La irrupción de la adolescencia, vía la música popular,
en la economía de mercado: Eight Days a
week. The Touring Years o el hechizo cósmico de la beatlemanía.
Título original: The Beatles:
Eight Days a Week - The Touring Years
Año: 2016
Duración: 120 min.
País: Reino Unido
Dirección: Ron Howard
Guion: Mark Monroe (Historia:
P.G. Morgan)
Fotografía: Michael Wood
Reparto: John Lennon,
Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr.
Es posible que, sobre los
Beatles, se haya escrito casi todo, hayamos visto casi todas las grabaciones y
sigamos aún sin poder descifrar el enigma que supuso su irrupción en el
panorama musical de todo el planeta, a un nivel que, como diría Lennon -y no
pocos problemas le supuso al grupo tal afirmación, ellos eran más populares que
Jesucristo, y no le faltaba razón, ciertamente, porque la fama de los Beatles
llegó a todos los rincones del planeta. Ron
Howard, autor, entre otras de Una
mente maravillosa, y supongo que ferviente beatlemaníaco él mismo, se ha
aplicado con destreza, claridad y concisión a la elaboración de un documental
que aborda, sobre todo, los años en que los Beatles se ganaban la vida con los
conciertos, dado el nefasto acuerdo de royalties sobre la venta de los discos.
La película presenta material no visto hasta ahora sobre los conciertos en
Usamérica y un buen número de entrevistas inéditas con ellos y con un
periodista que siguió su gira usamericana como cronista para un periódico. La
voz narrativa que sirve de nexo de unión entre el caudal espléndido de imágenes
sobre el cuarteto de Liverpool acentúa lo que de revolucionario supuso la
aparición de los Beatles y, fundamentalmente, las reacciones histéricas de sus
infinitas fans. Algo de ello se había vislumbrado ya con cantantes como Elvis
Presley, desde luego, pero el despertar al unísono de miles de adolescentes que
incluso provocaban problemas de orden público por querer acceder físicamente al
contacto con sus héroes musicales, bien puede decirse que pilla por sorpresa a
las puritanas opiniones públicas de Inglaterra, primero y de Usamérica,
después, y preparan, en cierto modo, al menos desde la reafirmación de su poder
social como nuevo sujeto mediático, aquella revolución del 68 que, desde una
perspectiva más ideologizada, representaba, sin embargo, una revolución en las
costumbres y en ciertas concepciones sobre la religión, la amistad, el sexo, el
triunfo social, etc. Para los fans de los Beatles, entre los que me cuento
-aunque el primer disco que compré de jovencito fue el Paint it black de los Rolling- desde la aparición en España de
Twist and shout que le trajeron de Londres a mi hermano mayor, la película de
Howard, de dos horas de duración que pasan en un suspiro, permite acceder a
cierta información valiosa, como la rígida sociedad creadora que McCartney y
Lennon establecieron, y que bien puede calificarse de auténtica fusión, y el
modo como, a trancas y barrancas, en la vorágine en que se convirtieron sus
vidas, fueron creando unas canciones inmortales, todas ellas. A pesar de que la
película se centra en la época de los espectáculos en directo, en los que
sufrían lo indecible porque, dado el griterío de las fans, les era incluso
imposible oírse unos a otros cuando tocaban, la película traza una curva
cronológica que lleva al grupo desde sus primeros clásicos propiamente
juveniles, a la madurez de su etapa adulta, cuando fueron definiendo sus
respectivas individualidades y comenzaron a ser más músicos de estudio que
músicos de directo. ¡Lo que ganó la música moderna contemporánea con aquella
decisión! Porque si algo caracteriza a los Beatles ha sido la experimentación.
En modo alguno, a pesar de aquellos trajes y corte de pelo tan de uniforme de
su primer época, los Beatles eran un grupo destinado a tener unos cuantos
éxitos y desaparecer, como era habitual en sus inicios, porque Lennon y McCartney son dos genios de
la música y a ellos se debe una auténtica revolución en el arte de componer
canciones que ha perdurado hasta hoy. El cierre de la película con el concierto
en el tejado de los estudios, que cierra, también, la última película de los
Beatles, la excelentísima Leti t Be,
da a entender inequívocamente lo que va de los inicios de los Beatles a su
final como grupo. Ha sido una buena estrategia narrativa el rescate de la
perspectiva del periodista que acompañó a los Beatles en la gira americana y
que ofrece un ángulo desde el cual la percepción social de lo que supuso el
paso del cuarteto por aquellas tierras en una época en la que el racismo de
apartheid daba sus últimos coletazos, y
entrañable es la entrevista a Whoopi Goldberg en la que narra su vivencia
individual de aquella presencia que traía unos aires liberadores frente a la rígida
mentalidad conservadora blanca usamericana. A mí, particularmente, además de la
relación profesional entre los dos geniales compositores, me ha interesado
mucho el trazado perfecto de la evolución de los cuatro componentes del grupo,
cómo fueron viendo que se les quedaban pequeñas ciertas canciones
insustanciales y ciertos sonidos mecanizados, que podían y debían aspirar a
más, como acabaron demostrándolo en el Sargent Peppers o en el álbum blanco.
Llama la atención, a pesar de la atención preferente que se le concede a Brian
Epstein en la definición de la imagen del grupo y de su carrera profesional,
que se pase de puntillas por el controvertido suicidio o accidente, porque
nunca se sabrá con certeza qué fue, que acabó con la vida de Epstein en 1967
justo cuando habían decidido dejar de actuar en directo. Salvando ese detalle,
ya digo que el documental se sigue con muchísimo interés y, los aficionados de
pro, con no poca emoción.
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