagonista se niega a abandonar para irse a estudiar a la ciudad. Sierra maldita obtuvo un premio en el Festival de San Sebastián, pero, incomprensiblemente, no tuvo ningún éxito popular en la cartelera, de ahí que ahora la haya visto como una suerte de “película maldita” que merecía una revisión urgente. ¡Y ya lo creo que se la merecía! La película respira una autenticidad en todas y cada una de sus secuencias que a veces cree uno haber vuelto a Las Hurdes, tierra sin pan, de Buñuel. Antonio del Amo tuvo una irregular carrera posterior, en la que sobresalen las películas con el niño prodigio Joselito, el “ruiseñor”, esas sí que muy populares. El ambiente del pueblo atrasado, casi ajeno a la civilización, aparece como retrato de fondo en no pocas de sus películas, pero en ninguna adquiere un valor protagonista como lo adquiere en Sierra maldita, una película que no defraudará a quienes en ciertas películas distinguen, rápidamente, esencias humanas y sociales sin artificio ninguno que la encubra.



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