martes, 5 de junio de 2018

“Más allá de la duda”, de Fritz Lang o el cierre del ciclo usamericano.



La delincuencia fingida o  de buenas intenciones está empedrado el infiernoMás allá de la duda o la lucha delictiva por las causas justas. 

Título original: Beyond a Reasonable Doubt
Año: 1956
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fritz Lang
Guion: Douglas Morrow (Historia: Douglas Morrow)
Música: Herschel Burke Gilbert
Fotografía: William E. Snyder (B&W)
Reparto: Dana Andrews,  Joan Fontaine,  Sidney Blackmer,  Arthur Franz,  Philip Bourneuf, Edward Binns,  Shepperd Strudwick,  Robin Raymond,  Barbara Nichols, William Leicester,  Dan Seymour,  Rusty Lane.

Después de haber rodado películas tan compactas como Sólo se vive una vez (1937), La mujer del cuadro (1944), Perversidad (1945), Secreto tras la puerta (1947), Los sobornados (1953), o Mientras Nueva York duerme (1956), Fritz Lang se despide de su ciclo usamericano con una película rodada, aparentemente, en tono menor, como una producción de serie B, dada la trama, la profusión de interiores y una como desgana que nunca llega a la desidia, por supuesto, pero que parece contagiarse de la, en apariencia, película de trámite. Sin embargo, la presencia de dos “grandes” de la pantalla como Dana Andrews y Joan Fontaine logran, perfectamente secundados por un eminente actor de reparto como Philip Bourneuf, quien se prodigó más en TV; logran, decía, elevar el tono de la película hasta rozar, por un lado, el melodrama, y, por otro, el auténtico cine negro cuyos códigos dominaba Lang con apabullante maestría. La historia es simple: un escritor se deja seducir por el editor de un diario para fabricar un caso falso de asesinato que lleve al reo detenido por él, el novelista de éxito,  ante el juez para ser condenado, tras el juicio pertinente, por un crimen que sin embargo, no ha cometido, como lo demostrarán, oportunamente, las pruebas fotografiadas de antemano como exculpación inequívoca del escritor que secunda con entusiasmo la idea del editor, convencido, además de que quizás extraiga de esa trama el material adecuado para su segunda novela. Pretenden “crear” un error judicial que, en este caso, sí podrá ser subsanado, pero que denunciará, convincentemente, la injusticia radical de la pena de muerte, que es el objetivo de todo el embrollo a que escritor y periodista colaboran con entusiasmo. ¿Es todo tan sencillo? En modo alguno. De ahí partimos, pero cuando se está celebrando el juicio contra el escritor, el propietario del diario sufre un accidente y en el se queman las fotografías que prueban el engaño manifiesto que ha supuesto la incriminación falsa del escritor, de ahí que todo lo que sigue sea una titánica lucha de su prometida, la hija del editor, para evitar que se lleve a cabo una pena de muerte que el jurado popular ha sentenciado y para la que el Juez ha fijado día y hora. Diríase que estuviéramos en una reedición de Falso culpable, de Hitchcock, pero resulta que ambas se rodaron, curiosamente, el mismo año, por lo que bien podríamos hablar de que estaba en “la atmósfera” cinematográfica de aquel año un tema así. Ahí la película sufre un giro que logra transmitir una genuina emoción por el destino del personaje a quienes estamos plenamente convencidos de su inocencia. La antigua relación amorosa que hubo entre el ayudante del fiscal del Estado y la hija del magnate periodístico se revela fundamental para recabar información que pueda lograr el perdón y la exculpación del escritor. Todo, a uña de caballo, se sucede vertiginosamente, con esa fuerza narrativa solo al alcance de maestros como Lang. La película es corta, para los estándares habituales, apenas 80 minutos, lo que no da pie a las digresiones ni a desvíos innecesarios: todo se focaliza en lograr evidencias antes de que la silla eléctrica culmine, de forma siniestra, un juego perverso para poner en ridículo a la Justicia en pro de una buena causa. Recordemos que la película se inicia, con la ejecución de un reo que Dana Andrews contempla entre los invitados a la ejecución con una frialdad premonitoria. ¿Tiene un final feliz? Lo dejo en el aire, porque la película nos depara, para el desenlace, un giro de guion que satisfará todas las expectativas de los espectadores.  Es espectacular el modo como Fritz Lang consigue a través de sus planos diseminar dudas en todos los personajes… Eso sí, la referencia constante del Fiscal como “el enemigo a batir”, y ese enfrentamiento se consuma en el mismo momento de conocerse ambos, fiscal y escritor, preside la película con una extrema habilidad del guion para tender una trampa a la capacidad de empatizar de los espectadores, algo que se extiende, poco a poco, a los extraños movimientos de incumplimiento de su compromiso nupcial por parte del escritor para con una Joan Fontaine que no tarda en pasar de la confianza a la más ingrata y corrosiva sospecha, estados que borda en su interpretación. Insisto, sin ser un Lang menor, lo parece, pero tiene todos los ingredientes de sus mejores películas y, al final, se acaba disfrutando como todas ellas…

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