El
poder de la leyenda que hunde sus raíces en el paisaje: Sierra maldita o el desafío a la superstición en un marco natural de inaudita belleza.
Título original: Sierra maldita
Año: 1954
Duración: 95 min.
País: España
Dirección: Antonio del Amo
Guion: José Luis Dibildos
Música: Jesús Romo
Fotografía: Eloy Mella, Sebastián Perera (B&W)
Reparto: Rubén Rojo, Lina
Rosales, José Guardiola, José Sepúlveda, Manuel Zarzo, Miguel Gómez, José Latorre,
Vicente Ávila.
Rodada en una Mojácar en
ruinas de 1953, que representaba la de 1929, Sierra maldita es un maravilloso ejemplo de cine casi
antropológico, a fuerza de ir, en la narración dramática, a las raíces populares
de la superstición. Esas ruinas, así como el bosque donde talan las encinas
para hacer carbón vegetal, junto a un farallón maldito en cuyas cuevas
laberínticas nació la maldición de las mujeres yermas del pueblo adonde nunca
suben los hombres para buscar cónyuge, a causa de la maldición. Entre el pueblo
de arriba y el pueblo del valle hay, pues, una relación compleja, tirante y que
todos asumen, cada uno en su lugar, asignado por la leyenda, sin atreverse a
impugnarlos. Una pareja, sin embargo, Juan y Cruz, desafiando su entorno, sobre
todo Juan, que es el hombre que sube a casarse con una “maldita”, van a
protagonizar una historia de amor y de valentía que ha de sufrir los celos
vengativos del enamorado que Cruz jamás ha considerado como tal y que quiere
vengarse de quien le ha robado lo que, a juicio del celoso, estaba escrito que
había de ser para él. Mientras que Rubén Rojo y Lina Rosales cumplen a la
perfección los papeles de jóvenes -relativos- enamorados sobre los que gravita
la maldición a pesar de la briosa fuerza de su esperanza para llevar una vida “norma”
de familia; José Guardiola -el inolvidable señorito de la Jara de Los santos inocentes, de Mario Camus, que
despide a Azarías- borda su papel de celoso malvado y rijoso que no cesará
hasta que aproveche la oportunidad de agredir sexualmente a la mujer por quien, desde chico, se ha sentido
atraído, una oportunidad que se le presenta cuando los esposos deciden ir a “carbonear”
para poder ganar más dinero con el que instalarse por cuenta propia y
prosperar. Esa fase de la película, la del “carboneo”, una técnica de
fabricación de carbón vegetal que se habría de popularizar, para los
espectadores de cine, muchísimos años después con la película Tasio, de Montxo Armendáriz, un elogio
de la vida retirada y natural, supone una fusión extraordinaria de intensidad
dramática y cine documental de primera. La tensión que introduce en el grupo la
presencia de la “mujer maldita”, manifestada, sobre todo, en el inequívoco atractivo
sexual que emana de la mujer -la escena en la que Cruz se lava las piernas, con
un plano indiscreto incluido, muy atrevido para la época, de las piernas completamente
desnudas y la ropa interior vista, y
ante el que el censor debió de haber desperezado un ligero sueñecito; esa
secuencia está cargada de una sexualidad explícita que va más allá de la
superstición para incurrir, sin casi que valga, en el cine neorrealista propio
de la época- irá in crescendo en una parte final espléndida, muy “italiana”,
hasta llegar a la reproducción del origen de la leyenda de las mujeres “de
arriba”, nacidas, por mor de la leyenda, para quedarse para vestir santos, y de
ahí el tocado negro con que s suelen vestir, al etilo moruno. La película me ha
encantado de principio a fin, porque, a pesar de plasmar con total fidelidad las
ideas y maneras de pensar propias de una aldea remota y casi apartada de la civilización, la realización
ha sabido escoger unos exteriores, ese pueblo andaluz en ruinas y el encinar
donde se carbonea, que constituyen, por sí mismos, una puesta en escena
espectacular, llena de esa potente poesía que emana de las ruinas. Pienso ahora
en el recorrido del caballo por las calles empinadas y estrechas del pueblo
cuando el amante, Juan, va a hablar con el padre de la novia para decirle que
se quiere casar con su hija… ¡Qué belleza de composición, el caballero en su
caballo y las mujeres enlutadas asomadas a puertas y ventanas! ¡Qué respiración
lorquiana en todo el asunto! Y si hablamos de mujeres estériles, cómo no
acordarse de Yerma… Más tarde, por la noche, ese mismo día en que vi la grabación
que había hecho de Sierra maldita, proyectaron
en la Historia del cine español El camino,
de Ana Mariscal, y pude volver a contactar, aunque cuarenta años más tarde, con
esa misma vida de pueblo que el protagonista se niega a abandonar para irse a
estudiar a la ciudad. Sierra maldita
obtuvo un premio en el Festival de San Sebastián, pero, incomprensiblemente, no
tuvo ningún éxito popular en la cartelera, de ahí que ahora la haya visto como
una suerte de “película maldita” que merecía una revisión urgente. ¡Y ya lo
creo que se la merecía! La película respira una autenticidad en todas y cada
una de sus secuencias que a veces cree uno haber vuelto a Las Hurdes, tierra
sin pan, de Buñuel. Antonio del Amo tuvo una irregular carrera posterior, en la
que sobresalen las películas con el niño prodigio Joselito, el “ruiseñor”, esas
sí que muy populares. El ambiente del pueblo atrasado, casi ajeno a la civilización,
aparece como retrato de fondo en no pocas de sus películas, pero en ninguna adquiere
un valor protagonista como lo adquiere en Sierra maldita, una película que no
defraudará a quienes en ciertas películas distinguen, rápidamente, esencias
humanas y sociales sin artificio ninguno que la encubra.
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