La vida trágica de una actriz y persona amantes de la libertad: Frances o el poder perverso del
matriarcado.
Título original: Frances
Año: 1982
Duración: 134 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Graeme Clifford
Guion: Nicholas Kazan, Eric Bergren, Christopher De Vore
Música: John Barry
Fotografía: Laszlo Kovacs
Reparto: Jessica Lange, Sam
Shepard, Kim Stanley, Bart Burns,
Jeffrey DeMunn, James Karen,
Christopher Pennock, Kevin
Costner, Anjelica Huston.
¡Bueno, bueno, qué descubrimiento,
el de la historia de la actriz Frances Farmer, una mujer libre y desprejuiciada
que se inició en el éxito mediático nada menos que a través de un concurso de redacción
escolar que ganó con un ensayo en el que defendía que Dios no existía, ¡en un
país que lo incluye como artículo de fe en su moneda nacional!, que hizo un
viaje a la Unión Soviética, contra la sugerencia de su madre y de quienes le
auguraban una prometedora carrera de actriz, y que se atrevió a plantar cara a
los estudios cinematográficos que, dada su belleza espectacular, querían
convertirla poco menos que en una adocenada pin-up objeto de explotación. Su relación con Clifford Odets, el autor de
teatro, guionista y director de cine, supuso un antes y un después en su vida.
De temperamento irascible, Farmer no tardó en encontrar en el alcohol un nefasto
aliado para hundir su vida personal y su carrera profesional. Por mantener una
actitud antisocial, fue internada en un sanatorio mental donde pasó unos meses
hasta que, finalmente, logró escapar de él. Su madre se convirtió en su
defensora y le fue adjudicada la patria potestad de la joven, si bien la
tensión entre ambas, dado el control sobre su vida personal y su carrera que
quería ejercer la madre, acabaron dando con ella, de nuevo en el sanatorio.
Salió a los pocos meses y mientras su madre quería devolverla al estrellato
cinematográfico que ya había adquirido, ella se negó en redondo a seguir siendo
“usada” por esa industria que destruía a personas como ella, nada propensas a
la complacencia con roles humillantes que anulaban la dignidad de las personas.
Finalmente, tras una crisis histérica, favorecida por el enfrentamiento radical
con su madre, Farmer es “encarcelada” de nuevo, porque bien puede hablarse de
un encarcelamiento con saña, y es sometida a los rigurosos métodos psiquiátricos
de la época, que incluían los electroshocks, las duchas escocesas, las camisas
de fuerza e incluso, aunque parece que no está probado en su caso, la
lobotomía. Las escenas de la película en las que se describe la vida de las internas,
con los tratos infames que les deparaba el sistema represivo, son realmente
impactantes y recuerdan las espeluznantes de Nido de víboras, de Anatole Litvak, otra película que hizo no poco
en favor de la reconsideración de los tratos crueles a los enfermos mentales
antes de que llegara, en Europa, la antipsiquiatría. A todo ello hemos de añadir
que los celadores del sanatorio tenían montado un negocio de prostitución de
las enfermas, y eso sí que, al parecer, es un hecho fidedigno: que la actriz
fue repetidas veces violadas durante su internamiento en el centro. Se
entiende, pues, que el alta, finalmente, liberara a una mujer tan poderosamente
traumatizada y anulada que poco o nada tenía que ver ya con la actriz joven,
impulsiva, vivaz y reivindicativa que fue en sus inicios. La película comienza
casi como un biopic, con la incongruencia, además, de esos 16 años de la
protagonista que se podrían haber ahorrado; pero enseguida deriva hacia la
trágica historia de una persona nada dispuesta a ser complaciente con todo aquello
que no encajaba en su alto concepto de la profesión de actriz. Su debut teatral
en Golden Boy, de Odets, cuando mantuvo
una relación amorosa con él, y el consiguiente fiasco de la negativa de este a
que la representara fuera de Usamérica, en parte por salvar su propio
matrimonio y en parte por la presión de los estudios que tenían un contrato
exclusivo con a actriz, fueron determinantes, como ya he dicho, en la “caída”
de la actriz a los infiernos de la drogadicción
y del sistema psiquiátrico cuyo poder para anular a las personas o mantenerlas
recluidas contra su voluntad siempre me ha parecido que constituye una frontera
muy poco definida en términos legales. A título anecdótico, la madre de Farmer
en la película, la actriz Kim Stanley, también tuvo una relación amorosa con
Odets, lo mismo que Fay Wry, la actriz de King
Kong. Aunque hablemos de una actriz
de finales de los 30, Farmer fue realmente una estrella de Hollywood, una
estrella, además, cuya vida fue pasto de todo lo que, desgraciadamente, rodea
al séptimo arte; las despiadadas cabalgadas de los cuatro jinetes del
apocalipsis de las reputaciones individuales y los nobles ideales. Aunque aún llegó a hacer una película, tras
salir del sanatorio, Farmer inició un declive del que ya no pudo salir. La
actriz Jessica Lange tuvo, en esta interpretación, un vehículo perfecto para
mostrar sus excelentes dotes de actriz, y los amantes de las anécdotas, recordarán
siempre que en esta película se conocieron ella y Sam Shepard, con quien
conviviría los siguientes 27 años hasta que se separaron, poco antes de que Shepard
muria a causa de la ELA. Está claro que el hecho de haber tenido un padre débil
que cedió ante las posiciones manipuladoras de la madre impidió que Farmer
hubiera tenido, al menos, un refugio frente a la actitud castradora de la
madre, asustada ante la profesión de libertad a todos los niveles que exhibía
su hija, un temperamento fuerte que, al final, acabo jugando contra ella, al
manifestarse agresivamente contra otros, autoridades incluidas e incluso en las
propias vistas de sus juicios. La película mezcla ficción y realidad a partes
desiguales, pero consigue lo que se propone: que los espectadores empaticen con
el aciago destino de la actriz y se interesen por ella. Y de ahí que, nada más
acabar de verla, buscase en Filmin, alguna película en la que poder verla en
todo su esplendor cinematográfico, que era muchísimo.
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