miércoles, 27 de junio de 2018

“Eight Days a week. The Touring years”, de Ron Howard o los Beatles como fenómeno de masas.



La irrupción de la adolescencia, vía la música popular, en la economía de mercado: Eight Days a week. The Touring Years o el hechizo cósmico de la beatlemanía.

Título original: The Beatles: Eight Days a Week - The Touring Years
Año: 2016
Duración: 120 min.
País: Reino Unido
Dirección: Ron Howard
Guion: Mark Monroe (Historia: P.G. Morgan)
Fotografía: Michael Wood
Reparto:  John Lennon,  Paul McCartney,  George Harrison,  Ringo Starr.

Es posible que, sobre los Beatles, se haya escrito casi todo, hayamos visto casi todas las grabaciones y sigamos aún sin poder descifrar el enigma que supuso su irrupción en el panorama musical de todo el planeta, a un nivel que, como diría Lennon -y no pocos problemas le supuso al grupo tal afirmación, ellos eran más populares que Jesucristo, y no le faltaba razón, ciertamente, porque la fama de los Beatles llegó a todos los rincones del planeta. Ron  Howard, autor, entre otras de Una mente maravillosa, y supongo que ferviente beatlemaníaco él mismo, se ha aplicado con destreza, claridad y concisión a la elaboración de un documental que aborda, sobre todo, los años en que los Beatles se ganaban la vida con los conciertos, dado el nefasto acuerdo de royalties sobre la venta de los discos. La película presenta material no visto hasta ahora sobre los conciertos en Usamérica y un buen número de entrevistas inéditas con ellos y con un periodista que siguió su gira usamericana como cronista para un periódico. La voz narrativa que sirve de nexo de unión entre el caudal espléndido de imágenes sobre el cuarteto de Liverpool acentúa lo que de revolucionario supuso la aparición de los Beatles y, fundamentalmente, las reacciones histéricas de sus infinitas fans. Algo de ello se había vislumbrado ya con cantantes como Elvis Presley, desde luego, pero el despertar al unísono de miles de adolescentes que incluso provocaban problemas de orden público por querer acceder físicamente al contacto con sus héroes musicales, bien puede decirse que pilla por sorpresa a las puritanas opiniones públicas de Inglaterra, primero y de Usamérica, después, y preparan, en cierto modo, al menos desde la reafirmación de su poder social como nuevo sujeto mediático, aquella revolución del 68 que, desde una perspectiva más ideologizada, representaba, sin embargo, una revolución en las costumbres y en ciertas concepciones sobre la religión, la amistad, el sexo, el triunfo social, etc. Para los fans de los Beatles, entre los que me cuento -aunque el primer disco que compré de jovencito fue el Paint it black de los Rolling- desde la aparición en España de Twist and shout que le trajeron de Londres a mi hermano mayor, la película de Howard, de dos horas de duración que pasan en un suspiro, permite acceder a cierta información valiosa, como la rígida sociedad creadora que McCartney y Lennon establecieron, y que bien puede calificarse de auténtica fusión, y el modo como, a trancas y barrancas, en la vorágine en que se convirtieron sus vidas, fueron creando unas canciones inmortales, todas ellas. A pesar de que la película se centra en la época de los espectáculos en directo, en los que sufrían lo indecible porque, dado el griterío de las fans, les era incluso imposible oírse unos a otros cuando tocaban, la película traza una curva cronológica que lleva al grupo desde sus primeros clásicos propiamente juveniles, a la madurez de su etapa adulta, cuando fueron definiendo sus respectivas individualidades y comenzaron a ser más músicos de estudio que músicos de directo. ¡Lo que ganó la música moderna contemporánea con aquella decisión! Porque si algo caracteriza a los Beatles ha sido la experimentación. En modo alguno, a pesar de aquellos trajes y corte de pelo tan de uniforme de su primer época, los Beatles eran un grupo destinado a tener unos cuantos éxitos y desaparecer, como era habitual en sus inicios,  porque Lennon y McCartney son dos genios de la música y a ellos se debe una auténtica revolución en el arte de componer canciones que ha perdurado hasta hoy. El cierre de la película con el concierto en el tejado de los estudios, que cierra, también, la última película de los Beatles, la excelentísima Leti t Be, da a entender inequívocamente lo que va de los inicios de los Beatles a su final como grupo. Ha sido una buena estrategia narrativa el rescate de la perspectiva del periodista que acompañó a los Beatles en la gira americana y que ofrece un ángulo desde el cual la percepción social de lo que supuso el paso del cuarteto por aquellas tierras en una época en la que el racismo de apartheid daba sus últimos coletazos,  y entrañable es la entrevista a Whoopi Goldberg en la que narra su vivencia individual de aquella presencia que traía unos aires liberadores frente a la rígida mentalidad conservadora blanca usamericana. A mí, particularmente, además de la relación profesional entre los dos geniales compositores, me ha interesado mucho el trazado perfecto de la evolución de los cuatro componentes del grupo, cómo fueron viendo que se les quedaban pequeñas ciertas canciones insustanciales y ciertos sonidos mecanizados, que podían y debían aspirar a más, como acabaron demostrándolo en el Sargent Peppers o en el álbum blanco. Llama la atención, a pesar de la atención preferente que se le concede a Brian Epstein en la definición de la imagen del grupo y de su carrera profesional, que se pase de puntillas por el controvertido suicidio o accidente, porque nunca se sabrá con certeza qué fue, que acabó con la vida de Epstein en 1967 justo cuando habían decidido dejar de actuar en directo. Salvando ese detalle, ya digo que el documental se sigue con muchísimo interés y, los aficionados de pro, con no poca emoción.

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