La delincuencia fingida o de buenas intenciones está empedrado el infierno… Más allá de la duda o la lucha delictiva
por las causas justas.
Título original: Beyond a
Reasonable Doubt
Año: 1956
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Douglas Morrow
(Historia: Douglas Morrow)
Música: Herschel Burke Gilbert
Fotografía: William E. Snyder
(B&W)
Reparto: Dana Andrews, Joan Fontaine, Sidney Blackmer, Arthur Franz,
Philip Bourneuf, Edward Binns,
Shepperd Strudwick, Robin
Raymond, Barbara Nichols, William
Leicester, Dan Seymour, Rusty Lane.
Después de haber rodado
películas tan compactas como Sólo se vive
una vez (1937), La mujer del cuadro
(1944), Perversidad (1945), Secreto tras la puerta (1947), Los sobornados (1953), o Mientras Nueva York duerme (1956), Fritz
Lang se despide de su ciclo usamericano con una película rodada, aparentemente,
en tono menor, como una producción de serie B, dada la trama, la profusión de
interiores y una como desgana que nunca llega a la desidia, por supuesto, pero
que parece contagiarse de la, en apariencia, película de trámite. Sin embargo,
la presencia de dos “grandes” de la pantalla como Dana Andrews y Joan Fontaine
logran, perfectamente secundados por un eminente actor de reparto como Philip
Bourneuf, quien se prodigó más en TV; logran, decía, elevar el tono de la película
hasta rozar, por un lado, el melodrama, y, por otro, el auténtico cine negro
cuyos códigos dominaba Lang con apabullante maestría. La historia es simple: un
escritor se deja seducir por el editor de un diario para fabricar un caso falso
de asesinato que lleve al reo detenido por él, el novelista de éxito, ante el juez para ser condenado, tras el
juicio pertinente, por un crimen que sin embargo, no ha cometido, como lo demostrarán,
oportunamente, las pruebas fotografiadas de antemano como exculpación inequívoca
del escritor que secunda con entusiasmo la idea del editor, convencido, además de
que quizás extraiga de esa trama el material adecuado para su segunda novela. Pretenden
“crear” un error judicial que, en este caso, sí podrá ser subsanado, pero que
denunciará, convincentemente, la injusticia radical de la pena de muerte, que
es el objetivo de todo el embrollo a que escritor y periodista colaboran con
entusiasmo. ¿Es todo tan sencillo? En modo alguno. De ahí partimos, pero cuando
se está celebrando el juicio contra el escritor, el propietario del diario
sufre un accidente y en el se queman las fotografías que prueban el engaño
manifiesto que ha supuesto la incriminación falsa del escritor, de ahí que todo
lo que sigue sea una titánica lucha de su prometida, la hija del editor, para
evitar que se lleve a cabo una pena de muerte que el jurado popular ha
sentenciado y para la que el Juez ha fijado día y hora. Diríase que
estuviéramos en una reedición de Falso culpable,
de Hitchcock, pero resulta que ambas se rodaron, curiosamente, el mismo año,
por lo que bien podríamos hablar de que estaba en “la atmósfera”
cinematográfica de aquel año un tema así. Ahí la película sufre un giro que
logra transmitir una genuina emoción por el destino del personaje a quienes estamos
plenamente convencidos de su inocencia. La antigua relación amorosa que hubo
entre el ayudante del fiscal del Estado y la hija del magnate periodístico se
revela fundamental para recabar información que pueda lograr el perdón y la
exculpación del escritor. Todo, a uña de caballo, se sucede vertiginosamente,
con esa fuerza narrativa solo al alcance de maestros como Lang. La película es
corta, para los estándares habituales, apenas 80 minutos, lo que no da pie a las
digresiones ni a desvíos innecesarios: todo se focaliza en lograr evidencias
antes de que la silla eléctrica culmine, de forma siniestra, un juego perverso
para poner en ridículo a la Justicia en pro de una buena causa. Recordemos que
la película se inicia, con la ejecución de un reo que Dana Andrews contempla
entre los invitados a la ejecución con una frialdad premonitoria. ¿Tiene un
final feliz? Lo dejo en el aire, porque la película nos depara, para el desenlace,
un giro de guion que satisfará todas las expectativas de los espectadores. Es espectacular el modo como Fritz Lang
consigue a través de sus planos diseminar dudas en todos los personajes… Eso
sí, la referencia constante del Fiscal como “el enemigo a batir”, y ese
enfrentamiento se consuma en el mismo momento de conocerse ambos, fiscal y
escritor, preside la película con una extrema habilidad del guion para tender
una trampa a la capacidad de empatizar de los espectadores, algo que se extiende,
poco a poco, a los extraños movimientos de incumplimiento de su compromiso nupcial
por parte del escritor para con una Joan Fontaine que no tarda en pasar de la confianza
a la más ingrata y corrosiva sospecha, estados que borda en su interpretación. Insisto,
sin ser un Lang menor, lo parece, pero tiene todos los ingredientes de sus
mejores películas y, al final, se acaba disfrutando como todas ellas…
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